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Columna
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La corteza del cerebro

Soledad Gallego-Díaz

Una cosa es tener sentimientos y otra ser sentimental. Lo segundo, venía a decir Robert Musil, indica que el sentimiento no ha aprendido a servirse de la razón: "Y entre ellos hay una diversidad de desarrollo tan grande como entre el apéndice del intestino y la corteza del cerebro". El ministro de Defensa, José Bono, gusta decir que a él le mueven mucho las tripas. Es posible que en la preparación del desfile del 12 de octubre se le impusiera "el apéndice del intestino sobre la corteza del cerebro".

Ésa sería una manera de explicar la extravagante presencia en el desfile conmemorativo de la Fiesta Nacional de España de un representante de la División Azul, una unidad militar que participó en una ceremonia de jura de fidelidad al Führer Adolf Hitler y que colaboró en la invasión de la Unión Soviética, haciendo lo que se suele hacer en esas ocasiones: atacar, bombardear, incendiar y matar.

Es seguro que entre los casi 40.000 jóvenes que integraron la División Azul hubo buenas personas. También las hubo, sin duda alguna, en Falange Española y habrá que confiar en que, pese a ello, al Congreso de los Diputados no se le ocurra ahora homenajear a uno de sus ancianos representantes, "a fin de contribuir al entendimiento entre los españoles".

Con el sentimentalismo se hace mala literatura (léase a Ramón de Campoamor: "Cuando oigo tus acentos, se vuelven tus ideas sentimientos") y, también, mala política. Otro ministro al que le preocupa mucho nuestra tranquilidad de espíritu es la titular de Vivienda, María Antonia Trujillo: ha decidido evitarnos "preocupaciones innecesarias" y para ello ha dado orden de negarnos el derecho a la información y suspender de cuajo la publicación de estadísticas sobre el aumento del precio de la vivienda. Pero, quizás, a los españoles no nos preocupen tanto las estadísticas como la existencia de un ministerio tan sentimental... y tan poco efectivo.

El mundo, como se ve, está lleno de ideas que no merecen la pena. Si, como decía José Bergamín, la calidad intelectual se mide por el tamaño de la papelera en la que van a parar las ideas tontas, da la impresión de que en otros muchos despachos hace ya muchos años que se han colocado unas papeleras diminutas. Por ejemplo, en todas las instituciones en las que rige la carcoma de la disciplina partidista. La disciplina quizá esté justificada en lo militar, aunque siempre que se recurre a ella sea para que se acaten órdenes incomprensibles (las razonadas se respetan por sentido común). Pero donde nunca debería existir es en instituciones como el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional o el Tribunal de Cuentas.

El problema en estas instituciones no es que sus integrantes sean conservadores o progresistas; ni tan siquiera que hayan llegado a esos cargos en virtud de la cuota del partido al que son ideológicamente más afines. Lo que irrita es que algunos no tengan el peso intelectual o la preparación y honestidad adecuadas y que sólo se haya primado su fidelidad, su disciplina militar. La consecuencia ha sido la eventual incorporación al Tribunal Constitucional de algún magistrado rayano en el fanatismo; de miembros del CGPJ faltos de honestidad o de intelecto, o censores de Tribunal de Cuentas incapaces de leer un simple pliego de licitación. Desde luego, ningún balance que justifique la gravedad y pompa con que se exhiben frecuentemente ante la sociedad.

Ahora el partido socialista quiere reforzar la mayoría exigida para el nombramiento de cargos judiciales de carácter discrecional, es decir, del Tribunal Supremo y los presidentes de otros altos tribunales. Es evidente que así se conseguirá algo positivo: limar la estruendosa inclinación conservadora (del PP) que presentan muchos miembros de esos tribunales. Es razonable, y muy de agradecer, que se quiera restaurar una cierta pluralidad ideológica. Pero eso no garantiza que vaya a desaparecer la increíble disciplina partidista que socava esas instituciones. Mientras que no se acabe con ella, mientras que los ciudadanos no comprobemos que los elegidos en la cuota de los partidos son capaces de votar en contra de los intereses políticos de sus "mentores" será muy difícil que se les conceda crédito. Y eso sí que es cuestión que afecta a la corteza del cerebro. solg@elpais.es

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