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Columna
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Chúpate ésa

Vicente Molina Foix

El Ayuntamiento de Madrid ya no sabe qué inventar para nuestro bien. Tras la instalación de los 2.666 bolardos que hacen el tránsito peatonal por las aceras mucho más espinoso que la lectura de la gran novela póstuma del escritor chileno, ahora ha dirigido su atención a nuestros oídos. Con el nombrecito que lleva, Campaña de concienciación sobre contaminación acústica, la nueva iniciativa yo la veo en sí misma un poco chillona, pero hay que reconocer que la imagen de los anuncios en prensa y paneles callejeros tiene pegada: un bebé dormidito con un chupete en la oreja (hay tanto vicioso suelto que la primera vez que vi el anuncio en la calle de Francisco Silvela, yendo yo con prisa, pensé que el niñín del póster lo que tenía ensartado en su pabelloncito era otra cosa). Debajo de la dulce foto, la frase primordial: "Madrid necesita descansar". El corolario de nuestros ediles resulta claro: el sueño es tan sagrado como la infancia. ¿Estará detrás de esta campaña la piadosa concejalía que regenta Ana Buttigliona?

Al cartel se le podrán poner peros, pero de lo que no cabe duda es del ruido madrileño. Es uno de los puntos en los que no me importa estar de acuerdo con el señor Ruiz-Gallardón, al que no le perdono que, un año después de mandar quitarlos y anunciar que iba a ponerlos en una contrata muy mejorada, siga sin obsequiar a los viandantes con los relojes urbanos, tan silenciosos ellos, y tan útiles. ¿Soy el único ciudadano en echarlos de menos? Volvamos a lo que nos une, dejando para otra ocasión lo que nos separa. "El ruido contamina nuestra ciudad de día y de noche. Piensa en los demás y baja tu volumen". Una verdad como un puño. Y no hay que pasar por alto la interesante ambigüedad literaria, muy propia de ese fino intelectual que es nuestro alcalde: "Baja tu volumen". ¿De voz, de cintura, de emisión de gases? Madrid, efectivamente, es una gorda infame, pesada y petómana, y todo lo que se haga para adelgazarla, para quitarle carnaza y dotarla de espíritu (que apenas ocupa lugar) es encomiable.

"Piensa en los demás". La ética del vecindario. Otro tema palpitante. Una amiga mía enloqueció por unos tacones, y no piensen ustedes en frivolidades de alta costura, como esos preciosos tacos en forma de aguja o estilete de filigrana que diseña el genial zapatero canario Manolo Blahnik, por cuya exposición suspendida hay ahora una guerra de ministras de Cultura: ni tanto, ni tan calvo. Los tacones enloquecedores de mi amiga no eran suyos, tampoco de Blahnik; los llevaba a todas horas su vecina del piso de arriba, una mujer que andaba mucho más que Pedro por su casa. Mi amiga no podía leer, ni concentrarse en su trabajo de correctora de pruebas, ni dormir, ni siquiera metiéndose en la trompa de Eustaquio de sus orejas tapones lejanos. El vecino es un lobo para el vecino. Que me lo digan a mí, que cada mañana me despierto con los aullidos que un nuevo inquilino del piso superior suelta al bañarse con la radio a todo volumen de emisión tóxica.

Pero Madrid es una ciudad de más de un millón de bocinas (según las últimas estadísticas), y por mucho que uno sufra la insoportable delgadez de las paredes de la propia casa, la peor contaminación se encuentra -como yo te encontré a ti, amable lector@- en la calle. El bienintencionado anuncio de la alcaldía me ha recordado una frase característicamente cínica de Jonathan Swift: "¿Cómo es posible esperar que las personas acepten un consejo cuando ni siquiera aceptan una advertencia?". El consejo de los mandatarios locales será desoído por una ciudadanía descreída y malcriada por el ruido, no siempre generado humanamente. Pues, ¿qué autoridad tiene el Ayuntamiento para pedir silencio cuando los mayores rugidos de esa selva urbana que es Madrid los dan los vehículos del llamado servicio público, incorregibles y prepotentes contaminadores de toda norma de convivencia pacífica? Las ambulancias, los camiones de la basura y los coches de bomberos, concebidos para traer alivio al dolor, a la suciedad y al fuego imprevisto, son -lejos de un control sonoro que se anuncia, tal vez se reglamenta, pero clamorosamente se incumple- el peor ruido de esos momentos nocturnos en los que incluso el vecino alborotador se ha callado. Un ruido que ningún chupete o sonotone que nos pongamos consigue paliar. Tal vez todo sea un sueño del alcalde, tan melómano él: Nessun dorma.

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