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SEIS MESES DESPUÉS DEL 11-M
Columna
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Del 11-S al 11-M

Antonio Elorza

Hay fechas de recuerdo gozoso, así el 20 de noviembre, pero también días nefastos, como el 11 de septiembre que en pocas décadas nos ha hecho vivir el golpe de Pinochet en Chile y el monstruoso atentado de Al Qaeda, con el cual se abre un nuevo siglo cargado de los peores augurios. Y hace sólo unos meses, a modo de secuela del 11-S, nuestro 11-M. Entre ambos, el goteo de atentados terroristas, unos abortados, otros como el de Bali causantes de cientos de muertes. Por si fueran escasos los logros de la táctica de terror paciente practicada por Al Qaeda, la desatinada invasión de Irak ha servido para inaugurar un nuevo vivero de terroristas. En segundo plano de la actualidad habitual, pero con una cosecha de sangre comparable, el terrorismo checheno, enfrentado a la ocupación rusa, crea uno tras otro escenarios de horror. Todo ello sobre un telón de fondo de matanzas olvidadas, del tipo de la sufrida por las minorías cristianas y animistas en Sudán a manos de un militarismo islamista, con el beneplácito hasta ayer de los progres del mundo y de Estados Unidos merced a los buenos oficios de Arabia Saudí.

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En lo esencial, el balance de tanta barbarie no ofrece dudas. Tenemos ante nosotros, y el nosotros no es sólo Occidente, un movimiento de oposición a la modernidad, el terrorismo islámico, que gracias a sus fundamentos doctrinales se encuentra preparado para sembrar el terror a escala mundial, como en aquellos cuentos de personajes malvados que leímos en nuestra infancia, o que contemplamos en las primeras películas de James Bond. Señalar su naturaleza y sus orígenes tiene tan poco de islamofobia como de germanofobia tuvo el pensamiento democrático opuesto al nazismo. En la vertiente opuesta, la llamada "guerra al terrorismo" puesta en marcha por George W. Bush desde los Estados Unidos, con la excepción del episodio de Afganistán, ha sido un fracaso estratégico, no sólo incapaz de destruir la trama de Bin Laden sino que al actuar confiando únicamente en la sacralización de la propia causa y en el recurso a la guerra viene a legitimar la actuación de Al Qaeda ante la opinión musulmana mundial y a crear en Irak un foco incontrolado de prácticas terroristas.

Antes de eso, a diferencia de José María Aznar en el 11-M, George W. Bush fue un consumado actor que convirtió la tragedia en catarsis colectiva, a partir de la cual él y su círculo de ultras desplegaron a los cuatro vientos la bandera de un antiterrorismo que utilizaron como cheque en blanco. Y sin pararse ante la violación de los derechos humanos, botón de muestra Guantánamo, ejemplo de la degradación de la democracia y del grado de deshumanización que el terrorismo puede provocar. Surge la espiral de la barbarie. Fue así como la estrategia de la tortura adoptada por el Ejército francés durante la guerra de Argelia, en respuesta a los atentados del FLN, tal y como explica aun hoy con satisfacción el general-verdugo Ausaresses, sirvió de patrón a las monstruosas violaciones de los derechos humanos en Argentina, Chile y Brasil. El terrorismo crea la impresión de que el Estado de derecho resulta inútil para combatirlo, y el efecto es perverso.

La lucha antiterrorista requiere análisis científico, tanto del papel de los textos sagrados y de los factores que promueven la militancia en el terror, como de su sustrato social y de su tecnología. Requiere asimismo la generalización de un sentimiento de solidaridad y de amor, dirigido en primer término hacia las víctimas. El odio debe ser patrimonio exclusivo de quienes practican el terror. La división de los demócratas o los encubrimientos, como el de la prolífica especialista que un año después del 11-S ponía aún en cuestión la autoría de Bin Laden, impiden que la sociedad busque la comprensión de la génesis ideológica y social de la estrategia terrorista. Primero hay que conocer, luego poner en marcha los mecanismos para impedir que siga difundiéndose en mancha de aceite el adoctrinamiento del islam integrista. Es este aspecto el que todavía sigue marcado entre nosotros por la debilidad después del 11-M, por contraste con la espléndida movilización tras los atentados, libre por completo de xenofobia y cargada de sentimiento humanitario, sin apoyo a una revancha emprendida a los acordes del God bless America! Ésta parece la vía a seguir, siempre que no lleve a la pasividad frente a un enemigo implacable.

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