"Quiero morir en Cuba"
Maradona podrá regresar esta semana a La Habana a curarse de su adicción tras aceptarlo el juez y ante la resignación de su familia
Antes de partir hacia La Habana, lo que hará con toda probabilidad el martes, con una última y tristísima mirada que echó hacia atrás, parecía preguntar a todos los argentinos: "¿Qué mal les he hecho?". El pelo corto, la cara lavada, afeitado, la ropa limpia, bajo el efecto de pastillas, recién salido del tratamiento psiquiátrico de choque para controlar su adicción a las drogas que debe seguir ahora en Cuba con un internamiento de otros dos meses, Diego Maradona es hoy un niño grande, hinchado, obediente, que ya no se desencaja de risa y a cambio se emociona y llora cada día sin motivo aparente. De un modo u otro, con hechos o con palabras, a poco más de un mes de cumplir 44 años, Diego comprende al fin la resonancia mortal para él de la mezcla entre la cocaína y Argentina.
"Aquí están locos. Uno dice que es Napoleón y nadie le cree. Yo digo que soy Maradona... y no me creen", dice Diego
Hace poco más de cinco meses, cuando regresó a Buenos Aires después de un año y diez días de residencia en Cuba, estaba gordo y feliz de ver a su familia. Desde entonces una ambulancia le recogió dos veces después de consumir cocaína en la residencia de los "amigos" que le habían alojado en el gran Buenos Aires, se libró de la muerte "por un milagro" después de amanecer siete días en coma, asistido por un respirador artificial, y, finalmente, fue encerrado contra su voluntad en una clínica para enfermos mentales. Los médicos que le atendieron allí concluyeron al fin en diagnosticar que Maradona no es conciente de su enfermedad y tiene "alterada su capacidad de juicio".
"Acá todos quieren un pedacito de Diego, nadie parece darse cuenta de que en realidad es un milagro que todavía esté vivo", dice el doctor Alfredo Cahe, médico personal y amigo del ex jugador. "A la hora de la verdad nadie se hace cargo", añade. Donde estaba no podía seguir. Maradona es un adicto a la cocaína con una cardiopatía considerada grave y síntomas vinculados, pero no un "enfermo mental". Sí lo es físico y la luz de alarma se enciende a su alrededor una y otra vez. La última, ayer, cuando tuvo que ser atendido de urgencia en una clínica privada al sufrir una complicación pulmonar.
El propio Diego, hablando de los pacientes con los que ha tenido trato diario, contaba, como una broma: "Están todos locos, hay uno que dice que es Napoleón y nadie le cree; otro que dice que es Gardel y tampoco le creen. Yo digo que soy Maradona... y no me creen".
A otro le llamaba Giusti, como a su ex compañero en el centro del campo del equipo argentino de 1986 en México, "porque iba y venía todo el día de un lado a otro, no paraba nunca de caminar la cancha, como el gringo Giusti, y yo le decía: Giusti vení al ataque, y el tipo venía, Giusti baja a marcar, y el tipo se daba la vuelta y caminaba para el otro lado".
Los centros de recuperación de adictos a las drogas que funcionan en Argentina no aceptaron recibir a Maradona. "Por una razón o por otra, algunas comprensibles, pero todos pusieron excusas", explica el doctor Cahe. Temían el acoso de los fanáticos y de la prensa. Y la reacción del resto de los internos. En las tres últimas semanas la situación se agravó a pesar de que le autorizaron "salidas terapéuticas" para jugar al golf o visitar a sus padres. Maradona se resistió a seguir la dieta y el tratamiento. Pidió una audiencia con el presidente Néstor Kirchner, al que le explicó su situación, y concedió además una entrevista exclusiva a una cadena de televisión, por la que cobró 30.000 dólares (24.410 euros), para reclamar públicamente que le dejaran marcharse a Cuba. Pasó de los picos de furia a los abismos de la depresión. Hasta amenazó con matarse.
El juez encargado de autorizar el viaje, Norberto García Vedia, aclaró la situación legal: "Cuando le ingresaron en la Clínica del Parque, contra su voluntad, las tres hermanas de Diego pidieron la intervención de la justicia. Los médicos recomendaron luego su traslado a una comunidad cerrada, pero la familia no quería que viajase a Cuba". Antes de decidir, el tribunal pidió informes y garantías a la embajada de Cuba en Buenos Aires sobre el Centro Nacional de Salud Mental de La Habana.
Raúl Maradona, Lalo, uno de los hermanos de Diego, admitió que la familia"está muy mal" y que aceptó la decisión del juez, de autorizar la salida del país de Diego, "porque no quedaba otra". Raúl pidió al presidente de Cuba, Fidel Castro, que ahora "se haga responsable de Diego". El gobierno cubano se comprometió a cumplir con las recomendaciones del juez y pagará los gastos del tratamiento durante 60 días, estimados en unos 15.000 euros. Durante esos dos meses sólo podrán visitarle, en días y horarios previamente establecidos, dos familiares directos. Después, si los médicos autorizan el traslado, Maradona podría regresar a las cabañas que ocupaba en el centro de rehabilitación La Pradera, cerca de La Habana.
Quienes le visitaron cuando estaba allí durante los últimos tres años, recuerdan que "en Cuba nunca tuvo una crisis cardiaca ni problemas serios. Hacía su vida sin que nadie le molestara, estaba tranquilo y no se descontrolaba". Allá va entonces Diego, de regreso a La Habana, a intentarlo nuevamente, sobrecargado de una tristeza probablemente infinita. Si fuera por él, dejaría agonizar al Maradona que fue en Buenos Aires. Aún cuando algunos se niegan todavía a escucharle, antes de partir Diego le puso palabras muy claras a su deseo. "Quiero morir en Cuba", dijo.
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