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Columna
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Universo biblioteca

Un universo de apuntes, miradas, rotuladores fluorescentes, cigarros y charlas se concentra estos días en las bibliotecas. Tanto en junio como en septiembre, los jóvenes crean un microcosmos único y propio en torno a las mesas de estudio y las escaleras de las salas de lectura. Once bibliotecas públicas de las 118 que existen en la Comunidad de Madrid abren 24 horas, y tres más de la Complutense amplían su horario para que los estudiantes preparen los exámenes de septiembre. Esta medida ya fue aplicada por primera vez el junio pasado y logró atraer a 27.000 estudiantes.

Las bibliotecas se convierten, en estos tiempos, en una segunda residencia para el medio millón de madrileños que trabaja tanto para remontar asignaturas pendientes como para superar la nota de Selectividad los próximos días 15, 16 y 17. La biblioteca es una última escala obligada en el viaje de vuelta al curso, una especie de tenso purgatorio donde se ha de aguardar hasta el día del examen final. Los chavales, morenos tras sus ya olvidados días de playa, se broncean ahora bajo los flexos mientras comprimen en su memoria leyes y fórmulas que se hacinan junto al recuerdo reciente de noches de alcohol y mañanas de paz.

Los estudiantes se dividen en dos grupos, los que estudian en su cuarto y los que lo hacen en salas públicas (en realidad existe una tercera categoría: los que no estudian en ningún sitio). Las razones para escoger las bibliotecas suelen ser la imposibilidad de concentración en casa por causas ajenas, es decir, un hermano pequeño que llora, un calor asfixiante o la ausencia de una mesa propia en la habitación; las numerosas distracciones que ofrece el hogar: nevera, música, cama, teléfono, Play Station, tele y familiares; y que uno se lo pasa mejor en la biblioteca.

Las bibliotecas no sólo ofrecen un clima de silencio y aprehensión mucho más propicio para el estudio, sino que allí están los amigos que ayudan a estudiar y a relajarse. Tras un verano alejados de los compañeros o las novias, la sala pública se presenta como un escenario idóneo para pasar casi todo el día. Los descansos al aire sofocado de la tarde o la brisa de la madrugada son momentos de recompensa que evocan el sentimiento de descanso merecido experimentado durante las vacaciones.

La muestra de que la biblioteca es un lugar íntimo para los jóvenes es que la elección del centro no sólo está condicionada por su cercanía y especialidad sino por el tipo de ambiente que se respira. Hay bibliotecas de gente más pija, como las facultades de Derecho, y más indies como las de Biológicas. Los chavales tienden a agruparse en palos tanto en el ámbito del ocio como en el del trabajo.

El estudio en septiembre es un castigo. Los exámenes ya se presentaron a final de curso como un escollo, pero los de ahora se afrontan con la sensación de encarar una condena. Este sentimiento potencia las amistades, pues a la fraternidad ya establecida basada en la diversión se suma en la biblioteca la complicidad de compartir una lacra. Los ratos de recreo están contagiados de la euforia del receso y del alivio de no sentirse solo.

Las bibliotecas se tornan, pues, lugares de consuelo y acción, minados también por la tentación de salir constantemente a charlar o a fumar y por el reclamo erótico de los cuerpos morenos anhelantes de placer y necesitados de liberar tensiones. Codiciados por los beneficios del silencio y del encuentro consolador y lúdico, muchas bibliotecas se colapsan en estos tiempos. Largas colas de estudiantes aguardan a la apertura de las puertas para coger unos sitios que se coparán en diez minutos. Un tercio de las 26 bibliotecas municipales están cerradas en septiembre. El Ayuntamiento no sólo podría gestionar mejor estos espacios (incluso habilitando las bibliotecas de los institutos) sino incrementar el gasto público para crear más centros culturales y dotar mejor a los existentes, ya que nuestra comunidad va por detrás de la media española en habitantes por biblioteca pública, número de visitas, volúmenes y presupuesto destinado a adquirir material didáctico.

Estos días, cada chaval acodado sobre un libro en una sala de lectura o sentado en las escaleras de una facultad vive con una cuenta pendiente. Se esfuerza por ingresar en el otoño libre de culpas pero siente al verano en deuda, le debe los días y las noches prestadas a la biblioteca.

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