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La democracia del miedo

¿Cómo un demócrata puede negar el sacrosanto derecho democrático a que la ciudadanía exprese su voluntad ? o, de otro modo, ¿cómo se le puede negar a una institución (Gobierno o Parlamento) democrática el derecho a consultar a la ciudadanía bajo su jurisdicción? o, finalmente, ¿cómo se le puede negar al pueblo vasco el derecho a ser consultado y decidir sobre su futuro? Hasta aquí, y en apariencia, sólo en apariencia, todo impecablemente democrático o, incluso, mucho más democrático que el mecanismo representativo de nuestra democracia. En efecto, un demócrata no puede negar la voluntad popular expresada en las urnas, pero éstas no se convocan, ni se abren, ni se entienden de cualquier manera. El lehendakari, en su único, y último, argumento para justificar su obsesión nos suele hacer este tipo de pregunta retórica, que delata, aunque parezca ocultar, su verdadero talante autoritario y populista. Por lo demás, se siente más demócrata, si cabe, al verse inspirado y alentado por los restos, a medio reciclar, de una izquierda autoritaria de leninistas y trostkistas, mediocres y frustrados, que creen que la democracia plebiscitaria es la democracia directa y que ésta es intrínsecamente mejor que la democracia representativa en la que vivimos y construimos nuestro futuro. Por si fuera poco, nos dice que negar la voluntad popular expresada en las urnas, es decir, negar la posibilidad del plebiscito, o de "su plebiscito" (o consulta, que suena mejor o menos duro), además de antidemocrático, es tenerle miedo a la democracia. Nos lo dice alguien que administra, pero que no gobierna, en una democracia del miedo. No gobierna, porque no tiene o quiere la mayoría para hacerlo (la legislatura actual, como la anterior, habría sido un auténtico fiasco en cualquier democracia parlamentaria), salvo cuando se la facilitan los causantes o avalistas políticos de ese miedo y que, por si él lo ocultaba con su discurso onírico del Parlamento vasco, se lo vinieron a recordar los actores principales de ese miedo, que no son otros que ETA y sus cómplices. Por cierto, de quienes depende y a quienes se dirige, principalmente, en la promoción de su estratagema populista. Sin embargo, tampoco él se corta al cerrar este círculo vicioso del miedo, que consiste en prometernos el final de este castigo o, como él dice, la paz (coincidiendo plenamente con la definición del escenario de guerra de los terroristas), si cedemos a su chantaje: el derecho de los vascos a decidir sobre su futuro. Algo que no suena muy distinto a cuando los propios terroristas ponen broche a ese cierre autoritario, al prometernos que nos perdonarán nuestras vidas si aceptamos el derecho a la autodeterminación del pueblo vasco.

En el fondo, sigue siendo el mismo resultado y el mismo discurso del enfangamiento ético y político en el barrizal ignominioso y antidemocrático de Lizarra, cuando el pacto explícito de unos y otros sellaba la supresión de la sociedad vasca, mediante la eliminación de su pluralidad, la exclusión de los que no comulgaban con la visión étnica del país y la ruptura del pacto estatutario, auténtico acuerdo de convivencia democrática y fuente de legitimidad del poder nacionalista establecido. De ese mismo poder que el nacionalismo ha convertido en monopolio y control hegemónico de la sociedad vasca para usarlo contra la constitución democrática de esa misma sociedad. Por cierto, ¿alguien ha escuchado la más mínima rectificación política sobre tal pacto o ha podido comprobar en los hechos alguna marcha atrás? ¿Alguien ha visto en la democracia occidental alguna aberración semejante? ¿Cómo se puede explicar algo así sin coste para quien administra políticamente tal alianza estratégica? ¿Es que algo tan ilegítimo puede ser legitimado simplemente por los votos? Sin haber renunciado a nada de aquello, están tratando de aderezarlo con una retórica más digerible, pero el problema sigue siendo el mismo. Su democracia es la democracia del miedo y éste es su factor fundamental de poder.

Por eso les ponen tan nerviosos y tratan de deslegitimar las actuales reglas del juego constitucionales y estatutarias o la simple posibilidad o reivindicación de la alternancia por parte de los autonomistas. Por eso deslegitiman el marco constitucional o el consenso fundacional del autogobierno vasco o lo mucho conseguido hasta ahora (siendo ellos los grandes beneficiarios) o los éxitos evidentes de la estrategia antiterrorista de los partidos de gobierno españoles. Por eso, confundiendo legalidad (dudosa, incluso) con legitimidad y para curarse en salud, tratan de justificar la validez democrática de los apoyos parlamentarios de quienes avalan y justifican la democracia del miedo. Por eso les molestan mucho más las víctimas que los presos y se preocupan tanto de éstos y sus familiares. En el fondo, para ellos son más de la familia (la comunidad étnica) y más democráticos y legítimos los herederos de Batasuna (o SA), que los representantes populares o socialistas. Se necesitan, siempre se han necesitado, y convergen en sus objetivos, porque en una democracia sin miedo nunca éstos se podrían imponer. Lo de "en ausencia de violencia" es sólo retórica edulcorante, como se puede ver en lo que sucede cada día y en la agenda que se nos propone desde el nacionalismo gobernante. No es extraño, ni nuevo, este ejercicio de cinismo democrático, porque, al fin y al cabo, las víctimas de la violencia y la victimización del miedo no pertenecen, ni afectan, a su comunidad étnica. Eso sí, harán de su victimismo étnico el gran argumento legitimador de su estrategia de ruptura, sin poder ocultar, por el contrario, su autosatisfacción con lo conseguido (siempre arrancado y menos de lo debido o lo merecido). Son conscientes de que no cuentan con la sociedad vasca, no quieren contar con su concurso democrático, no les importa partirla en dos. Éste es un coste menor para ellos, ante el riesgo de perder su hegemonía. Para evitarlo necesitan la escenificación de una confrontación de legitimidades, la étnica y la democrática, la vasca y la española (en su versión), y eso sólo pueden hacerlo recurriendo de forma autoritaria a su versión populista y plebiscitaria de la democracia. Con su obcecación característica, no quieren reconocer que las cosas han cambiado y que hemos entrado en un nuevo ciclo político. Por el contrario, tienen el máximo interés en insistir a piñón fijo que no ha cambiado nada y que el Gobierno socialista es igual que el popular, o que los socialistas vascos son tan "realquilados" como los populares vascos, ambos inhabilitados étnicamente para gobernar el país, según ellos. Por eso, ante el fracaso de su estrategia parlamentaria y la complicación de su agenda de consulta, nos llevarán a unas elecciones plebiscitarias. Es verdad que cuentan con un poder institucional omnímodo, muchos recursos y una gran red clientelar, pero saben que ésta es su última oportunidad y no pueden resistirse a seguir obteniendo beneficios políticos de su democracia del miedo.

Francisco J. Llera Ramo es catedrático de Ciencia Política, director del Euskobarómetro de la UPV y autor de Los vascos y la política.

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