Napoléon en Bagdad
El ministro francés Villepin afirma en su último libro que Bush ha repetido en Irak el "error fatal" de Bonaparte en España
Sentado en una terraza de la orilla derecha del Sena, sobrevolando el paisaje espectacular del París que rodea a la Torre Eiffel, un alto funcionario europeo calibraba hace unos días las posibilidades de George W. Bush y John Kerry para las elecciones en los Estados Unidos: "¡Qué distinto podría ser el mundo con una coalición de europeos y de los demócratas norteamericanos!", comentaba. La deducción no es muy distinta a la que se desprende del último ensayo de Dominique de Villepin, ministro francés del Interior, que expone su visión de la crisis iraquí desde la parte de Europa que se opuso a la coalición de EE UU, Reino Unido y lo que en 2003 era la España dirigida por José María Aznar.
"Francia sabía que la apertura de un nuevo frente militar ayudaría a las fuerzas del caos"
Tras filtrar la nube de lirismos en que el autor envuelve al lector, lo que queda es un análisis del "imperialismo mesiánico" de los neoconservadores norteamericanos, que con su opción de atacar a Irak han entregado un país clave de Oriente Próximo a "las fuerzas del caos".
En busca de argumentos para corregir el rumbo de colisión, el autor recurre al "error fatal" cometido por Napoleón Bonaparte con su expedición a España de 1808. "Concebida con una lógica militar de guerra preventiva contra Inglaterra, la intervención francesa (en España) tuvo el efecto inverso del que había buscado. No sólo precipitó la caída del Imperio napoleónico, sino que también desacreditó gravemente los ideales de la Revolución, retrasando, en condiciones dramáticas, la marcha de España hacia la democracia".
Después de seis años de guerra en la Península Ibérica, el Gran Ejército napoleónico fue empujado más allá del Bidasoa tras dejar miles de muertos porque, como había observado un tal Robespierre, "a nadie le gustan los misioneros armados".
En el tiempo presente, un país como EE UU, fuente de democracia, de genio tecnológico y de prosperidad económica, "patria del idealismo wilsoniano y de las Naciones Unidas" -todo ello en palabras del ministro francés- sufre los atentados del 11-S y esto propicia una revolución de la doctrina estratégica, cuyo eje principal pasa a ser los golpes preventivos. "De nuevo se enfrentan dos concepciones tradicionales de las relaciones internacionales: la de Hobbes, que privilegia la fuerza, y la de Kant, que da la primacía al derecho".
Liberada del temor al enfrentamiento entre los bloques del Este y del Oeste, la "comunidad internacional" estaba poniendo a punto un método de control de programas de armamentos clandestinos a lo largo del mundo. Pero el ataque a Irak lo estropea todo. "Francia estaba convencida de que la apertura de un nuevo frente militar facilitaría el trabajo de las fuerzas del caos", escribe De Villepin, no sin resaltar que Colin Powell, inicialmente partidario de no romper con la "comunidad internacional", hubo de rendir las armas ante "la pujanza del Pentágono y la determinación de la Casa Blanca".
Todavía la resolución 1441 de Naciones Unidas, adoptada el 8 de noviembre de 2002, "fue un éxito del trabajo multilateral", "la afirmación de una verdadera comunidad internacional"; pero duró poco, por la voluntad norteamericana de sustituir "una lógica de cooperación" por otra militar. Y vino la fractura de Europa. "La cumbre de las Azores del 16 de marzo puso a la ONU fuera de juego, marcando el fin de la etapa multilateral". Francia y Alemania se mantuvieron en sus trece: "Muchos querían creer que nos alinearíamos, sin decir palabra, renegando a la vez del trabajo realizado por los inspectores (en Irak) y del mandato fijado por el Consejo de Seguridad. Rechazamos entrar en esa lógica, por fidelidad a nuestros principios".
Una vez derribado el régimen de Sadam Husein, "Irak se convirtió, en pocos meses, en una verdadera plataforma regalada a la acción de los grupos terroristas". El ex jefe de la diplomacia francesa se detiene en la gangrena creciente de los países vecinos -Siria, Arabia Saudí- y en las amenazas al territorio europeo (11-M en Madrid); resalta la instalación general del miedo y la aparición de las peores derivas de la tortura y la infamia en la forma de ejercer la ocupación norteamericana. "Una gran democracia, como EE UU, llega así a pisotear los valores que antes defendía, efecto de las desviaciones del espíritu de conquista".
¿Y ahora, qué? Para el ministro francés, la crisis iraquí no constituye un incidente más en la gran marcha del mundo, sino que "abre un divorcio posible entre culturas y religiones diferentes". A la hora de las conclusiones, De Villepin se muestra cauto y prefiere refugiarse en metáforas como la que da origen al título del libro, Le requin et la mouette (El tiburón y la gaviota) para elogiar la reconciliación entre los contrarios. Nacionalista francés hasta la médula, De Villepin invita a sus compatriotas a dejarse de "peleas de campanario" y a entrelazar definitivamente el destino de su país con el de Europa.
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