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Reportaje:

El pozo sin fondo de Kabul

Miles de millones de dólares han llegado ya a Afganistán desde el fin de la guerra, pero décadas de carencias pesan más

Ángeles Espinosa

Los bloques de cemento, los alambres de espino y otras medidas de seguridad que protegen las organizaciones internacionales en Kabul desde el desalojo del régimen talibán dan una impresión equívoca. Frente a quienes los muestran como argumento de que la situación ha empeorado, las calles repletas de afganos constituyen un argumento contundente. Sin embargo, es cierto que muchas expectativas han quedado defraudadas. "¿Dónde han ido a parar los 4.800 millones de dólares que la comunidad internacional nos donó en la conferencia de Tokio?", preguntaba Wakil Mangal, uno de los candidatos en las recientes elecciones presidenciales.

"Debemos preguntar al Gobierno qué ha hecho con ese dinero", insistía Mangal durante la campaña, sin duda con el objetivo de atraerse a muchos de los afganos que se hacen la misma pregunta. A pesar de las transformaciones colosales que ha supuesto la desaparición de los talibanes, en muchos aspectos aún no se perciben cambios tangibles. Desde la falta de agua potable y electricidad hasta el poder omnímodo de los señores feudales, la mayoría de las regiones fuera de Kabul apenas han visto mejoras en su sistema de vida anclado en el medioevo.

"Esa percepción es fruto de las enormes expectativas que suscitó el cambio de régimen", defiende Patrick Fine, director de la oficina en Kabul de USAID, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. Karl Harbo, representante de la Comisión Europea, está de acuerdo. "La población esperaba que llegara la paz, la prosperidad y se resolvieran todos los problemas", apunta, "así que inevitablemente se sintieron defraudados tras la Loya Jirga y, con toda probabilidad, tendrán sentimientos parecidos tras estas elecciones". EE UU y la UE son los principales donantes a Afganistán.

"El alcance de lo conseguido es sorprendente. No hay lugar en Occidente donde se haya progresado tanto en tan poco tiempo", subraya Fine. En su opinión, lo que sucede es que "los afganos son muy exigentes", lo cual, afirma, "es uno de sus puntos fuertes". Fine relata cómo al ir a inaugurar una escuela, los responsables locales le presentaron una lista de necesidades añadidas. "Nosotros, desde luego, hemos desembolsado lo prometido en Tokio y estamos ya gastando el dinero que ofrecimos en Berlín el pasado mes de abril", asegura. Esta última conferencia comprometió 8.200 millones de dólares para los próximos dos años y medio.

Según Harbo, el resto de las donaciones de Tokio también se han hecho efectivas. "Lo que sucede es que no se han invertido en lo que se pretendía, que era la reconstrucción", explica este representante que en Afganistán se enfrenta a uno de los casos más difíciles de su dilatada carrera profesional. "Aquí nos encontramos con una situación humanitaria que absorbió todos nuestros esfuerzos iniciales: cuatro años de sequía, decenas de miles de desplazados a los que enseguida se unieron los retornados y un país asolado por la guerra", describe.

Otra de las partidas que se ha llevado un monto importante ha sido la Administración. "Los 200.000 funcionarios no habían recibido su salario en años y si queríamos poner el país en orden había que empezar por pagarles para poder exigirles que volvieran a trabajar por su país", argumenta Harbo. Todavía hoy la comunidad internacional sigue costeando esos sueldos, además de los de la nueva policía y el nuevo ejército afganos. "En 2003, el Gobierno sólo tuvo unos ingresos de 200 millones de dólares y este año apenas alcanzarán los 300", justifica.

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Así que lo que queda para reconstruir el país es mucho menos de lo que aparece a primera vista. Pero incluso con el resto, se afrontan obstáculos difíciles de superar a corto plazo. "El mayor de ellos es la falta de recursos humanos", defiende Harbo. Con índices de analfabetismo que rondan el 75% y años de aislamiento del exterior, hay que capacitar a la gente antes de emprender cualquier tarea. Además, la ausencia de materias primas, infraestructuras viarias y seguridad encarecen el coste comparativo por unidad hasta tres veces respecto a países vecinos.

Fine admite que la seguridad constituye aún un problema, en especial en ciertas áreas del país. "Restringe nuestros movimientos, pero hasta ahora no ha frenado nuestro trabajo", afirma. "Mi instinto me dice que la gente nos quiere allí porque hay mucho que hacer". Para el director de USAID, "el dinero nunca es suficiente y Afganistán aún no ha alcanzado el límite de lo que puede absorber". Harbo es más tajante: "Algunas áreas esenciales, como la agricultura o las fuerzas de seguridad, todavía carecen de fondos suficientes".

El propio Gobierno de Washington ha reconocido, en el último informe de la Oficina General de Presupuestos el pasado junio, que "el deterioro de la seguridad y lo limitado de los recursos han impedido avanzar en la reconstrucción". El texto, de 86 páginas, asegura que se necesitan mejoras en la estrategia de Estados Unidos en Afganistán. Otras fuentes más críticas atribuyen esas dificultades al vuelco de la atención hacia Irak.

"No imagino una situación en la que los afganos se muestren satisfechos con el esfuerzo de reconstrucción; siempre quedará más", admite Fine antes de poner como ejemplo la producción de electricidad. "Se ha duplicado respecto a hace tres años, pero aun así sólo llega al 12% de la población", expone. USAID ha financiado una nueva estación eléctrica en el sur. Tardará tres años en estar operativa.

Un funcionario de la ONU da instrucciones en un centro de recuento de votos en Kabul.
Un funcionario de la ONU da instrucciones en un centro de recuento de votos en Kabul.ASSOCIATED PRESS

Proyectos visibles y sostenibles

Los proyectos más visibles de EE UU y la UE en Afganistán son sendas carreteras. Mientras dinero de USAID ha financiado la ruta de Kabul a Kandahar, el dinero europeo está costeando el trayecto Kabul-Jalalabad. Ambas inversiones constituyen un primer paso para dotar al país (un 30% más grande que España) de una red de infraestructuras básica. Sin embargo, Karl Harbo, de la Comisión Europea, advierte de la necesidad de que los proyectos, además de visibles, sean sostenibles. "Es el reto para los próximos 5 y 10 años", dice.

"Es fácil construir carreteras hoy, pero en la medida en que crece la distancia entre construcción y mantenimiento, cada vez una mayor parte de lo que gastamos va a tener que destinarse a conservar lo que hemos construido", alerta Harbo, "estamos creando gastos para los que nadie sabe de dónde vendrán los fondos". En su opinión, esto es un peligro.

"No queremos que Afganistán se convierta en un país mendigo de por vida", subraya el enviado europeo. Sin embargo, hay actuaciones de la comunidad internacional que son contradictorias. La droga, por ejemplo. "Queremos erradicarla, pero el cultivo de opio es el único ingreso en las áreas rurales. ¿Cómo vamos a reemplazarlo? Ninguna otra cosecha alcanza ese valor", apunta.

Con motivo de las pasadas elecciones presidenciales, diversas fuentes han expresado su temor a que, si no logra poner freno al aumento de la producción de opio, la comunidad internacional esté indirectamente subvencionando un Estado narcotraficante. "Hay que revertir esa tendencia y comprometernos a un esfuerzo a muy, muy largo plazo", insiste Harbo.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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