Mimesis simiesca
La falta de educación es una de las causas más habituales de la vergüenza, propia o ajena. Quien no aprende a comer con cierta corrección en su niñez suele pasarse la vida provocando la vergüenza, cuando no la grima, de los comensales en su mesa. Y a sufrir la propia si alguien le advierte. Esto sucede poco porque la gente educada no suele increpar a quienes no lo son. Pero todo tiene sus límites. En el Bernabéu estos límites se transgredieron el miércoles con un entusiasmo que debe avergonzarnos y darnos grima a todos. Está claro que las concentraciones multitudinarias por eventos deportivos, musicales o políticos, no son por definición nada selectas. Al abrigo de la multitud, los mal educados y energúmenos disfrutan de una desinhibición que los hace especialmente peligrosos. Y el gregarismo de la masa, ese instinto tan cobarde, incita al entorno al mimetismo en el vómito.
La sociedad británica sabe de esto más que ninguna otra y muchas veces ha tenido que avergonzarse de las gestas de sus maleducados por toda Europa. Hoy nos toca a los españoles y en especial a los madrileños pasar este sofoco y buscar remedio para evitar otro. Tras el "¡tierra, trágame!" que millones de telespectadores musitamos ante el televisor, ha llegado el momento de dejar claro que los insultados y ofendidos por la vergonzosa actitud de gran parte del público del Bernabéu somos los españoles, nuestra selección, nuestra bandera y el estadio que se convirtió en caja de resonancia de los grotescos aullidos. No los deportistas negros a los que pretendían zaherir. Los monos en el Bernabéu eran blancos. El hecho de que hasta aquí no aparezca en el texto el término "racismo" no trivializa en absoluto el lamentable espectáculo. Porque el racismo es la máxima expresión de la mala educación, de la bajeza de instintos primarios que jamás subsisten a una mínima formación en la empatía humana. El desprecio al diferente o al débil es lo peor que puede albergar el alma y, por tanto, la primera lacra en erradicar en cualquier aprendiz a ser persona.
Luis Aragonés no se siente racista y nada indica que lo es. Maleducado, sí. Su exabrupto en una conversación privada en un entrenamiento se podía haber zanjado con unas disculpas y algo de maña para evitar la provocación de unos diarios sensacionalistas británicos que ayer tenían motivos para brindar por la oprobiosa imagen dada por un Madrid que puja con Londres por albergar los Juegos Olímpicos de 2012. Vergüenza añadida deberían sentir los responsables de la Federación Española que no utilizaron la megafonía para acallar a tanto simio. Y todos deberíamos recordar siempre con qué facilidad pacíficos ciudadanos se convierten en masa insultante. Por esa senda ha acabado muchas veces en la historia convertida en jauría.
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