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Reportaje:

La hija de Buda

Tiene 20 años y estudia Ciencias Políticas en Estados Unidos. Renji, una joven tibetano-china, es además princesa, la única hija del desaparecido Panchen Lama, el líder espiritual del Tíbet, reencarnación del Buda de la Luz Infinita. Renji se prepara para desempeñar su papel.

No llegué a conocer al Panchen Lama, que falleció en su monasterio del Tíbet en el año 1989, pero me presentaron a su familia en Pekín a mediados de los años noventa, y recientemente fui a Washington para ver a su hija, Yabshi Pan Rinzinwangmo, una estudiante de Ciencias Políticas de la American University, de 20 años, a la que le gusta que le llamen Renji. Se reunió conmigo en el aeropuerto de Dulles. Renji, de madre china, utiliza el título de "princesa". Así figura en su tarjeta de visita. Curiosamente, en China, si tenemos en cuenta que el país todavía se considera comunista, no sólo se permite el título real, sino que se aprueba. El papel de Renji implica ciertas obligaciones, entre ellas la disciplina autoimpuesta de llevar el vestido tradicional tibetano en actos oficiales.

Nos dirigimos al coche de Renji, un Mercedes beis metalizado. Un mullido soporte contiene uno de sus dos teléfonos móviles. En el asiento de atrás hay un muñeco hinchable (una réplica de un oso de los dibujos animados japoneses), y un cojín en forma de corazón. Dos estuches blandos en forma de hamburguesa contienen su colección de compactos. Del espejo retrovisor cuelga una fotografía de su padre, en la que aparece luciendo una chuta amarilla (la larga túnica que visten hombres y mujeres en el Tíbet), serio, gordo, aunque menos de lo que lo llegaría a estar después. En el reverso, una imagen de Buda que me recordaba a las fotografías que había visto del cuerpo de su padre, dorado y embalsamado, que se encuentra enterrado en un mausoleo en el Tíbet.

El padre de Renji era la décima reencarnación de una estirpe de lamas que se hizo poderosa en el Tíbet en el siglo XVII, cuando la escuela Gelugpa de budismo se consolidó como la secta dominante del país. El Panchen Lama y el Dalai Lama son pilares gemelos de la jerarquía Gelugpa. El Dalai Lama gobierna como un rey, pero el Panchen Lama, que carece de un papel político formal, goza para algunos creyentes de una mayor autoridad espiritual. Ambos son bodhisavas, seres altamente evolucionados que han elegido regresar al mundo de los mortales para ayudar a los demás a encontrar la iluminación. El Dalai Lama es la reencarnación del Buda de la Compasión. El Panchen Lama es la reencarnación del Buda de la Luz Infinita. Son hermanos espirituales.

Renji nunca ha vivido en el Tíbet, pero en 1990, tras la muerte de su padre, su madre la llevó a la antigua provincia tibetana de Kham, absorbida en su mayoría por la provincia china de Sichuán. Cientos de personas levantaron tiendas de campaña junto a la carretera con la esperanza de verla pasar. "Me dijeron que había gente a lo largo de 80 kilómetros", dice Renji en un fluido inglés con acento estadounidense. "Miles y miles de personas que querían tocarme. Yo tenía sólo siete años, y lo único que pensaba era: qué fastidio, porque no podía dormir en el coche".

Religiosamente hablando, no existe ningún motivo por el que Renji debiera ser motivo de devoción. La posición de su padre como encarnación de Buda no es hereditaria. Sin embargo, muchos tibetanos la tratan como objeto de reverencia. "Desde que recuerdo, la gente ha estado interesada en mí", dice. "La gente me quiere por mi padre. Pero tengo que decirles que no soy ningún líder religioso y que nunca lo seré".

Cuando Renji tenía 17 años, regresó por primera vez desde la muerte de su padre al Tíbet central, designado como región autónoma de China en 1965. "Quería presentarle mis respetos antes de ser adulta", explica. Pasó tres días en Shigatse, la segunda ciudad más grande del Tíbet, donde se encuentra el monasterio de Tashilhunpo, residencia tradicional de los Panchen Lamas, y dos días en Lhasa, la capital. De nuevo, numerosos grupos acudieron para verla. Renji me mostró fotografías de largas colas de gente esperando, luciendo khatags, las bufandas blancas que llevan los tibetanos en los actos oficiales. "Me deshidraté por completo", cuenta. "Traté de decirle algo a cada uno. Habían esperado durante horas sólo para saludarme y algunos volvían atrás y se ponían de nuevo a la cola", prosigue Renji. "Al cabo de unos días me dolían los brazos de ponerle a la gente el khatag alrededor del cuello. La gente parece creer que soy una especie de estatua de Buda. Me cogen la mano y se la ponen sobre la cabeza a modo de bendición. No puedo quejarme, porque les hace muy felices verme y tocarme. Sólo le pido a mis guardaespaldas que eviten que me levanten la falda".

"¿Por qué le levantan la falda?".

"Porque quieren llegar hasta mis piernas", responde.

Los devotos quieren tocar los pies de un personaje importante y si es necesario levantan una túnica para hacerlo. "Se lo hacen a los hombres, pero al menos ellos llevan pantalones", explica Renji.

El padre de Renji nació en 1938 en una comunidad tibetana de la provincia de Amdo, gran parte de la cual se ha incorporado a la provincia noroccidental china de Qinghai. Entonces él era Gonpo Tseten, hijo del cacique del modesto pueblo de Wendu. En 1941, representantes de la corte del noveno Panchen Lama, que había fallecido en el exilio en China, llegaron hasta Wendu en busca de la reencarnación del Panchen Lama. Los Panchen Lama desepeñaron siempre un importante papel en la tarea de identificar a las reencarnaciones de Dalai Lamas fallecidos. (Cuando murió el decimotercer Dalai Lama en 1933, el noveno Panchen Lama dio tres nombres a los monjes tibetanos que buscaban a su reencarnación, y les dijo dónde encontrarían al niño, que más tarde fue reconocido como el decimocuarto Dalai Lama, el actual).

Gonpo Tseten no estaba al principio en la lista de los candidatos a Panchen Lama. Pero tres chicos a los que se consideraba la reencarnación más probable murieron en una sucesión alarmantemente rápida, y, el 3 de junio de 1949, el Gobierno del Kuomintang, en uno de sus últimos actos, declaró oficialmente a Gonpo Tseten el décimo Panchen Lama. Tenía entonces 11 años. Un miembro de la corte del nuevo Panchen Lama envió un telegrama al victorioso Mao Zedong en nombre de Gonpo Tseten, felicitándole por la fundación de la República Popular China, confirmando así que el Panchen Lama prestaría su apoyo incondicional a la causa china en el Tíbet. En 1951, poco después de que los chinos invadieran el Tíbet, se presentó una lista de 17 peticiones a una delegación en Pekín que representaba al Gobierno del Dalai Lama. Encabezando la lista estaba el reconocimiento del Dalai Lama hacia Gonpo Tseten como el décimo Panchen Lama. Se aceptaron las peticiones y el décimo Panchen Lama llegó al Tíbet con un contingente de tropas chinas.

El padre de Renji se instaló en el monasterio de Tashilhunpo en 1952, cuando tenía 14 años. Fue el principio de una etapa terrible para el Tíbet. Aunque Mao había prometido que el Tíbet central quedaría exento de las reformas socialistas planeadas para los chinos, se disolvieron monasterios, monjes y monjas fueron forzados a adoptar una vida laica, se robaron tesoros religiosos y se destruyó prácticamente la Iglesia budista, especialmente en la provincia de origen del Panchen Lama, Qinghai. El séquito del Panchen Lama se había decantado por China al principio, pero hasta qué punto apoyaba el propio Panchen Lama al Partido sigue siendo objeto de disputas.

Después de 1959, cuando el Dalai Lama abandonó el país, el Panchen Lama era la máxima autoridad religiosa que quedaba en el Tíbet, y, a medida que comenzaba a percibir los efectos del Gobierno chino, inició inexorablemente un enfrentamiento con los líderes a los que una vez había admirado. En la primavera de 1962 presentó formalmente un extenso informe en el que detallaba las consecuencias de la política china para la gente de su provincia de origen. Mao Zedong le ordenó hacer autocrítica, pero ninguna de las humillaciones públicas a las que fue sometido le condujeron a la clase de confesión que se le exigía.

En diciembre de 1964, el Panchen Lama fue llevado a Pekín, en el momento álgido de la Revolución Cultural, donde fue vilipendiado en un mitin multitudinario. En 1968 se le incomunicó y desapareció de escena. Durante años, se le dio por muerto. Cuando el Panchen Lama fue liberado el 10 de octubre de 1977, Mao, su antiguo torturador, había fallecido, y Deng Xiaoping había iniciado el lento proceso de remediar los daños causados durante los últimos años de Mao. Pero el Tíbet que había conocido el Panchen Lama había desaparecido. Sólo se mantenían en pie algunos de los grandes monasterios y prácticamente no quedaban monjes en ninguno de ellos. Sus enemigos de Lhasa, que se habían beneficiado de su colaboración en la Revolución Cultural, se oponían a su regreso. Cualquiera que fuese su destino tras el largo encarcelamiento, no sería el Tíbet. Tras dar por zanjada su antigua vida, decidió iniciar una nueva e hizo lo que ningún Panchen Lama había hecho antes: se casó.

Había escuchado varias versiones de la historia sobre cómo se habían conocido los padres de Renji, y ella me contó la suya. Su bisabuelo materno, me dijo, había sido general del ejército del Kuomintang. Cambió de bando y después de la guerra civil sirvió a los comunistas. Había conocido al Panchen Lama cuando ambos eran miembros de una delegación oficial y el Panchen Lama le había confesado que estaba pensando en casarse. Le pidió al bisabuelo de Renji que organizara una presentación apropiada.

Li Jie, la madre de Renji, se estaba preparando para ingresar en una escuela de medicina del Ejército. "Mi madre era hermosa", dijo Renji. "Mi bisabuelo le pidió si podía ayudarle a encontrar a alguien para mi padre". Li Jie organizó una cita en un parque de Pekín. Li Jie, que entonces tenía 19 años, llevó consigo a su hermana como carabina. "Creo que mi padre sencillamente supuso que mamá era la chica que el bisabuelo le había encontrado", cuenta Renji. "Papá era muy pobre. No tenía dinero, llevaba la cabeza afeitada, carecía de derechos políticos. Le dijo que no tenía nada, pero que era muy honesto y tierno. Pasaron el día juntos".

La familia de Li Jie se oponía a la unión, explicó Renji. "Nadie la apoyaba, excepto mi tía (la que le había acompañado a su primera cita) y mi bisabuela, que creía en el budismo y sabía que mi padre era un Buda viviente", cuenta Renji. Si en la familia de Li Jie había problemas, en el otro bando también se oían agrios reproches. De hecho, la madre del Panchen Lama nunca llegó a ver con buenos ojos el casamiento.

La boda se celebró en el Gran Salón Popular de Pekín, el 28 de enero de 1979. El Panchen Lama empezó a recuperar lentamente su antigua posición (el proceso no se completó hasta 1988), y en junio de 1983 nació Renji.

El Panchen Lama tenía influencia en la Asamblea Popular Nacional y se le permitió visitar el Tíbet. Puso en marcha diversos negocios para restaurar y apoyar el monasterio de Tashilhunpo y para tratar de impulsar el desarrollo del Tíbet. Fundó una escuela para lamas reencarnados, recuperó los restos mortales de sus predecesores y les construyó un mausoleo. Parte de la antigua riqueza del monasterio fue restituida.

Mientras Den Xiaoping gobernaba China en la década de los ochenta, a la familia se le asignó una casa en Western Hills, una zona de parques boscosos al oeste de la ciudad, donde Renji pasó sus primeros años rodeada de 40 devotos sirvientes tibetanos y jugando en un pequeño zoo con ciervos, caballos, perros y gatos. En 1986, la familia fue a la provincia de Qinghai, el lugar de nacimiento del padre de Renji, y allí tuvo su primera experiencia en medio de una multitud.

La vida religiosa se reanudó de forma gradual en el Tíbet, pero en la segunda mitad de la década de los ochenta se produjeron nuevos enfrentamientos con las autoridades. En 1987, en el Congreso de Estados Unidos, el Dalai Lama propuso un plan de paz para su país, lo que provocó una serie de manifestaciones en Lhasa. Los monjes que salieron a la calle a reclamar la independencia sufrieron una brutal represión.

El Panchen Lama condenó las protestas. Aunque nunca apoyó la independencia, trabajó entre bastidores para conseguir la liberación de los monjes arrestados, y criticó la política gubernamental. El 23 de enero de 1989, durante una visita al Tíbet para inaugurar el nuevo mausoleo de sus antecesores, explicó a un grupo de líderes políticos y religiosos que el dogmatismo que había destruido los monasterios y templos tibetanos 30 años antes seguía amenazando al país. Cinco días más tarde se desmayó y falleció en su palacio cerca del monasterio de Tashilhunpo. La causa oficial de la muerte fue un ataque al corazón, pero pronto corrió el rumor de que había sido envenenado.

"Yo estaba en la guardería", recuerda Renji. "Mamá entró primero a ver a mi padre, y luego me hicieron pasar a mí. Mi padre estaba cubierto con una sábana amarilla y blanca. No me contestó cuando le hablé, y fue entonces cuando me di cuenta de que había muerto".

Li Jie y Renji regresaron a Pekín y pronto se iniciaron los disturbios en Lhasa. Se declaró la ley marcial. Murieron centenares de personas y varios millares fueron detenidas.

La posición de la viuda y la hija del Panchen Lama en ese momento era ambigua. Para muchos tibetanos, y especialmente para los líderes del monasterio de Tashilhunpo, eran una anomalía. Li Jie había adoptado un nombre y una vestimenta tibetanos. Había aprendido el idioma y se había convertido al budismo. Intentó por todos los medios vivir de acuerdo con un papel que no tenía precedentes en la historia, pero las viudas no tenían lugar en una orden religiosa en la que el celibato era una norma básica.

Las disputas por las propiedades del Panchen Lama se prolongaron durante años. El Gobierno chino quería que Li Jie y Renji abandonaran el palacio de Pekín, y, en una enconada fase de las conversaciones, se cortó el suministro eléctrico de la casa. "Hubo conversaciones interminables, cuenta Renji. Mamá pedía a los sirvientes que me cuidaran". Finalmente se llegó a un acuerdo que dejaba a Li Jie en una cómoda situación. Se reconstruyó la antigua casa familiar por cuenta del Gobierno y Li Jie abandonó el palacio.

En 1996, la madre de Renji decidió enviarla al extranjero "para aprender inglés y conocer a gente". "Nunca había dejado mi casa. Cuando me despedí, no sabía cuándo volvería a ver a mi madre". Li Jie mandó a su hija con una tía que vivía en Nueva York, pero su tía pasaba apuros económicos y Li Jie decidió trasladar a Renji a California. Tanteó el terreno en busca de gente que pudiera ayudarlas.

Southwestern Academy, la escuela a la que asistió Renji durante gran parte de su estancia en Estados Unidos, está a unos veinte minutos en coche del centro de Los Ángeles. Kenneth Veronda, el director de Southwestern, recordaba que algunos miembros de una comunidad budista local le habían preguntado por Renji en enero de 1997. Le pidieron que entrevistara a una chica que, según dijeron, era muy importante para ellos.

Renji no era, explicó Veronda, una chica estudiosa, una opinión de la que se hicieron eco varios de sus profesores. Le encantaba ir de compras y la música pop, era conocida por su elegancia en el vestir, con un notorio gusto por Prada, y mantenía una estrecha relación con un chico de Pekín al que la escuela acabó expulsando por fumar. Ella nunca causó problemas disciplinarios, afirmó Veronda. No llevaba piercings ni tatuajes, aunque sí se tiñó el pelo de rubio una temporada, y uno de sus antiguos profesores dijo que atravesó por una preocupante fase de atracción por las motocicletas. Se le pasó, pero, según me confiesa Renji, le encantan los coches. "A mi padre le encantaban", dice. "Creo que lo he heredado de él".

Muchos de los compañeros de estudios y amigos de Renji eran hijos de la nueva élite rica de China, funcionarios que, gracias a su posición, habían amasado grandes fortunas durante las últimas dos décadas. "Renji y sus amigos solían reírse de mi ropa", me contó una de sus antiguas profesoras. "Comentaban qué zapatos debía llevar y ella me aconsejó Gucci, porque eran los más baratos, unos 300 dólares. Yo le respondí que no podía permitírmelo. Cuando le conté que los zapatos que llevaba costaban 50 dólares, se quedó de piedra. Estaba en otra onda", afirmó.

Pero si el resto de los estudiantes podían abandonarse a los placeres sibaritas de gastarse el dinero de sus padres, Renji, la princesa tibetana, era un personaje demasiado importante, al menos simbólicamente, para dejar que se las arreglara sola. Había demasiada gente interesada en su futuro. Para los representantes del Gobierno tibetano en el exilio es un puente entre ellos y los chinos. Para los chinos es alguien que podría ser útil políticamente, pero explosivo si se maneja mal. Y para los occidentales que simpatizan con la causa tibetana, Renji es un trofeo, tanto por su ascendencia como por el papel que desempeñará en la política tibetana.

Durante gran parte de su estancia en Southwestern, la mayoría de los fines de semana llegaba al campus una limusina del actor de películas de acción Steven Seagal para llevar a Renji a casa. Su elección como protector de Renji en Estados Unidos, fue, como mínimo, controvertida.

Una noche, Renji y yo fuimos a casa de Seagal en las colinas de Los Ángeles. Seagal estaba sentado en un amplio sofá. Detrás de él colgaba una enorme pintura que representaba a un gurú tibetano rodeado de monjes. Seagal me miró y yo le pregunté cómo había llegado a tener a su cargo a la hija del Panchen Lama.

"Debido a la política tibetana", respondió. "Cuando Renji tenía ocho o nueve años, nos llegaron informes de que no estaba a salvo. El Gobierno tibetano en el exilio tiene sus espías. Así que tenía que salir. Hablé con mis amigos de allí y me dijeron que yo era una de las pocas personas que podían protegerla y cuidarla… ser una figura paternal, su guardián, intentar guiarla para que conservara su herencia en el dharma".

La historia de Seagal difiere de la de otros que la conocen y, desde luego, de la de Renji. No estaba en peligro en Pekín, y, según parece, su marcha fue algo sencillo. Sin embargo, Seagal sí envió su avión a recogerla cuando se trasladó de Nueva York a Los Ángeles. "Éste es mi hogar", me explica. "Mi madre y Steven Seagal son las personas más importantes en mi vida".

Seagal terminó su llamada. Me dijo que le vigilaron de cerca cuando estuvo en China. Explicó que había estudiado budismo y artes marciales, y que en Japón, donde vivió una temporada, a menudo le habían dicho que era la reencarnación de un lama. "Ahora, el peligro para Renji es juntarse con malas compañías", afirmó Seagal. "Tiene un corazón puro. Todos mis conocimientos están a su disposición".

"Naces desnudo y mueres desnudo", añadió. "Mientras tanto, debes encontrar un guía espiritual. Hay ciertas cosas que debes hacer tú solo".

A Renji también se la está preparando para la vida pública. Sus vacaciones escolares están plagadas de reuniones. "Tengo que avisar con tres días de antelación para poder ir de compras con mis amigas", explica. "Conozco a todo tipo de gente, a veces funcionarios u hombres de negocios. A veces debo asistir a dos cenas en el mismo día".

En 2002, su madre decidió que Renji debía hacer una visita oficial al Tíbet en solitario. "En realidad, yo quería ir a Egipto, pero mi madre insistió en que fuese al Tíbet", explica Renji. Fue el primer viaje oficial que realizó sin la supervisión de su madre, y fue recibida por altos funcionarios en Lhasa. El plan era que pasara varias semanas en Shigatse, recibiendo instrucción sobre estudios religiosos y lengua tibetana de profesores en Tashilhunpo. Se instaló con su séquito en un hotel de Shigatse y se estableció un calendario. Debía presentar sus respetos al cuerpo de su padre cada mañana a las siete y media, y luego pasar el día estudiando con su profesor. Pero el primer día de su llegada, la multitud comenzó a agolparse en el monasterio.

"Se quedaban fuera, donde yo estuviera, esperándome", me dijo. "Al principio era un poco caótico. Después de dos días, los pusieron a todos en fila y cada hora salía y recorría la cola. Volvía a estudiar y, cuando pasaba la hora, vuelta a la fila". La multitud era más grande cada día. Las autoridades locales empezaron a preocuparse por si las cosas se les iban de las manos.

Entonces llegó al Tíbet el "Panchen Lama chino". El chico ahora vive en Pekín, en el palacio que construyó el padre de Renji, bajo la supervisión de su tutor religioso. Sus visitas al Tíbet han sido pocas y muy vigiladas.

"Mi plan era quedarme en Shigatse para estar cerca de mi padre", explica Renji. Pero le pidieron que viajara a Lhasa, a 500 kilómetros de distancia, donde se había organizado una reunión entre ella y el chico. El encuentro en Lhasa fue muy breve. Renji recuerda: "Había 20 o 30 personas, todos funcionarios, su gente. Entré y dije: 'Hola, ¿qué tal?'. Intercambiamos khatags". Sin embargo, no se postró ante él, aunque todo el mundo sabía que una fotografía de la hija del décimo Panchen Lama postrada ante el Panchen chino sería una importante afirmación de la postura del Gobierno respecto a la reencarnación.

Pregunté a Renji cómo evitó el arrodillarse. "Mi padre me había concedido un permiso especial, sólo a mí, para no postrarme ante él. Si él es la reencarnación de mi padre, no tengo por qué hacerlo".

Renji tiene una respuesta estándar cuando le preguntan por su futuro. Quiere ayudar a la gente del Tíbet, dice. Cuando la presionan, su plan se vuelve más nítido. Desea ser miembro de la Asamblea Popular Nacional, como su padre. "Es poder", afirma. "Poder para hacer cosas".

El conseguir ese poder implicará negociar intereses encontrados, aunque su singular herencia juega muy a su favor. "Los chinos tienen un problema", dice el historiador tibetano Tsering Shakya. "Han reconocido a su Panchen Lama y no pueden permitir que Renji lo desautorice. El Dalai Lama está fuera del Tíbet y no hay nadie como el antiguo Panchen Lama en el país. Aquí hay una oportunidad, y quizá esté en manos de Renji el aprovecharla".

Robert Barnett, profesor de estudios tibetanos modernos de la Universidad de Columbia, me subrayó que la popularidad de Renji y la influencia que le otorga ha desafiado todas las expectativas. "Se ha convertido en un fenómeno político. No existe un precedente histórico, y creo que eso demuestra que los tibetanos son capaces de idear soluciones políticas creativas para conflictos arraigados".

Una vez le pregunté a Renji si en alguna ocasión había sentido la tentación de llevar una vida ordinaria: trabajo, matrimonio, hijos. "No puedo", respondió. "Bueno, sí podría, pero no. Es mi deber. Es lo que soy".

Tras una pausa, preguntó de sopetón: "¿Con quién debería casarme? ¿Debería ser chino? ¿Tibetano? ¿Estadounidense? ¿Qué sería lo mejor?".

"¿Qué dice su madre?", le pregunté.

"Ella cree que sigo siendo una niña", contestó.

La princesa Yabshi Pan Rinzinwangmo, 'Renji' con su madre.
La princesa Yabshi Pan Rinzinwangmo, 'Renji' con su madre.BENJAMIN KANG LIM

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