Irak se islamiza día a día
La 'marea verde' religiosa avanza de forma inexorable pese a la resistencia de parte de la población a la instauración de un régimen como el iraní
No se ha atado el hiyab y se le cae con frecuencia. "Lo llevo desde principios de año. A mi marido no le gusta pero vengo a mi trabajo andando y me insultaban por la calle", afirma con una sonrisa cómplice Zina Nuri, subdirectora de un instituto femenino de Al Karrada, un céntrico barrio de Bagdad. Nuri, de 44 años y profesora de deporte, está convencida de que la ola de islamización que vive Irak es temporal. En su instituto, la mayoría de las 750 alumnas son chiíes, pero también hay suníes y cristianas de la iglesia armenia, que estudian su religión en su propio idioma. "Nunca hubo problemas", dice Nuri. "Muchas alumnas son, como yo, de familias mixtas de chiíes y suníes".
Zuhair no piensa lo mismo. Él es cristiano y las amenazas le han obligado a cerrar su licorería, abierta en la década de los setenta del pasado siglo, a pocas manzanas de ese instituto. En los países de mayoría islámica son los cristianos los autorizados a vender alcohol. Los hermanos Behnan, de 45 años, y Sabí, de 47, aún resisten en la calle siguiente, pero la mayoría de la baldas de la tienda están vacías y sólo hay alcoholes de baja calidad.
Muchas mujeres se cubren por si acaso y las tiendas de licores se van cerrando
"Cuando las mujeres vuelvan a tener dinero comprarán maquillaje y se acabarán los velos"
"Tenemos miedo. Hemos estado cerrados cinco días y acabamos de reabrir para acabar las existencias. No nos han amenazado personalmente, pero basta con leer los periódicos", dice Behnan mostrando la primera página del diario Al Sabaj, en la que aparece la foto de una licorería destrozada por una bomba. "En las últimas semanas han reventado 15 establecimientos de venta de alcohol. Con esta inseguridad no podemos continuar".
Nadie sabe quiénes son, pero la larga mano de los radicales deja un rastro de temor en la sociedad iraquí que, sin apenas darse cuenta, se va plegando a sus exigencias. Como Zina, buena parte de las mujeres de Bagdad ha adoptado un código de vestimenta que no le gusta pero que, tal vez, han impuesto los tiempos. O tal vez, simplemente, como dice Mohamed de sus hermanas, "se han cubierto por si acaso". Por lo mismo, permanecen cerradas desde el derrocamiento del régimen de Sadam Husein las dos fábricas de cerveza nacional.
"La explosión de religiosidad que vemos actualmente es producto de la libertad. Los chiíes de Irak han estado mucho tiempo reprimidos y ahora se sienten libres", asegura Balkís Yoade, catedrática de Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad de Bagdad. Irak tiene 25 millones de habitantes de los que el 58% son árabes chiíes, pero, desde su independencia del imperio británico (1932), ha sido gobernado por la minoría árabe suní, que apenas supone el 18% de la población. Yoade señala que, pese a que en los últimos años Sadam Husein trató de jugar la carta religiosa y dio una mayor permisividad, el régimen "mantuvo soterrada una religiosidad que ahora se siente a flor de piel".
De familia mixta suní-chií, Balkís, de 51 años, sigue con la cabeza descubierta. "Por ahí no paso. La que pasará será la moda de cubrirse. Yo hasta fumo en clase, y defenderé siempre que la fe se lleva dentro".
"Irak no es Irán y aquí la mayoría de la población, incluido yo mismo, está en contra del establecimiento de una república islámica, pero es evidente que en el nuevo Irak la religión tiene un importante papel que jugar", afirma el ayatolá Husain al Muayad, que volvió a Irak hace un año después de 21 de exilio y formación en Irán. Al Muayad sostiene que Europa, en tanto que tiene una sociedad abierta y multiétnica, debe implicarse más en Irak.
Por el contrario, Abdeljalil Daud, de 32 años, imán de una pequeña mezquita en Al Karrada, confía en que las elecciones del año próximo sean el primer paso hacia el establecimiento de la sharia (ley islámica). Daud afirma que los problemas que Irak sufre hoy en día provienen de que su fe ha sido débil. "Sólo el fortalecimiento del islam salvará a Irak", afirma este imán suní.
El escaso millón de cristianos iraquíes -la mayoría de la iglesia Católica Romana Caldea y el resto divididos entre católicos armenios, sirios ortodoxos, asirios y algunos protestantes- se sentía más seguro con el régimen anterior. Centenares de ellos se fueron antes de la caída de Sadam a Jordania, Siria y Líbano, a la espera de que se aclarase lo que ven como un futuro negro, y siguen sin decidir su vuelta, afirma el obispo Andreas, en la iglesia de la Asunción de la Virgen María.
Con falda de Chanel y camiseta ajustada, Tamara Chalabi luce una frondosa melena rubia y está convencida de que la actual corriente de islamización obedece al empobrecimiento de la sociedad iraquí y al profundo choque que supuso la caída del régimen. "La gente se encontró sin referencia y se volcó en la religión, que era lo que tenía más cerca y más fácil. Cualquier prohibición en ese sentido sería contraproducente. Cuando la economía mejore y las mujeres vuelvan a tener dinero para comprarse maquillaje se acabarán los velos", dice esta historiadora de 30 años, hija del político Ahmed Chalabi.
Preocupados por la falta de seguridad, de electricidad, de agua o de vivienda -hay decenas de miles de familias de okupas en instalaciones militares, del servicio secreto y en las casas de los que huyeron antes de caer el régimen-, los iraquíes parecen no darse cuenta de las concesiones hechas a la ortodoxia islámica. "Muchos de los atentados que ahora ocurren preparan la gran batalla por el futuro de Irak, que se librará en el plano ideológico, entre laicos y religiosos", sentencia Mayid al Shammeri, coronel de la Fuerza Aérea hasta su dimisión en 1991 y actual jefe de ingenieros del equipo de reconstrucción de la Coalición.
Sólo la clase media alta iraquí parece darse cuenta de adónde lleva la actual corriente. "Me da miedo que nos podamos mover del nacionalismo al islamismo", dice Al Shammeri, que se declara sorprendido por la "virulencia" de la ola de islamización. "A mi hija de 18 años ya le han advertido en la Universidad de que se cubra el pelo y la pequeña quiere ir a la piscina, pero cada día son menos las que permiten el baño sin restricciones".
Bajo el aplastante sol del mediodía, los estudiantes universitarios que se han apuntado a los cursos de verano dejan las aulas que ocupan dos veces por semana. Muzara Eiden, de 24 años y estudiante de Periodismo, se considera un hombre abierto, lo que no impide que piense que en Irak no se debe vender alcohol y que la mujer debe de ir cubierta.
Eptisan, de 30 años, y Lemía, de 25, realizan también un curso de verano de Historia en la Universidad de Bagdad. Ambas llevan hiyab, pero a Eptisan se le ve un poco el pelo y va maquillada. Ambas se declaran simpatizantes del partido islamista moderado Al Dawa, pero cuando se les pregunta sobre si quieren que Irak sea una república islámica, Eptisan se pone nerviosa como si hubiera visto una culebra y dice un rotundo "no", mientras que Lemía lo rechaza sin dramatismos.
Después de tres guerras -contra Irán, entre 1980 y 1988; la del Golfo, en 1991, y la pasada, en 2003- y un largo y penoso embargo de 13 años, algunos barrios de Bagdad parecen sumidos en la Edad Media. En ese mundo de tinieblas que ha traído la falta de electricidad, el mensaje del radical chií Múqtada al Sáder penetra con fluidez. Tras la pantalla de modernidad de la calle Haifa, que hacía esquina con la casa del dictador, se extiende también un mundo de miserias suníes, caldo de cultivo de los radicales islámicos y de los que han sido expulsados del sistema por sus estrechos vínculos con el régimen anterior.
Los cristianos, entre dos fuegos
El miedo se palpa en Al Gadir, un barrio del este de Bagdad en el que un cuarto de la población, aproximadamente unas 2.500 familias, son cristianas. En el último mes, cinco tiendas de bebidas alcohólicas y dos peluquerías de mujeres han ardido a consecuencia de las bombas colocadas en sus puertas durante la noche. Además, 20 empresarios han sido secuestrados y algunos, asesinados, en lo que va de año, lo que acrecienta y justifica el clima de temor.
"Los cristianos nos encontramos entre dos fuegos, el de los radicales islámicos y el de Estados Unidos", asegura el párroco Amer Petrus Namo, de la iglesia católica caldea del barrio. "Por un lado, nos atacan porque nos acusan de cooperar con los invasores, pero ni Estados Unidos ni los países europeos conceden visados que permitan a los cristianos iraquíes irse del país, al menos hasta que las cosas se calmen", añade.
Nafer al Babel, de 35 años, no puede dominar su rabia. Su oficina inmobiliaria ardió al hacer explosión una bomba colocada en una licorería que se encuentra justo al lado. "Al día siguiente", señala, "los norteamericanos pasaron por aquí y nos miraron desde sus blindados. Ni siquiera se detuvieron a preguntar qué había pasado. Ninguna autoridad nos ha mostrado su apoyo, ni económico, ni moral".
"Desde la invasión, no tenemos agua, ni luz, ni teléfono, y encima ahora esto. ¿Quién va a pagarme los daños? ¿Quién va a frenar los ataques? Soy como un extranjero en mi país", afirma.
El ingeniero Walid Lion tuvo más suerte. Su local de reparación de televisores, vecino de otra licorería incendiada, no sufrió daños. Lion afirma que siente miedo por el futuro, "más como iraquí que como católico", aunque reconoce que las cosas se están poniendo difíciles para esta minoría. "De momento, sólo nos toca esperar y ver si la situación se pone como en Irán".
"Éramos un país rico que dábamos dinero a espuertas a los países africanos. Ahora estamos bajo ocupación militar y en la miseria. Vamos hacia la destrucción y, en estas circunstancias, ni siquiera me dan un visado para que conozca a mis dos nietos, de cinco y siete años, nacidos en Dinamarca". Así se lamenta Isaam, de 74 años, que añora los tiempos de la monarquía, que cayó en 1958.
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