Raffarin, atrapado entre dos fuegos
La guerra interna en la derecha francesa obliga al primer ministro a renunciar a las reformas
El primer ministro francés, Jean-Pierre Raffarin, se ha visto obligado de nuevo a renunciar a medidas que había anunciado pocas semanas antes. Si en anteriores oportunidades los sucesivos desastres electorales -regionales, cantonales y europeos- le obligaron a poner agua en el vino de sus reformas, ahora es víctima tanto de un error de comunicación como de la guerra interna que divide a la mayoría conservadora francesa.
Si a finales de julio Raffarin anunciaba su decisión de aplazar parcialmente el aumento del salario mínimo y de proponer una amnistía fiscal para los capitales que retornasen al país, esta semana el primer ministro ha hecho saber que no habrá aplazamiento en lo que respecta a salarios y que de amnistía para evasores de capitales, nada de nada.
Chirac busca debilitar a Sarkozy, que se postula ya como su sucesor
Sobre el primer punto, Raffarin ha quedado atrapado por el deseo chiraquiano de hacer algo a favor de la "cohesión social" y por la rebelión de uno de sus ministros, Jean-Louis Borloo, precisamente titular de la cartera de Cohesión Social, que no aceptaba que una medida de este tipo, destinada a los más desfavorecidos, no entrase dentro del capítulo de urgencias. Borloo puso en evidencia, además, la inoportunidad de anunciar al mismo tiempo dos iniciativas tan impopulares.
Contra Raffarin juega también el que Nicolas Sarkozy sí estuviese a favor del aplazamiento. Chirac busca debilitar a su ambicioso ministro de Economía y Finanzas, que cada día le desafía más abiertamente y se postula ya como su sucesor. El presidente utiliza a Borloo contra Sarkozy, de la misma manera que también se sirve del actual titular de Interior, Dominique de Villepin.
Atrapado entre dos fuegos, Raffarin se ve obligado a contradecirse una y otra vez, hasta el punto de que su figura no parece en condiciones de capitalizar un horizonte económico más favorable. El PIB ha conocido en el segundo semestre de 2004 un crecimiento del orden del 0,8%, que sitúa las previsiones para el conjunto del año por encima del 2,5%, pero nadie atribuye ese auge económico -que no conocen Alemania o Italia, por ejemplo- al mérito del Ejecutivo, sino a una coyuntura internacional favorable para las exportaciones.
El Gobierno francés ve llegar un septiembre sin nubarrones sociales o económicos muy amenazadores. El crecimiento permitirá evitar un nuevo regalo fiscal a las empresas y abordar la revisión de la ley de las 35 horas sin urgencias ni demagogia. Incluso una ley sobre el llamado "servicio mínimo" puede llegar a ser aprobada quizás sin multitudinarias manifestaciones en contra. Pero ese margen de maniobra relativamente amplio se debe más a la debilidad ideológica de la oposición -los socialistas han ganado las sucesivas elecciones intermedias gracias al desgaste del Ejecutivo y la impopularidad, por no decir incompetencia, de Raffarin- que a sus méritos propios. Es más, la mayoría de la que gozan los conservadores en todas las instituciones del Estado favorece la eclosión de la guerra por la sucesión de Chirac.
El pasado 14 de julio el presidente Chirac dijo, tajante: "Yo ordeno y él ejecuta". Ese él era Sarkozy, que creía estar en situación de autoproclamarse líder del partido en el poder y suceder a un Alain Juppé descabalgado por sus embrollos con la justicia. Para Chirac, que ya ha cumplido los 70, parece fuera de lugar soñar con un tercer mandato en 2007. Pero el presidente prefiere dejar flotar la duda al respecto para frenar la lucha por sucederle.
Sin embargo, Sarkozy tiene prisa y varios ministros y ex ministros -Patrick Devedjian, Eric Raoult, Roselyne Bachelot, Pierre Méhagnerie o Jean-Claude Gaudin, por ejemplo- se han declarado favorables a que pueda sumar la dirección de líder del partido a su condición de ministro. Para Chirac, que ese mismo 14 de julio se inventó una regla de incompatibilidad para evitar que Sarkozy se haga con el poder y el dinero del mismo, la rebelión es inquietante.
Es más, pocos dudan de que Sarkozy esté dispuesto a llegar hasta el enfrentamiento, apoderándose del partido y desafiando a Chirac a que lo expulse del Gobierno. Su destitución, en el actual contexto, acabaría por hacer inviable la continuidad de cualquier Gobierno con Raffarin al frente y pondría la escasa popularidad de Chirac bajo mínimos. Detrás de todo ello, una crisis general de la política, un arte que, durante décadas, fue otra excepción francesa.
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