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IDA Y VUELTA
Columna
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El misterio inglés

Durante mucho tiempo, dije que no había viajado nunca a Londres porque no sabía inglés. Pero tras la excusa se escondía un grave temor. Varias veces a lo largo de mi vida había estado a punto de viajar a Londres y a última hora algo extraño lo había siempre impedido. La primera vez, en Calais, a principios de los años setenta. Tenía ya incluso el coche dentro del ferry que debía dejarme al otro lado del canal cuando una discusión hizo que me volviera atrás en mi idea de viaje. En los años ochenta, con los billetes de avión ya comprados, unos desagradables hechos, muy ajenos a mi voluntad, me impidieron de nuevo conocer Londres. Todos tenemos una ciudad a la que el sentido común nos recomienda que no vayamos nunca. Es como la ciudad aquella de la leyenda árabe, a la que intuimos que jamás debemos ir. Empecé a sospechar que Londres era la ciudad que debía evitar y que, por suerte, una fuerza, conocedora de ese mal fario, me avisaba cada vez que estaba punto de pisar tierra inglesa.

Hace seis meses me llegó la invitación a Londres que más temía. Ese mismo día un periodista de O Folha de São Paulo me preguntó por e-mail si mi conocida negativa a hablar inglés se debía a un rechazo a la política exterior anglosajona. Me quedé de piedra, no sabía que había llegado hasta Brasil mi desconocimiento del inglés. Cuatro días antes del día en que viajaba a Londres, fui golpeado por una gripe brutal que en el fondo agradecí, ya que me liberó del desplazamiento. Creí que se olvidarían de mí ya para siempre, pero volví a ser invitado a visitar a Londres a principios de este mes de julio. Estaba convencido de que algo de nuevo impediría el viaje, pero esta vez no hubo gripe ni excusa posible. Ya en el aeropuerto, pensé que el avión no saldría o se caería. Ya en Londres, sintiéndome como el superviviente de algo, un taxista de la organización me llevó a mi hotel de Bloomsbury. Hablé de Ronaldinho con el maletero brasileño, como si no pasara nada. Entré en mi cuarto, abrí el televisor, me tumbé en la cama, me quedé allí esperando a que vinieran a por mí, escuchando hasta los pasos en el pasillo, por si era la Muerte la que venía a buscarme. Estaba, en cualquier caso, seguro de que algo iba a suceder que me confirmaría que algo raro me pasaba con Londres.

A todo esto, debo decir que, como si se tratara de una inconsciente acción paralela, durante más de 30 años me he jactado de haberme inventado la totalidad de una entrevista con Marlon Brando para la revista Fotogramas. Yo era muy joven y acababa de encontrar mi primer empleo, y me encargaron que tradujera del inglés una entrevista con Brando que acababan de comprar a una agencia norteamericana. Temí que me despidieran si les decía que no sabía inglés y me inventé la entrevista entera, que causó cierto revuelo -por las duras declaraciones de Brando- cuando fue publicada. Luego, me pasé la vida vanagloriándome de esta hazaña, realizada a causa de no saber inglés.

Allí, en mi cuarto de Londres, tumbado frente al televisor, atento hasta a los ruidos del pasillo, fui a parar a las noticias de la BBC y, aun sin saber inglés, entendí enseguida que Marlon Brando había muerto. Si alguien dijo que el misterio del mundo es que haya un misterio del mundo, yo creo que el misterio de mi relación con Londres tiene que estar conectado con mi tendencia a decir que no sé hablar inglés. Pero no sé bien por dónde va ese misterio. Antes creía que me aguardaba el fin en Londres, ahora entiendo que me toca averiguar qué relación hay entre Londres y no saber inglés. Me paso el día estudiando.

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