"Los cuentos de los pigmeos son porno duro"
Una mañana en el Café Gijón. Sánchez Pinyol habla de sus libros fantasiosos y sus viajes de ficción.
Pregunta. Estará harto de hablar de La piel fría...
Respuesta. Siento que me repito, y claro, me repito. Tengo ganas de sacar la nueva novela aunque sólo sea por hablar de otra cosa.
P. Pero a la vez el éxito le tendrá contento.
R. ¿Pero qué éxito? ¡Si es una cosa de cuatro gatos! Sólo demuestra que el lector hace lo que le da la gana y si un libro vende mucho, sólo quiere decir que vende mucho. Pero nadie sabe por qué vende mucho. El éxito es una lotería.
P. ¿Y las editoriales conocen la fórmula del éxito?
R. Hosti tú, hay editores que no se leen ni lo que editan.
P. Y sus informadores tampoco, se supone, con lo que les pagan.
R. Una miseria, te lo garantizo, yo he hecho esos informes, a veces eran malos o muy malos y las editoriales dieron mi nombre al autor. Todo esto junto supone que el prestigio de la literatura es una cosa muy extraña. ¿Por qué hay títulos muy famosos si ni siquiera son de una moralidad contrastada? ¿Por qué tiene tanto prestigio un loco que lucha contra unos molinos y otro que se levanta una mañana convertido en escarabajo?
P. Se dice que la literatura es la cumbre de la creación humana.
R. Contar historias es más que nada inevitable. Antes los relatos eran los sueños, que son como relatos perfectos: no sobra nada, no tienen grasa, todo en ellos es significativo. Ahora se escribe.
P. ¿Carmen Balcells es Dios?
P. No, no, Dios trabaja para Carmen Balcells.
P. ¿Y por qué puso usted a un irlandés del IRA de protagonista?
R. Por pura empatía. Si pones en una isla casi desierta a un irlandés de principios del siglo XX que se enfrenta al imperio británico, la gente simpatiza enseguida.
P. Quería decir que ¿cómo se le ocurrió tal atrevimiento siendo usted catalán?
R. Ah, eso me lo dice mucha gente, que ¿cómo no hay ningún personaje catalán siéndolo yo? ¿Acaso deberían llevar todos la barretina?
P. Hombre, o por lo menos haber nacido en el Barrio chino.
R. ¡El catalán sólo es un idioma! Y Barcelona no tiene un significado claro para mí. Me parece un imaginario urbano poco explotable.
P. Pero Marsé, Mendoza, Rodoreda...
R. Eso son Barcelonas en plural. Yo creo que la novela urbana catalana no existe. Lo cual no quiere decir que esos tres no sean cojonudos. Pero a mí me interesan muy poco, yo prefiero monstruos, islas...
P. Aunque sólo sean metáforas de cosas reales...
R. Sí, lo bueno de la novela fantástica es que partes de cero, vale todo, una tribu subterránea, otra submarina... Lo único que proyecta esta novela mía más allá de la serie B son los diferentes niveles de conflictos. Y el final, que no es feliz. Si fuera feliz, en vez de una novela sería un sermón.
P. Además hay mucho sexo y mucha violencia en La piel fría.
R. Bueno, hay miedo a la alteridad, se cuenta el proceso de la animalización del enemigo con muchos símbolos y muchas simetrías raras.
P. Monstruos anfibios de sangre azul...
R. En la novela nueva, la segunda, que sucede en el Congo, los monstruos salen de la tierra y son blancos.
P. Ya se supone.
R. Claro. En mi ensayo sobre los ocho dictadores africanos ves que son un esperpento, pero si rascas, son creación de Occidente.
P. Lo que no invente el hombre blanco...
R. Exacto. Por eso la guerra civil del Congo es víctima colateral de la de Irak: nadie habla de ella, salvo el periodista de La Vanguardia al que le dieron un premio, y van tres millones de muertos. Ya sé que en Africa los muertos se hinchan mucho, pero hasta los pigmeos sufren el conflicto. Y yo estuve con ellos en la selva y allí nunca pasa nada.
P. ¿Y qué opinan los pigmeos de nosotros?
R. No piensan mucho en nosotros. El único modelo que tenían era yo, y ¡vaya modelo! Ni siquiera entendían por qué iba a verlos. Así que me inventé un personaje. No podía decirles que escribía enciclopedias temáticas, pero les conté que trabajaba haciendo trámites de siniestros.
P. ¿Y lo entendieron?
R. Tampoco. Ellos son agradables y simpáticos, tienen pocos conflictos.
P. ¿Ni violencia doméstica?
R. Sí, pero al revés: son ellas las que les zumban a ellos.
P. ¿Y eso? ¿Son más fuertes?
R. No, se enfadan más. Allí la tasa de divorcio es más alta que en EE UU, pero nadie habla de crisis de la familia. Y los niños prefieren quedarse con el padre, son más cariñosos. Como no trabajan...
P. ¿Y qué hacen?
R. Se tumban a la bartola y cuentan historias.
P. ¿Qué historias?
R. Su género es la pantomima, pero sin estructura griega.
P. ¿Pero hablan de sexo?
R. Todo el tiempo, aunque los antropólogos siempre lo han censurado, sólo hablan de sexo e ironía. Lo que cuentan es porno, porno duro, y se lo pasan bomba.
P. ¿Por eso gusta su novela?
R. Yo intenté narrarla de una forma pigmea pero no se puede. Trasladar su manera de contar es imposible, no hay nudo y desenlace. Pero a los chavales les gusta porque hay sexo y peleas, está claro.
La gran sorpresa de la narrativa catalana
Nacido en Barcelona en 1965, estudió antropología, fue corredor de seguros, escribió biografías de gente rica como negro, se fue a hacer su tesis sobre los pigmeos, no pudo hacerla, escribió un ensayo sobre ocho dictadores africanos, se buscó la vida redactando enciclopedias, y de repente, en 2002, escribió en catalán una novela extraordinaria, La pell freda (La campana), origen de una trilogía fantástica de terror, que vendió 50.000 ejemplares sin anuncios. Después se tradujo al castellano (La piel fría, Edhasa), y más madera: cinco ediciones, Carmen Balcells se convierte en su agente y vende la novela a 19 países.
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