Españoles en guerra
EL MINISTRO DE DEFENSA -arrastrando consigo al Gobierno socialista- se metió en un laberíntico jardín con su peregrina ocurrencia de hacer concurrir codo con codo a los actos conmemorativos del 12 de octubre a excombatientes españoles que lucharon a favor o en contra de Hitler -en la División Azul o en la División Leclerc- durante la Segunda Guerra Mundial. Esa torpe metedura de pata, impropia de la legendaria astucia de Bono, utilizó con fines simbólicos impropios a unos supervivientes del conflicto internacional que enfrentó a las potencias del Eje y a los países aliados entre 1939 y 1945: la idea de presentarlos como culmen de la reconciliación nacional entre los españoles que combatieron en la Guerra Civil es absurda.
El ministro de Defensa transforma en culmen simbólico de la reconciliación nacional la presencia de españoles sobrevivientes de la II Guerra Mundial que lucharon a favor y en contra de Hitler
La distancia temporal entre la fecha de hoy y 1936 es la misma que separa el año 1940 de la segunda carlistada o el año 1966 de la guerra de Cuba. Los supervivientes que estaban en edad de combatir durante la Guerra Civil tienen ahora más de 85 años, y no menos de 75 los que conservan vivencias directas del conflicto librado en sus años infantiles o adolescentes. Durante los años setenta, la transición de la dictadura a la democracia resultó posible gracias a la disposición mayoritaria de los ex combatientes del 36 (triunfadores y derrotados) y de las generaciones posteriores (hijos de los vencedores y de los vencidos) a establecer nuevas reglas para una reconciliada convivencia pacífica. Pero las guerras civiles son tragedias cuyos actores suelen desempeñar a la vez el papel de víctimas y de verdugos, y cuyos ecos tardan largo tiempo en apagarse: si las heridas abiertas por la revolución de 1789 cicatrizaron apenas en su bicentenario, la Guerra de Secesión (1861-1865) anima todavía la memoria de los americanos. Cada generación tiene el derecho -o al menos la costumbre- de enjuiciar el comportamiento de sus antepasados de acuerdo con sus propios criterios: nadie puede dar por clausurado un pasado susceptible siempre de revisión en el futuro.
Abstracción hecha de los permanentes debates sobre la hondura, la autenticidad y la estabilidad de la reconciliación nacional tras la muerte de Franco, el trabajo de duelo colectivo sobre la Guerra Civil no extiende de manera automática sus efectos catárticos a la represión desatada por los vencedores una vez concluido el conflicto, ni al alineamiento de Franco con el Eje cuando los nazis dominaban Europa, ni a cuatro décadas de dictadura. Miles de exiliados murieron en campos de concentración alemanes -como Matthausen- por culpa del franquismo, que les retiró la nacionalidad española y los entregó a los nazis. Franco aprovechó la invasión de la Unión Soviética en junio de 1941 para modificar el status de España como país no beligerante (un escalón por encima de la neutralidad) y enviar 18.000 soldados al frente oriental para aliviar el esfuerzo bélico nazi durante la II Guerra Mundial; en términos geopolíticos, Rusia no era sino una pieza más de la alianza contra Hitler. La División Azul (llamada así por el azul mahón de la camisa falangista) vestiría el uniforme alemán como 250 División de la Wehrmacht y sería repatriada a comienzos de 1944.
Al tiempo, otros españoles luchaban en el frente occidental contra los nazis, como maquis primero y como soldados regulares tras el desembarco de Normandía después. La compañía -la nueve- de la Segunda División Blindada del general Leclerc que liberó París en agosto de 1944 -como relatan Antony Beevor y Artemis Cooper en París después de la liberación (Crítica, 2002)- estaba formada por exiliados republicanos. La pretensión de situar bajo el mismo cielo protector a los supervivientes españoles de la II Guerra Mundial que combatieron a favor y en contra de Hitler es estrafalaria. Una cosa es que los jovencísimos Dionisio Ridruejo, Luis García Berlanga o José Luis Pinillos -para citar a tres grandes figuras de la cultura española que pelearían más tarde por las libertades- se alistasen hace 63 años como voluntarios de aquella condenable aventura; y otra bien distinta, que el ministro Bono instale hoy la División Azul en el altar de las glorias patrias.
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