La mala educación
Sin ánimo de señalar la quiebra de ningún código moral estricto y lejos de ofrecer una visión ejemplarizante de nada, me gustaría mostrar mi preocupación sobre un aspecto de la vida que nos rodea: la educación en su sentido más amplio. No puede dejarme indiferente mi sorpresa ante un dependiente que me atienda de forma agradable cuando voy a comprar a su tienda o ante un camarero que se muestra disponible a resolver amablemente una cuestión sobre la carta (por cuestión de espacio no hago referencia a otros sectores laborales, igualmente válidos para un ejemplo). Son sólo dos muestras de escenas que desgraciadamente no resultan habituales hoy.
Unas condiciones laborales adversas o experiencias desfavorables con otras personas no deberían justificar el abandono de unas reglas básicas de educación. Y no sólo en el ámbito profesional podemos encontrar situaciones de esta naturaleza. Muchos de los lectores seguro que recuerdan algún vecino que no les ha esperado con el ascensor abierto aunque nos haya visto entrar por la puerta, o alguna persona que ha intentado adelantarse en una cola...
Un esfuerzo de todos nosotros por mostrar una cara más amable en nuestro día a día es un grano de arena en comparación con los efectos positivos que generaría sobre nuestra salud y satisfacción individual. El egoísmo, la envidia, la competitividad feroz y la no asunción de la propia responsabilidad puede ser una buena apuesta en el corto plazo, pero, desde luego, un caballo perdedor en una carrera de fondo como la nuestra.
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