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ASTE NAGUSIA
Columna
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Huidas y retornos

Hay una versión de las fiestas que consiste en evitarlas. Corresponde a los fugitivos de la Aste Nagusia, a los renegados, los tránsfugas, los exiliados. Se trata de aquellos bilbaínos que no sólo no viven las fiestas, sino que no quieren vivirlas. Es una raza especial y que seguramente alcanza un cierto porcentaje ciudadano no sólo en Bilbao, sino también en las demás capitales vascas. Claro que uno sospecha, en todo caso, que la tribu de fugitivos, exiliados y voluntarios desterrados de la fiesta es mucho mayor en Pamplona cuando llegan los sanfermines.

Mi amigo pamplonica (realmente alavés, pero que lleva muchos años viviendo en Iruña) se rebela contra las fiestas de su ciudad. Cada año espera la llegada del 7 de julio con auténtico espanto, y dos o tres días antes ya tiene preparadas sus maletas, dispuesto a emigrar antes de que sobrevenga la anarquía. Confiesa que no soporta las fiestas, que no las vive, que no puede. Deplora las masas enardecidas por el vino navarro y por las mareas de cava y de champán. Huye como alma que lleva el diablo y sólo regresa cuando los servicios de limpieza han borrado del asfalto todo rastro sanferminero.

Ojalá algún día las 'txosnas' amanezcan llenas de guiris exhaustos

El fenómeno también se da en Bilbao, aunque no con la misma radicalidad, y quizás eso sea así porque, en el fondo, todos sabemos que las fiestas de cualquier localidad no son más que un pálido reflejo de los sanfermines de Pamplona. Los sanfermines sí que son la Fiesta Total, la fiesta definitiva, brutal y concluyente. O se está dentro de ella o no se está; o se asume hasta las heces o no se prueba un sorbo. Así como es posible vivir la Aste Nagusia con mayor o menor moderación, lo de los sanfermines es una inmersión. Nada es posible, en otro caso, habida cuenta del carácter totalizador, totalitario, que alcanza la fiesta en la capital foral.

Claro que existe también el espécimen contrario, el bilbaíno que vive fuera de la villa y que precisamente en fiestas encuentra una buena razón para volver. Así como uno sabe que a ciertos amigos no los encontraría en la Aste Nagusia ni siquiera en pintura, hay otros que viven la fiesta como un modo de recuperar su ciudad de origen tras muchos meses de residencia en un lugar lejano.

La fauna de las fiestas se completa, a estos efectos, con los transeúntes, los habitantes de Getxo o de Basauri, de Galdakao o de Santurtzi, que se acercan a la Aste Nagusia uno o dos días. Es otra forma de vivir la fiesta, pero también otra prueba de que Bilbao no ha perdido su intenso magnetismo, su capacidad de atraer. Lo que aún no está claro es que el turismo guiri, el reciente producto del Guggenheim, se haya aliado del todo con las fiestas de Bilbao. Las mareas de yanquis, encandilados con Hemingway, que invaden Pamplona, no pueden compararse con mareas paralelas de yanquis, encandilados con el arte, que van a Bilbao, pero que aún no saben nada de la Aste Nagusia.

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Ojalá algún día las txosnas amanezcan llenas de guiris exhaustos, tendidos por los rincones del Arenal, tras haberse gastado hasta el último dólar, aunque ello haga aumentar el número de exiliados, de castizos bilbaínos dispuestos a huir de la fiesta y ceder el sitio a esa buena gente.

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