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Crítica:ESTRENO | 'Luna de Avellaneda'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Auténtico cine popular

Ante una película como Luna de Avellaneda, tercera parte de una especie de trilogía que su autor, Juan José Campanella, emprendió tras su regreso a su natal Argentina después de varios años de residencia en Norteamérica, conviene empezar con una aclaración: que el filme es, en la mejor acepción del término, el feliz fruto de una tradición, de un cine de honda raigambre popular que otrora dio considerables buenos resultados en muchos países (por citar algunos, Argentina, Italia, Francia; también en España, aunque no siempre) y que hoy vegeta en espera de tiempos mejores. Un cine hecho con retazos genéricos (aquí, una medida mezcla de comedia y drama), con actores de fuerte gancho público, pero también con la voluntad de contar historias de gente común, de vivencias a su manera heroicas, con las que sus destinatarios populares suelen identificarse de manera natural y sin necesidad de florituras. Y con una voluntad de discurso que la coloca claramente a favor de sus criaturas, desde un prisma ideológico de cercanía con las vicisitudes de sus personajes... y de sus destinatarios.

LUNA DE AVELLANEDA

Dirección: Juan José Campanella. Intérpretes: Ricardo Darín, Mercedes Morán, Eduardo Blanco, Valeria Bertucelli, Silvia Kutica, José Luis López Vázquez. Género: comedia dramática, Argentina-España, 2004. Duración: 146 minutos.

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Eso es pues Luna de Avellaneda: una película sobre la cotidianidad de un club social que conoció tiempos mejores (un club, como tantos otros en el Río de la Plata, creado por emigrantes gallegos o italianos), situado en un barrio que alguna vez estuvo orgulloso de su origen proletario y su vinculación con la industria agroexportadora argentina, pero que hoy recibe los bandazos de una crisis tan honda como inclemente. Vale decir que si El mismo amor, la misma lluvia hablaba de un individuo, y El hijo de la novia se centraba en una familia para mejor contar lo que ocurría en la calle, la forma sutil en que la Historia, así, con mayúsculas, se filtraba por los resquicios de unas vidas anónimas y las modelaba con sus certeras puñaladas, aquí el prisma se amplía hasta situarse en una comunidad, aunque los problemas siguen siendo los mismos: cómo hacer para llegar a fin de mes, de qué manera vivir las pulsiones inherentes al deseo (el amor, la pérdida), cómo resistir a los cantos de sirena de quienes pasan por encima de todo para lograr sus fines.

Con un elenco en el que repiten dos de los principales actores de las dos entregas anteriores, Ricardo Darín (flamante premio de interpretación en Valladolid) y Eduardo Blanco, más alguna actriz consagrada y espléndida (Mercedes Morán), algún descubrimiento deslumbrante (Valeria Bertuccelli) y un López Vázquez que luce mucho mejor que en los últimos años, Campanella compone un filme directo y convincente, tal vez un poco demasiado volcado a la verbosidad (se habla mucho aquí, y no siempre es necesario decir tanto), y con el norte claro: llegar a un público amplio y entregado.

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