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Reportaje:MATANZA EN RUSIA

Una profesora en el infierno

La maestra Svetlana Kózireva se arrastró a gatas por encima de cadáveres quemados para huir durante la masacre

Svetlana Kózireva, maestra de primaria, de 33 años, en la escuela Número Uno de Beslán, se había incorporado el 1 de septiembre, después de dar a luz a Aminá, su segunda hija, y pasar con ella todo el primer año. Ahora que la pequeña ya tiene 15 meses podía retomar en cuarto grado a sus 27 alumnos, de quienes había sido profesora en primero y en segundo. Pero no alcanzó a darles ni una sola clase antes de que comenzara el infierno...

"Tres murieron, una está desaparecida. Tengo miedo de llamar por teléfono a las casas de mis otros alumnos, temo que me digan que perecieron", dice Svetlana, que se salvó de milagro.

Recuerda que los cursos estaban formados en el patio y que iban a comenzar los discursos de inauguración del año escolar, cuando alguien gritó: "¡Un comando!". Muchos creyeron que era una broma, pero cuando levantó la cabeza vio cómo de un camión militar comenzaban a saltar hombres armados de Kaláshnikov. Algunos niños atinaron a salir corriendo y escapar, mientras los secuestradores empujaban a los cientos de personas que habían ido a la fiesta -alumnos, profesores, padres, amigos, curiosos- hacia el interior de la escuela. Svetlana calcula que los rehenes superaban los 1.500.

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"Los terroristas rompieron las ventanas y la mayoría entramos por ellas; después, alguien abrió la puerta del gimnasio y nos empujaron a todos allí. Cada uno se sentó donde pudo. Yo quedé bajo la canasta de baloncesto. Al principio hubo escenas de pánico, los niños no se sentaban como les exigían los terroristas, y entonces un hombre, un padre de algún alumno, se levantó y comenzó a tratar de tranquilizarlos. Los terroristas lo mataron a tiros, para asustar a todos, y los niños se sentaron en silencio. Tendieron un cable con explosivos de una canasta de baloncesto a la otra, y por todo el perímetro de la sala, y un cable pasaba también en el piso por un corredor como de un metro de ancho que abrieron entre los niños y los adultos que estaban en el gimnasio. Todos los explosivos estaban unidos por cables", recuerda.

Después de minar el gimnasio, subieron con la directora a su despacho en la segunda planta para tratar de hablar con los dirigentes de la zona. Llamaron al presidente Alexandr Dzasójov, pero nadie se puso. Lo mismo con el de Ingushetia, Marat Ziázikov, y así con los otros. "La directora volvió horrorizada: '¿Saben? Nadie responde, nadie quiere entrar en comunicación [con los secuestradores]'. Entonces comenzamos a buscar a Larisa, la esposa de Teimuraz Mánsurov

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[dirigente del Parlamento local], porque pensábamos que había venido con sus niños, que estudian en el colegio, pero no estaba

Svetlana explica que sabían que los terroristas no les harían nada a los

alumnos. "No tocaban a los niños y a las mujeres tampoco. Cuando ordenaron entregar los teléfonos móviles, y no todos lo hicieron, mandaron a dos mujeres suicidas, que llegaron con sus cinturones de explosivos, a que revisaran a las madres. Fue la única vez que las vimos, el primer día. Estaban encapuchadas, a diferencia de los hombres, que se descubrieron las caras y llevaban las máscaras a modo de gorro", dice Svetlana. Llamaron de nuevo a Mánsurov, pero nada. Sólo consiguieron hablar con su casa. Fue precisamente después de que no encontraran un interlocutor cuando los terroristas dejaron de darles agua. Eso ocurrió hacia el final del primer día de secuestro. "Vosotros habéis declarado una huelga de hambre total hasta que no venga Dzasójov", les anunciaron. El presidente norosetio no se atrevió a ir a la escuela, condenándoles a beber su propia orina y a no probar bocado. Es por eso que muchos piden su dimisión. Hasta entonces habían traído agua para los niños y algo de comer: unos dátiles, algunas galletas y les habían dado leche en polvo a los bebés, que estaban en una sala contigua. Las madres la disolvían en las palmas de sus manos y se la daban a sus pequeñines.

"Periódicamente se llevaban a los hombres. No todos regresaban, seguro que los ejecutaban. Algunos volvían heridos. Cuando se llevaron a uno con uniforme de policía, pensé: 'A éste no lo volvemos a ver', y así fue".

Svetlana no cree que hubiera primero una explosión en el gimnasio, como dice la versión oficial. "Todo estaba unido por cables. Si explotaba una bomba, estallaban todas. Dicen que explotó una en la canasta de baloncesto. Pero yo estaba debajo de ella, y estoy viva. Y los arcos están enteros. No sé, no entiendo".

Cuando todo se cubrió de humo y polvo, Svetlana perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí vio el infierno. "No había nadie vivo, y muchos, muchos niños yacían bajo los escombros del techo que se desplomó. La segunda explosión seguramente ocurrió desde fuera de la escuela y abrió un boquete. Hacia él me dirigí. Me arrastré a gatas prácticamente por encima de los restos de los niños quemados. Y sólo veía manos, piernas, cabezas", dice quebrándose en llanto al rememorar ese horror. Cuando salió por el boquete, vio que unos 15 o 20 niños corrían; fue en esa dirección mientras oía y veía los disparos: desde las casas contra la escuela y desde el colegio contra todos. No se explica cómo no le alcanzó ninguna bala.

Investigadores analizan pertenencias de las víctimas de Beslán.
Investigadores analizan pertenencias de las víctimas de Beslán.REUTERS

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