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Crítica:CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Remanso en medio de la violencia

Una frase, dicha con toda premeditación en la última secuencia de Kill Bill vol., 1, advertía de que la niña que esperaba la tiroteada Beatrix Kiddo (Thurman) cuando fue agredida no había muerto, sino que continuaba con vida y en alguna parte. La frase, cualquier cosa menos casual, obligaba al espectador no ya a admirar la diabólica manera en que Quentin Tarantino le obligaba a esperar esta segunda parte, sino volver atrás en busca de alguna pista para comprender el secreto de la niña (llamada, con toda premeditación, B. B.: doble Beatriz), y hasta predestinaba a la criatura a convertirse en pieza fundamental de todo el material narrativo que circulaba hasta entonces por la película.

KILL BILL VOL. 2

Director: Quentin Tarantino. Intérpretes: Uma Thurman, David Carradine, Michael Madsen, Daryl Hannah, Gordon Liu, Perla Haney-Jardine, Michael Parks. Género: acción, EE.UU., 2004. Duración: 136 minutos.

Y hay que advertir que, una vez más, Tarantino, uno de los cineastas que más y mejor saben jugar, en el buen sentido, con las expectativas del espectador en el cine contemporáneo, rompe las reglas y se reserva una nueva sorpresa a propósito de la niña: el que espere la dilucidación de su destino de buen comienzo, verá defraudadas sus esperanzas. Tiene esta segunda parte una característica desconcertante si se la compara con la primera: si en aquélla todo se dirimía en el terreno del más puro enfrentamiento violento, aquí hay como un remanso, una parada de la tensión narrativa que, sin dejar de lado la acción (que la hay), centra las posibilidades de la historia en otros terrenos.

Se diría que, a medida que va avanzando en lo que constituye, desde el título, su objetivo explícito ("matar a Bill", ni más ni menos), la película va adquiriendo un cierto peso discursivo, con parábolas que en algunos casos tienen mucha gracia.Estamos otra vez ante los aparentemente enjundiosos discursos que intercambiaban John Travolta y Samuel L. Jackson en Pulp Fiction, previos a veloces, drásticos estallidos de violencia, pero en el fondo cargados de ironía y desarmante sencillez.

Y tiene también esta segunda parte un desenlace extrañamente tierno, lleno de silencios y sentimientos, y falto de otras explicaciones sobre el destino anterior de los personajes: más allá de la explicación de cómo llegó Kiddo a dominar las artes de la guerra, nada sabemos del porqué de sus amores, de dónde viene, cómo conoció a Bill y hasta por qué se dedicó con tanto éxito a la eliminación física de sus oponentes. Y tiene también un conmovedor elemento añadido: la relación madre/hija, que se abre paso en el tercio final del asunto y que está mostrado con un pudor del todo insólito en el director de Reservoir dogs.

Es como si ante el misterio de la maternidad, Tarantino se hiciera prudentemente a un lado para no interferir en él, un gesto de delicadeza impensable en una película que comenzaba, debemos recordarlo, con el intento de asesinato de una embarazada. Pero Kill Bill vol. 2 no juega, sin embargo, a cosas distintas que la primera: de hecho, sigue ahí presente ese goce por el contar, ese recurso a la violencia casi abstracta de puro imposible, ese meter al personaje principal en situaciones de impensable crueldad, sólo para mostrar de qué manera es capaz de salirse de ellas. Sigue imperando, en suma, el gusto por el género sin mayores explicaciones, por la narración en estado puro: por el cine de palomitas y ojos abiertos de puro asombro, por el viejo y perdido cine de barrio.

Uma Thurman, a la derecha, en la película de Quentin Tarantino <i>Kill Bill Vol. 2. </i>
Uma Thurman, a la derecha, en la película de Quentin Tarantino Kill Bill Vol. 2. EFE
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