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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La pinacoteca de Neptuno

El mar, origen de la vida, no entiende de clases, no discrimina, se traga todo, pero también lo escupe fuera. Es entonces cuando aparecen aquellas imágenes enterradas en la leyenda, porque mientras surge la tormenta -que es el acto de crear, la preparación del "acontecimiento" de la existencia humana- la descripción se convierte en metáfora. Llegada la calma, el espectador es capaz de encontrarse a sí mismo, "cuando ningún hombre era dueño de sí".

Naufragios, de Esperanza Guillén (Granada, 1961), trata de las imágenes de la desesperación humana que emergen de las profundidades del yo, arrojadas en la playa de la pintura, desde la Ilustración, que arranca de uno de los ejemplos que aduce Kant en su Crítica del Juicio -"el ilimitado mar en su cólera, en el que se plantea la impotencia del sujeto ante la realidad hostil y las razones teóricas del goce estético que provoca lo sublime asociado a un sentimiento de superioridad moral"-, discurre por las zonas abisales de la Biblia que relacionan el mar con lo demoniaco, y culmina con un análisis de las relaciones simbólicas entre la vida y el viaje marítimo, y sobre los riesgos que entraña el ansia de conocimiento o de poder y la búsqueda de la felicidad.

NAUFRAGIOS. Imágenes románticas de la desesperación

Esperanza Guillén

Siruela. Madrid, 2004

103 páginas. 12,50 euros

El ensayo recoge las diferentes representaciones de las furias y cóleras de Neptuno en la obra de Caspar David Friedrich, Johan Christian Dahl, Claude Joseph Vernet, Théodore Gericault, Eugène Delacroix, William Turner, Francisco de Goya o Henri Rousseau; y no olvida sus trasuntos literarios: Poe, Goethe, Melville o Daniel Defoe. Este último ya había presagiado hace casi trescientos años la amenaza que supone la ansiada tierra firme, tras el naufragio de un navío, y que recuerda esa perspectiva tan contemporánea que lo gobierna todo, como en la isla de Próspero, que puede verse como un desierto o un paraíso. Relata el autor de Robinson Crusoe: "No sabíamos cómo era la costa. La única esperanza razonable que podía darnos la última sombra de expectativa era que podíamos estar en alguna bahía o en algún golfo, o en la desembocadura de algún río, adonde por casualidad pudiéramos llevar nuestra barca o estar al abrigo de la tierra, y quizá tener agua en calma. Pero nada de esto apareció, sino que a medida que nos acercábamos a la costa, la tierra parecía más amenazadora que el mar".

En cuanto a la edición, hay que lamentar la pobreza y precariedad de las imágenes que ilustran el texto, indigno de un sello de la calidad de Siruela. ¡Será por naufragios!

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