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La dolorosa mirada de Rouault sobre el hombre se exhibe en La Pedrera

La Fundación Caixa Catalunya reúne unas ochenta obras del pintor expresionista francés

"Para mí, pintar es una manera de olvidar la vida; es un grito en la noche, una risa asfixiada", escribía Georges Rouault (París, 1871-1958), un artista de difícil clasificación que reflejó en su extensa trayectoria su visión atormentada del sufrimiento humano a través casi siempre de oscuras y expresionistas obras en las que predomina la temática religiosa y el retrato de seres marginales. La Fundación Caixa Catalunya presenta hasta el 13 de febrero en su sala de exposiciones situada en La Pedrera una retrospectiva de la obra de Roualt que reúne unas ochenta obras del artista.

Georges Rouault debía ser un bicho raro en el ambiente bohemio y vanguardista del París de primeros del siglo XX. Ferviente católico y ajeno en general a los experimentos formales de la vanguardia, se consideraba un lobo solitario que mantenía su personal lucha con un entorno que debía parecerle, pese a que obtuvo no pocos reconocimientos, en exceso hostil. Alumno del simbolista Gustave Moreau, de cuya casa-museo fue su primer conservador, sus primeras obras reflejan la influencia del maestro, aunque posteriormente se desmarcó de este estilo para realizar unas obras de marcado expresionismo en el que reflejaba de forma casi grotesca y en ocasiones descarnada a personajes marginales como payasos, prostitutas, pobres y también, en un estilo igualmente dramático, a jueces, una profesión que consideraba terrible pero que, como escribe John Berger en el catálogo, en cierta manera él ejercía en su pintura porque "una obra así sólo puede nacer de una visión que condena al mundo a priori". Esta misantropía de Rouault, especialmente en sus obras de juventud, la contesta el mismo artista en una entrevista de 1950 publicada también en el catálogo. "Hay quienes me señalan como un monstruo ensañado contra una humanidad que creo innoble y vil por prejuicio, según parece, y por puro placer. ¡No, ni hablar! [...] Algunos jamás han entendido mi pensamiento profundo ante esa humanidad que parezco escarnecer".

Lo cierto es que aunque Rouault compartió paredes con Matisse, Derain y Vlaminck en la famosa exposición del Salón de Otoño de 1905 que el crítico Louis Vauxcelles tachó de "jaula de fieras" -lo que dio nombre al fauvismo, la versión francesa del expresionismo-, su obra no acaba de encajar ni en el tradicional colorismo fauvista ni tampoco en el expresionismo nórdico. Sus influencias hay que buscarlas más en la tradición -desde Rembrandt al primer Vang Gogh pasando por Goya- y también en el arte religioso de los iconos bizantinos y de las vidrieras, ésta última una técnica que aprendió en su juventud, de donde pudo extraer el gusto por resaltar con una fuerte línea negra el contorno de sus figuras que destacaba sobre las casi siempre oscuras manchas de color que parecen querer desbordarse sobre las líneas.

"Yo creo que su pintura puede calificarse de expresionista, y de hecho ha tenido mucha importancia en el desarrollo de esta tendencia", indica Jean-Yves Rouault, nieto del artista y presidente de la fundación que salvaguarda el patrimonio de Rouault. "Pero no tenía relación con los experimentos alemanes, sino que trabajaba solo. Mi abuelo tuvo muy poca relación con la vanguardia y por supuesto estaba en las antípodas de la bohemia de la época. Era profundamente católico, con un fuerte sentido moral y familiar, y también un artista solitario y muy trabajador que, por ejemplo, sólo nos dejaba entrar a la familia una vez al año en el taller".

Rouault vivió varias crisis, y en una de ellas, con motivo del fallecimiento de su padre y de los horrores de la Primera Guerra Mundial, inició los trabajos de la serie de grabados al aguafuerte que tituló Miserere, realizados entre 1917 y 1927, si bien no fueron publicados hasta 1948, cuando fueron calificados por los especialistas como su obra más lograda. Se trata de un conjunto de 58 grabados de los que se exhiben 25 en la exposición en La Pedrera. La temática combina los temas sacros, especialmente diferentes versiones de la crucifixión o rostros de Cristo, así como otros que reflejan el sufrimiento humano. Aunque siempre abordó la temática religiosa, a partir de los años veinte las escenas bíblicas y la figura de Cristo predominan en unas pinturas que ganan densidad matérica en su pintura y también un mayor cromatismo.

Una de las salas de la retrospectiva de Rouault que se expone en La Pedrera.
Una de las salas de la retrospectiva de Rouault que se expone en La Pedrera.CONSUELO BAUTISTA

Quemando sus obras

Georges Rouault era un pintor lento que, explica su nieto, Jean-Yves Rouault, podía estar veinte años trabajando en una obra. Tenía varias en el estudio sobre las que iba trabajando hasta que las daba por acabadas, algo que no siempre ocurría. En este contexto se entiende su reacción cuando en 1948 quemó 315 obras inacabadas en su taller. Se trataba de unas piezas que había luchado por recuperar desde que habían quedado en manos de los herederos del marchante Ambroise Vollard. Éste le había comprado todas las obras de su taller en 1917 y se convirtió desde entonces en su representante exclusivo. El trato implicaba que Vollard le permitía ir trabajando en las obras inacabadas, pero a la muerte del marchante en 1939, sus herederos le impidieron el acceso a las mismas.

Rouault inició un largo juicio para recuperar estas piezas que finalmente ganó en 1947, por lo que recuperó unas 700 obras. Como consideraba que no tendría tiempo de acabarlas, Rouault decidió destruir una parte considerable en lo que fue un dramático y violento ejercicio del derecho moral del autor sobre sus obras.

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