Ciudadano Recalde
Leyendo este libro se aprende mucho sobre el País Vasco, sobre la oposición al franquismo y sobre la resistencia contra ETA; y también sobre su autor, José Ramón Recalde, un profesor universitario y político de izquierdas a quien un terrorista intentó asesinar en septiembre de 2000, cuando acababa de cumplir 70 años. El atentado es el punto de partida de esta inmersión en la propia memoria para intentar descifrar el fundamento de la moral: por qué tenemos que hacer ciertas cosas aunque ello implique el riesgo de ser detenido por la policía franquista o de recibir un tiro en la boca.
Las generaciones que ahora llegan con tanto empuje desconocen que durante el franquismo era posible que la acusación de haber repartido propaganda a favor de una huelga que no llegó a producirse derivara en condena por rebelión militar, como les ocurrió en 1963 a Recalde y sus compañeros del Frente de Liberación Popular, el Felipe, un grupo de oposición de origen cristiano que luego evolucionó hacia posiciones marxistas y cantera de políticos de la transición. Bastantes de ellos acabaron en la socialdemocracia tras haber transitado por el izquierdismo sectario que siguió al 68 o, como mínimo, por la ruta de los compañeros de viaje de los comunistas, entre los que se reconoce Recalde.
FE DE VIDA
José Ramón Recalde
Tusquets. Barcelona, 2004
XVII Premio Comillas
378 páginas. 20 euros
Este reconocimiento conduce al autor a una reflexión sobre la paradoja de que la mayoría de los que se enfrentaron al franquismo lo hicieron desde ideologías no democráticas. Llevar hasta el final esa paradoja conduciría a la conclusión absurda de que los únicos demócratas que había en España eran los que no se enfrentaban a la dictadura; aquellos, dice Recalde, que "sólo pasivamente estaban por la democracia", y que son los que ahora reprochan a los otros su pasado izquierdista: "Me resulta difícil", concluye, "tener que hacerme perdonar (...) por los que no lucharon contra la dictadura en el momento en que deberían haberlo hecho y hoy despliegan su buena conciencia apuntándose a la democracia o a los nacionalismos sobrevenidos".
¿Por qué ese deslizamiento desde grupos pacifistas cristianos como Pax Christi hasta el marxismo? Porque frente a una dictadura brutal es difícil mantener un compromiso militante continuado si no es en nombre de un ideal tan grandioso como el que prometía el comunismo; y porque limitarse a reivindicar la democracia cuando en su nombre se oprimía y torturaba en Argelia, por ejemplo, era quedarse muy por debajo de lo que los jóvenes antifranquistas consideraban exigencia mínima en un momento en el que el centro de la atención estaba en las luchas anticoloniales.
Biografía intelectual y moral del autor, el libro constituye a la vez un compendio de la historia política del País Vasco en los últimos 50 años, reconstruida desde la doble mirada del teórico y del actor político; y esto último, a su vez, tanto desde la posición del militante clandestino como de la posterior de político y gobernante democrático: fue durante dos legislaturas consejero, primero de Educación y luego de Justicia, del Gobierno vasco de coalición PNV-PSOE. De ese cruce de miradas resulta un relato muy atrayente. A los más jóvenes les llamará la atención la convivencia de los nacionalistas de los años cincuenta y sesenta (como el lingüista Luis Michelena, amigo del autor) con la izquierda de la época, en contraste con lo que vendría después; sobre todo, después de la rebelión de Ermua y el ulterior pacto del nacionalismo con ETA cuya expresión pública fue el acuerdo de Lizarra.
Recalde no rehúye temas es
pinosos, como la aceptación acrítica de la violencia de ETA por gran parte de la oposición antifranquista, la tortura en un régimen democrático, la corrupción aflorada con gobiernos de izquierda. O los GAL: las reflexiones sobre esta cuestión son muy críticas, aunque no deja de establecer una distinción entre quienes estuvieron en contra del terrorismo de Estado cuando éste actuaba y quienes sólo lo estuvieron diez años después; ni de manifestar su indignación frente a ciertos moralistas del gremio intelectual que hicieron compatible su radical condena de los GAL con su comprensión hacia la violencia etarra hasta prácticamente la víspera de la aparición de esas siglas.
También es crítico (autocrítico, lo que dobla el interés del análisis con el valor del testimonio) con la política de los socialistas vascos en los gobiernos de coalición con el nacionalismo, incluyendo la política lingüística, en la que tuvo responsabilidades directas. Su conclusión es que, en política, tan responsable o más que el que engaña es quien se deja engañar. Como ilustración de lo que considera rasgo esencial en la mentalidad nacionalista -la dificultad para ponerse en el lugar de los demás-, relata la visita que recibió del lehendakari en el hospital tras el atentado; el empeño de Ibarretxe por convencer al hijo de Recalde de que "en Euskadi se vive muy bien", sin reparar en que a dos metros de distancia le estaba escuchando un hombre al que le acababan de atravesar la mandíbula de un balazo. Pero la imagen del mal absoluto es para Recalde la de los que mantuvieron secuestrado durante año y medio al funcionario de prisiones Ortega Lara, durante su juicio, riendo y haciendo bromas tras los cristales blindados mientras en la sala se rememoraba el suplicio de aquel hombre al que habían estado dispuestos a dejar morir allí abajo.
Denominación de origen
LAS MEMORIAS de Recalde están llenas de gente. Pero no en condición de público, mudo testigo de sus reflexiones, sino de personas que tienen sus propias opiniones y vivencias que el autor refleja con respeto y afecto. Son especialmente emocionantes las referencias constantes a su mujer, María Teresa Castells, -la librera de Lagun, símbolo de tantas cosas-, protagonista directa de muchos de los episodios evocados. Aunque confiesa su temprana inclinación hacia la cultura francesa, el sentido del humor de Recalde es tan inglés como su personaje favorito, Guillermo Brown. Hay en el libro numerosas muestras de ese humor, como cuando rememora su comentario ante el consejero de Agricultura del Gobierno vasco que había presentado un proyecto de decreto sobre denominación de origen redactado de esta guisa: "El pollo que pretenda obtener la denominación de pollo vasco de caserío será sacrificado a los (tantos) meses...". Recalde objetó que en esas condiciones ningún pollo pretendería tal reconocimiento. P. U.
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