El ruido, la furia y el fuego
'Diables' y pólvora en un centro de Barcelona ocupado por una multitud divertida
La salida de la multitud que ayer por la tarde llenó el recinto del Fórum, unido al corte de calles en el centro de Barcelona, y el consiguiente cierre de las salidas de la Ronda del Litoral que dan a Ciutat Vella, causó ayer, alrededor de las nueve de la noche, un notable colapso en la citada vía rápida. A los automóviles que abandonaban el Fórum se les impedía salir de la Villa Olímpica y el puerto, con lo que estaban obligados a ir hasta la Zona Franca para regresar por otras rutas al centro de la ciudad. Total, coches y coches que daban vueltas y vueltas mientras el centro de la ciudad ardía con la pólvora de los diables.
Todo era pólvora, humo, fuego, explosiones, algún que otro grito y carreras. Caras pintadas de negro, de rojo, de blanco. Era el correfoc de la Mercè 2004. En esta anual liturgia de combate entre diablos y bestias, y entre los propios ciudadanos, participaron ayer una cincuentena de colles, mayoritariamente de los barrios de Barcelona y de municipios del área metropolitana.
Grupos de jóvenes se ponían unos a otros pañuelos y gorras para protegerse
En la plaza de Sant Jaume, a las 20.15 en punto, el ensordecedor ruido de los trabucazos anunció un nuevo correfoc, una de las citas ineludibles de la Mercè, que este año traía una novedad: el edificio del Ayuntamiento de Barcelona estrenaba una denominada Puerta del Infierno de ochos metros -colocada a dos metros de la entrada real-, que daba al consistorio municipal un cierto aspecto maléfico. "Esto es la evolución urbana de los actos relacionados con el fuego que se han celebrado en los pueblos desde tiempos inmemoriales", explicaba Xavier Cordomí, director artístico del equipo de fiestas del Ayuntamiento.
A la hora convenida, el edificio engullía por la plaza de Sant Miquel cada una de las colles que atravesaban la parte interior del consitorio, que, como una bestia gigantesca y desquiciada, las escupía llenas de fuego y por la puerta oficial que da a Sant Jaume.
Poco antes de empezar el espectáculo, al que cada año acuden miles de ciudadanos de todas las edades, Jessica, de 18 años y con siete Mercès a sus espaldas como miembro de la colla Gegant del Pi, de Ciutat Vella, buscaba desperadamente un sitio donde hacer un pipí antes de actuar. "No me dejan entrar en los bares si no consumo algo, esto es un rollo y es injusto", se quejaba. No sabía qué hacer, pero le podía la emoción del estruendo de los cientos de tambores que calentaban el ambiente. "Esto del correfoc es corto pero muy divertido. Intenso", afirmaba.
En la plaza de Sant Jaume, mientras se ultimaban los detalles, grupos de jóvenes se preparaban y se ponían unos a otros pañuelos, gorras, capuchas y alguna que otra gafa de soldador para protegerse del fragor del fuego, las chispas y el humo. A lo largo del recorrido, desde esta plaza de Barcelona -con un Palau de la Generalitat con puertas abiertas y un Ayuntamiento que supuraba humo de color rosa, naranja y blanco- hasta el Pla de Palau, donde estaba ubicada la Delegación del Gobierno, más de 40.000 petardos explotaron por las calles repletas de gente, que con un miedo domesticado, reclamaba fuego y ruido por un rato. Sólo los niños más pequeños, que aún no entienden la fiesta como un combate figurado, se tapaban los oídos y soltaban algún que otro sollozo.
La suma de Fórum y Mercè ha hecho de Barcelona una suerte de concurrido supermercado global. La feria Mónraval, ya clásica entre los degustadores de lo étnico, se ha desplazado este fin de semana de la Rambla del Raval a la cercana plaza dels Àngels.
Entre zoco y mercadillo de fiesta mayor, ofrece casi de todo: tapices indios y afganos, masajeadores de cabeza australianos, parafernalia antifascista, mango en zumo o ceviche, instrumentos para malabaristas, cervezas europeas, chales y artesanía argentinos, camisetas con dioses hindúes -"Made in Tailandia, porque en la India está prohibida su reproducción en ropa", aclara el vendedor-, silbatos que imitan el canto de pájaros.
Además, gastronomía árabe, desde los casi nostrats cuscús y falafel hasta las samosas, empanadillas paquistaníes de patata, guisante y picante. "Aunque hemos vendido mucho, preferimos estar en la rambla. Nos sentimos como en casa", precisa el vendedor.
Buenas dosis de filantropía se concentran en el Passeig de les persones, en el tramo del paseo de Gràcia fugazmente conquistado al tráfico rodado entre la calle de Aragó y la plaza de Catalunya. En la tienda de comercio justo aseguran que tratan directamente con cooperativas de trabajadores, a los que aseguran un sueldo digno, lo que explica en parte el sobreprecio de algunos de sus productos internacionales. La otra parte son "las tasas que el Gobierno cobra por su entrada", aclaran. 250 gramos de café de Colombia a 2,90 euros. "Es una cuestión de conciencia", se encoge de brazos una vendedora. Un matrimonio discute la motivación. Ella abunda en la conciencia. Él, que se define como cafetero, sostiene que el carácter ecológico del café, sin pesticidas, redunda en un mejor sabor.
Además, un sinfín de ONG: África negra -donde se hacen trenzas de colores por dos euros-, sida... Y una editorial que hermana en el estante el diario confesional Catalunya Cristiana con una revista de temática homosexual que incluye un informe de título Ser madre lesbiana y un editorial con las Últimas victorias del movimiento gay y lésbico.
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