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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Realismo político

El rey Juan Carlos ha hecho de mejor embajador de España ante George W. Bush. Una ventaja de la estabilidad que aporta la Corona es que, al llegar al rancho de Crawford (Tejas), pudo saludar con amistad y autoridad a las dos generaciones presidenciales. El Gobierno socialista debe sacar así provecho del mayor margen de maniobra y presencia que tiene el Monarca, en contraste con las dificultades creadas por Aznar, que se ha dedicado, insólitamente para su función de ex primer ministro, a echar leña al fuego contra Zapatero en Washington desde que abandonó La Moncloa.

El Rey mantiene relaciones personales privilegiadas, pero no actúa en estos casos al margen del Gobierno. Llevó a Crawford un mensaje sin duda constructivo del presidente Zapatero, explicó lo ocurrido en España y trajo consigo las impresiones de Bush. Pese a las diferencias ideológicas, hay muchas cosas en común entre Bush y Zapatero en este mundo peligroso en el que no sólo han de convivir, sino cooperar. No tiene sentido alguno que sigan a la greña. La crisis se deriva menos de la decisión de Zapatero de retirar las tropas españolas de Irak -para lo que tenía un indudable mandato electoral- que de haber precipitado la decisión en 24 horas tras haber informado a Washington que sería cuestión de semanas. Pero todo se agravó con la desafortunada apelación del presidente del Gobierno en Túnez a que otros países retiraran sus tropas de Irak y el poco diplomático anuncio de la retirada de la bandera de EE UU del desfile del 12 de octubre. Si la política de gestos contribuyó al deterioro, otros gestos, como el del Rey y Bush, pueden contribuir a la mejora.

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La invitación a Crawford ha sido hábil por ambas partes. Bush ha dicho que "España es un gran país y un buen amigo", como para establecer una diferencia entre el país y su Gobierno. Pero con quien tiene que tratar es con el Gobierno. La recomposición de las relaciones entre España y EE UU debe inscribirse en un mayor deseo europeo de colaborar con Washington, especialmente en Oriente Próximo.

Manteniendo España su margen de autonomía, que Aznar había reducido a cero con su total alineamiento con Bush, las relaciones con EE UU han de recomponerse. Tropas españolas han contribuido al éxito de las elecciones en Afganistán y están en Haití. El Gobierno estadounidense, para la guerra de Irak y otros menesteres, sigue usando las bases de Rota y Morón. La real sensatez debe predominar de nuevo.

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