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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crisis en el PP gallego

Hace sólo unos meses, el Partido Popular se recreaba en su imagen monolítica, un bloque unánimemente blindado frente a un PSOE al que presentaba como corroído por diferencias territoriales. No era más que uno de esos espejismos que produce el poder y que se está disipando conforme el PP asimila las consecuencias de su derrota del 14-M. El liderazgo de Mariano Rajoy se enfrenta ahora en Galicia a su primera crisis interna de envergadura y con gran carga simbólica. Es el territorio del que proviene el secretario general del partido y donde gobierna su fundador, Manuel Fraga, además de una comunidad históricamente fiel al conservadurismo. Y el propio Rajoy, aunque trate de parapetarse detrás de Fraga, está implicado personalmente en la refriega. Los que amenazan con provocar una escisión son viejos rivales del líder del PP y del sector del partido que le es fiel en su tierra de origen.

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Aunque los cabecillas de la rebelión que arrancó en Ourense y ya se ha propagado a Lugo enarbolen la bandera de un "galleguismo" más bien difuso, la crisis es, como tantas veces, una descarnada lucha por el poder. Se dirime el control del partido en Galicia entre dos sectores que hasta ahora habían convivido a pesar de representar intereses, modos de entender la política y hasta realidades sociológicas distintas. Los rebeldes, llamados en la jerga interna el "grupo de la boina", son los administradores de los feudos rurales del partido, celosos de su autonomía territorial y con un cierto populismo regionalista como nutriente ideológico. Rajoy y sus fieles, llamados los "urbanitas" o "del birrete", representan la línea homologable al PP nacional, un sector que trataba de marcar distancias con los métodos de la otra facción -su clientelismo territorial- sin renunciar a los formidables beneficios electorales que les reportaban.

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El gran golpe llegó en enero de 2003, cuando la dirección nacional aprovechó el debilitamiento de la autoridad de Fraga durante la crisis del Prestige para cobrarse la pieza del hombre al que patrocinaban los barones como futuro líder regional, el consejero de Obras Públicas, Xosé Cuiña. Las expectativas de un triunfo electoral de Rajoy aplacaron las diferencias hasta marzo. Pero tras la derrota Fraga advirtió de que la situación podía estallar y anunció que el próximo año optaría al quinto mandato en la Xunta para "evitar que el partido se rompa". Los barones ya no confían en la autoridad del viejo patrón, a quien ven a merced de Rajoy, y se han sublevado. Emboscado entre dos bandos irreconciliables, Fraga, a punto de cumplir 82 años, puede verse obligado a convocar elecciones anticipadas en las peores condiciones para él.

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