Día de oración en las mezquitas
Los imanes se preguntan desde el púlpito por la misteriosa enfermedad de Arafat y lanzan acusaciones contra Israel
Ayer fue día de oración en las mezquitas palestinas. Numerosos imanes de Cisjordania y Gaza aprovecharon la ocasión para desbocarse en interpretaciones personales sobre la historia de su país y la agonía de Yasir Arafat. Mientras algunos acusaban a los israelíes de envenenar al presidente, otros lo acusaban de haber traicionado al islam. Sin embargo, todos concluyeron la oración pidiendo rezos para el líder moribundo.
"El Gobierno sionista ha envenenado al presidente Yasir Arafat", bramó ayer al mediodía desde el mimbar -púlpito- el imán Ibrahim Madeires, responsable de la mezquita del jeque Zayed, al oeste de la ciudad de Gaza, ante centenares de fieles que se habían congregado en el templo para conmemorar el cuarto viernes de Ramadán y recordar en sus oraciones al afligido Arafat.
La plegaria del jeque Madeires, un imán de reconocidas creencias radicales, se prolongó unos minutos, los suficientes como para calificar de "cerdos" a los gobernantes israelíes y recordar que muchos de ellos "habían cantado y bailado" la noche anterior al conocer las noticias de su empeoramiento.
Pero no fue el único. En el centro de la ciudad, en el barrio residencial de Rimal, también en Gaza capital, otro imán, Ibrahim Kawui, responsable de la mezquita de Jalifa ben Zayed, establecía con los fieles un silencioso diálogo.
"¿Cuál es esta misteriosa enfermedad que no es cáncer, en la que la sangre está contaminada y que los médicos no llegan a detectar ni aclarar?", preguntó en voz alta dirigiéndose a los fieles. Antes de que nadie se atreviera a dar una respuesta, el imán contestó a su propio interrogante con una sola palabra: "Israel". Luego, como tratando de aclarar las cosas, añadió: "Los israelíes han puesto veneno en la comida de Arafat para matarlo poco a poco".
No son comentarios aislados. Los imanes, descontrolados, no hacían sino repetir en clave religiosa lo que los rumores de la calle han estado filtrando durante esta última semana: el temor de que la enfermedad del presidente se deba a un envenenamiento. Una teoría que no ha sido descartada por los servicios de seguridad palestinos, que han a abrierto una investigación e interrogado a los cocineros de la Muqata.
Pero la interpretación desenfrenada de la historia se extendió a otros ámbitos, más allá de la salud de Arafat. Alcanzó su paroxismo en Yenin, al norte de la Cisjordania, donde un imán del campo de refugiados, vinculado a los movimientos fundamentalistas religiosos, acusó al presidente Yasir Arafat de apostasía. Recordó que diez años atrás se había casado en secreto con una cristiana ortodoxa, Suha, con la que había tenido una hija. Lo que en su opinión no le habilita para ser enterrado en Jerusalén. Con voz de trueno acabó: "Cualquiera que venga será mejor, siempre y cuando sea un buen creyente. Alá se apiade de él".
Hubo excepciones. Por ejemplo, la oración del viernes en la Explanada de las Mezquitas, en la ciudadela antigua de Jerusalén, transcurrió por los cauces habituales de "anormalidad", bajo la atenta vigilancia de un globo aerostático equipado con cámaras de televisión y centenares de soldados y policías de frontera. Se calcula que a la oración de ayer acudieron a este templo cerca de 150.000 personas. Una cifra récord si se tienen en cuenta los feroces controles establecidos por las fuerzas de seguridad israelíes, que impidieron acercarse a Jerusalén a los musulmanes menores de 50 años.
Las largas columnas de fieles, en su mayoría mujeres y hombres ancianos, abandonaron la Explanada de las Mezquitas en medio del silencio. No hubo ni un solo grito. Ni una sola provocación. Sólo miedo y resignación.
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