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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bush mueve sus tropas

El plan anunciado por el presidente George W. Bush para retirar y devolver a Estados Unidos hasta 70.000 de sus soldados de bases de Europa y Asia puede ser discutible, pero no es una medida improvisada ni básicamente electoralista. El Pentágono ha venido manejando desde hace tiempo la idea de que las nuevas realidades militares, absolutamente diferentes de las de la guerra fría, exigen una nueva concepción del despliegue planetario estadounidense; y, en cualquier caso, la sustitución de las masivas agrupaciones blindadas por unidades más pequeñas y móviles, capaces de operar en muy poco tiempo en escenarios alejados.

La decisión es relevante a todos los efectos. Con sus claroscuros, las tropas estadounidenses, casi un cuarto de millón en bases extranjeras, han contribuido decisivamente durante más de medio siglo a mantener la cohesión del mundo aglutinado en torno a valores democráticos. El repliegue anunciado por Bush, aunque todavía muy inconcreto -especialmente en el terreno de sus repercusiones económicas-, dista de ser una retirada imperial al viejo estilo. Tampoco va a servir para reforzar a corto plazo puntos críticos como Irak, donde EE UU está al límite de sus posibilidades debido a una ilusoria planificación de la posguerra. Cualquier desplazamiento masivo de fuerzas, en el mejor de los casos, tarda muchos meses en concretarse.

A día de hoy, el problema básico del Pentágono es que tiene muchos soldados en lugares donde sobran, y menos de los necesarios en algunas zonas críticas. Desde esta perspectiva, la quita anunciada por Bush tiene mucho más sentido aplicada a la casi plácida realidad europea que a la inquietante situación en varias zonas de Asia. Aunque en el viejo continente vaya a agudizar los desafíos de la OTAN, precisamente cuando la Alianza Atlántica intenta sin éxito adaptarse en su funcionamiento y propósito al signo de los tiempos, y aunque necesariamente enfrente a la

Unión Europea con la tarea de lidiar mucho mejor que hasta ahora las crisis en su ámbito de influencia. Entre otras cosas, la iniciativa de EE UU obligará a Europa a corto plazo a modernizarse militarmente, gastar más en su defensa y hacer sus ejércitos más compatibles.

El mapa militar estadounidense se ha movido poco en un entorno muy cambiante. A estas alturas nadie puede considerar razonable, por ejemplo, que dos divisiones blindadas -30.000 soldados- permanezcan en el sur de Alemania para enfrentarse a inexistentes tanques soviéticos. Si para Berlín el principio del final de una etapa histórica es inevitablemente agridulce, para las economías locales alemanas dependientes en buena parte de los dólares de los soldados aliados, es definitivamente agrio. Los planes de Washington en Europa prevén un desplazamiento de sus fuerzas a bases más pequeñas en países más orientales, desde Bulgaria a Rumania o Polonia. Las nuevas prioridades ya han sido ensayadas en Oriente Próximo, pasando a Qatar, por ejemplo, el grueso de las instalaciones de EE UU en Arabia Saudí, un aliado progresivamente en entredicho.

Pero ese desfase entre amenazas potenciales y presencia militar de la superpotencia no puede aplicarse a Asia, el segundo escenario de los recortes. Japón y sobre todo Corea del Sur, que sufrirán el grueso de las reducciones de tropas, entenderán presumiblemente peor que los europeos -pese a que la presencia estadounidense en su suelo suscita ritualmente reacciones violentas de sus ciudadanos- una medida que acentúa su vulnerabilidad ante la impredecible Corea del Norte. Y tampoco lo asumirá de buen grado Taiwan, con la que Washington mantiene un compromiso de defensa y adonde apuntan cada vez más misiles chinos.

Corea del Sur alberga a casi 40.000 soldados de EE UU desde el final de la guerra intercoreana; Japón,alrededor de 45.000. Presumiblemente, para ninguno de los dos Gobiernos el mejor momento para debilitar esas fuerzas de disuasión sea cuando Corea del Norte, el gran incontrolado, alimenta una crisis regional derivada de sus ambiciones nucleares. Con el agravante de que Pyongyang, que históricamente ha presionado para la retirada militar de Washington, mantiene a tiro de su cohetería tanto a la vecina Seúl como a la capital de Japón.

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