Salvar el voto
Todo el mundo lo sabe, pero no son muchos los políticos o periodistas de los medios de comunicación predominantes que quieran hablar de ello, por miedo a parecer obsesos de la teoría de la conspiración: hay muchas posibilidades de que el resultado de las elecciones presidenciales de 2004 sea sospechoso. Cuando digo que el resultado será sospechoso, no significa que, de hecho, se vayan a robar las elecciones (puede que nunca lo sepamos). Significa que habrá suficiente incertidumbre acerca de la honestidad del recuento de votos como para que buena parte del mundo y muchos estadounidenses tengan serias dudas. ¿Cómo podría ser sospechoso el resultado de las elecciones? Bien, tomemos solamente una de las distintas posibilidades, supongamos que Florida -donde las encuestas recientes dan ventaja a John Kerry- inclinase una vez más las elecciones hacia George W. Bush. Buena parte del voto de Florida se contabilizará con máquinas electrónicas de votación sin rastro de papel. Científicos de la informática independientes que han examinado el código de programación de algunas de estas máquinas se muestran horrorizados por los fallos de seguridad. Por tanto, habrá dudas razonables acerca de si los votos de Florida se contaron adecuadamente, y no habrá papeletas de voto para hacer un segundo escrutinio. La opinión pública tendrá que tomarse los resultados como dogma de fe.
Pero la conducta de los mandatarios del gobernador Jeb Bush con respecto a otros temas relacionados con las elecciones no ofrece justificación para dicha fe. Primero está el asunto de la lista de delincuentes. Las leyes de Florida niegan el derecho al voto a delincuentes convictos. Pero en 2000 muchas personas inocentes, muchos de ellos negros, no pudieron votar porque fueron erróneamente incluidos en una lista de delincuentes; puede que estas exclusiones improcedentes hayan llevado al hermano del gobernador Bush a la Casa Blanca. Este año, Florida volvió a elaborar una lista de delincuentes e intentó mantenerla secreta. Cuando un juez obligó a publicarla, resultó que una vez más se había privado a mucha gente del derecho al voto; principalmente a afroamericanos, de nuevo, mientras que casi no incluía a hispanos.
El lunes, mi compañero de profesión Bob Herbert informaba sobre otra iniciativa enormemente sospechosa de Florida: oficiales de la policía estatal han ido a las casas de electores afroamericanos ancianos -incluyendo a participantes en operaciones para "sacar el voto"- y los han interrogado como parte de lo que, según el Estado, es una investigación de fraude. Pero el Estado ha proporcionado escasa información sobre la investigación y, como dice Herbert, esto se parece asombrosamente a un intento de intimidar a los votantes. Dado este patrón, habrá escepticismo si las máquinas de voto sin papeletas de Florida otorgan al presidente Bush una victoria inesperada y sin posibilidad de comprobación. El Congreso debía haber actuado hace ya tiempo para situar las elecciones venideras más allá de toda sospecha, exigiendo un comprobante de papel para los votos. Pero la legislación se atascó en el comité y puede que sea demasiado tarde para cambiar la maquinaria. Sin embargo, es esencial que estas elecciones resulten creíbles. ¿Qué se puede hacer?
Todavía hay tiempo para que las autoridades refuercen la seguridad, y garanticen a la opinión pública que nadie puede alterar las máquinas de votación antes o durante las elecciones; para contratar especialistas en seguridad independientes que realicen pruebas al azar antes y durante el día de las elecciones; y para proporcionar papeletas de voto a todos los votantes que las soliciten. Los electores pueden también poner su granito de arena. Recientemente, el Partido Republicano de Florida envió un folleto exhortando a sus partidarios a utilizar el voto por correo para asegurarse de que sus votos entraban en el recuento. El partido afirma que fue un error, pero lo cierto es que fue un buen consejo. Los votantes deben utilizar papeletas de voto cuando estén disponibles, y si esto significa tener que votar por correo, que así sea. (Los responsables de las elecciones se pondrán furiosos por el incremento de trabajo, pero ellos se lo han buscado.)
Por último, algunos activistas del voto han animado a hacer presión en el último momento para que se realice una encuesta independiente a la salida de los colegios electorales, paralela a las encuestas de los grupos mediáticos (cuya operación combinada sufrió una fusión durante el inesperado triunfo electoral republicano en 2002), pero independiente de ellas. Parece una idea muy buena. Una encuesta exhaustiva a la salida de los colegios electorales tendría una triple función. Serviría como elemento de disuasión para cualquiera que estuviera proyectando un fraude electoral. Si todo fuera bien, contribuiría a validar los resultados y silenciar a los escépticos. Y daría una pronta alarma si hubiese manipulación de las elecciones, quizá lo bastante pronto como para que se pudiera enmendar. Es horrible pensar que la credibilidad de nuestra democracia -una democracia lograda gracias al coraje y el sacrificio de muchos hombres y mujeres valientes- esté ahora en peligro. Es tan horrible que muchos prefieren no pensar en ello. Pero el cerrar los ojos no hará que la amenaza desaparezca. Más bien al contrario, el negar su existencia sólo servirá para incrementar las posibilidades de tener unas elecciones desastrosamente sospechosas.
Paul Krugman es profesor de economía en la Universidad de Princeton.
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