El tren fantasma
Estación de Atocha, viernes 30 de julio; claro, de 2004, no del lejano pasado ni del futuro. 14.30. Déme un billete para el tren que sale para Ávila a las 14.47. Pago. Ni una palabra ¿De qué vía sale? De la dos. Gracias, muy amable. Faltaban aún 10 minutos. Quince más tarde, unas decenas de viajeros esperamos en la vía dos. Otros 15 minutos más tarde seguimos a la espera. Ningún aviso de la llegada, ningún anuncio de retraso. Aun a riesgo de que finalmente aparezca el tren de improviso, regreso a preguntar en el puesto de información. No saben nada. Ese tren ya ha salido. Para mí que no, que aún lo estamos esperando. Pues vendrá con retraso. ¿Tanto?
Nada me puede decir salvo que pregunte a los interventores, que ahora ya no van en los trenes de cercanías, sino que vigilan en los torniquetes de la estación por si alguien viajó o lo quiere hacer sin billete. Mire, que si sabe usted del tren que tenía que haber llegado a las 14.47 para Ávila. Yo no sé nada, soy interventor, pregunte en información. Pero en información no saben y me han dicho que les pregunte a ustedes, ya me parecía a mí raro, pero así es. Pues no lo sé, vaya a atención al cliente. Pero es que si justo viene ahora el tren, lo pierdo. Amable, se dirije allí y unos minutos después me dice que el siguiente tren a Ávila es a las 15.45. Ya lo sé, pero quiero saber qué ha pasado con el que esperamos, si llegará o no, que para ese tren tenemos el billete. No hay respuestas. Dado por perdido el tren, me acerco a atención al cliente. Por suerte, poca gente. Que qué ha pasado con el tren a Ávila de las 14.47. No lo sé, yo he entrado a las 15.00.
Bueno, me alegro de que haya turnos, que un trabajador no se eternice en su puesto de trabajo, mejor que sea bien tratado y que cobre lo justo, pero algo tendrá que saber. Mire, el siguiente es a las 15.45. Ya, pero quiero saber sobre el que espero desde hace casi una hora. Piensa, no responde y se acerca a preguntar a un superior. Unos minutos después me dice de nuevo que el siguiente es a las 15.45. Ya, pero, ¿y el mío? Ése lo ha perdido usted, pasó a su hora. No lo creo, porque esperaba desde antes. Pues habrá salido por otra vía. ¿No lo han anunciado, entonces. No salió ni en los paneles? Sí pero quizá se haya despistado usted. Puede, no lo dudo, que es cosa que me caracteriza, pero es que hay al menos otros 30 viajeros que también esperan despistados en el andén al mismo tren. Bien. Como solución me dicen que podemos cambiar el billete para el tren de las 15.45.
¿Van a avisar al resto de los viajeros? Vaya usted y dígaselo. Ya, pero es que no son amigos míos, no los conozco y yo no trabajo en RENFE. ¿No les pueden avisar por megafonía? Visto que se pone a atender a los siguientes reclamantes decido volver a la vía dos. Explico a unos cuantos viajeros la situación y de unos a otros se lo dicen a casi todos. Unos 10 vamos juntos a atención al cliente, en otro apartado, a que el superior del superior que atiende al cliente nos autorice el cambio de billete. Primero nos mira como a presuntos delincuentes, claro que rápido debió pensar que los delincuentes no se suelen manifestar en público y menos juntos. Que queremos cambiar este billete por el siguiente a Ávila. ¿Lo han perdido ustedes? No, no ha venido, pero en atención al cliente de aquí al lado nos han asegurado que sí. De no muy buena gana firma el cambio, pues, aunque el precio es idéntico, los billetes no valen para el siguiente. Me quedo para el último.
Recibo mi cambio y como aún quedan cinco minutos me atrevo a preguntar: ¿Puedo, por lo menos, saber qué ha pasado con el tren de las 14.47? Pregunta contrariado a su compañero. Me responde lo que ya me habían dicho antes. ¿Pero usted cree que todos somos tan despistados? Me mira, no responde, parece que por primera vez comienza a darse cuenta de que algo ha ocurrido. No lo sé, responde, que yo he entrado a las 15.00. Ya, como su compañero, de lo que me alegro, que no trabaje usted 18, sino siete u ocho horas. ¿Pero no se dicen ustedes las incidencias, nada se puede saber de otras horas? Vuelve a mirar, calla, descuelga el teléfono, probablemente llama donde tiene que llamar, cuenta lo que hemos contado y la respuesta.
Tiene razón, ese tren salió a su hora, pero desde Chamartín, que no pasó por Atocha. Algo de lo que sí se habían enterado los viajeros, pero no los vendedores de billetes, ni en información, ni los interventores, ni en atención al cliente, ni en la superioridad de atención al cliente, ni en la superioridad de la superioridad de atención al cliente. Aunque finalmente desvelara que el tren no fue fantasma, ni estuvo desaparecido, ni secuestrado, ni accidentado. Por pensar cosas poco dramáticas si alguna persona no quería salir, sino esperar a alguien que llegaba. Ya que, como siempre hace, el tren de las 14.47 salió antes de la estación de Guadalajara y, como siempre, menos ese día, por causas tan desconocidas que no las sabían, para en la estación de Atocha a recoger a la mayor parte de los viajeros.
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