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Columna
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Originalidad, sensibilidad y creación

Sus extraordinarias cualidades como bailarín y su aspecto de muchacho racial llamaron la atención del director Francisco Rovira-Beleta, que le confió uno de los personajes de Los Tarantos, película que fue nominada al Oscar de Hollywood de 1964, finalmente obtenido por Ocho y medio, de Fellini. Famoso fue en aquel filme el espectacular baile de Antonio Gades a lo largo de las ramblas barcelonesas bajo la lluvia de los regadores nocturnos.

Pero Gades no sólo sorprendió en Los Tarantos por su originalidad en la danza, sino también por su sensibilidad como actor, cualidad que Mario Camus supo aprovechar en Con el viento solano (1965), encargándole el personaje de Sebastián, de la famosa novela de Ignacio Aldecoa, huido de la policía por un delito de sangre. En el Festival de Cannes que exhibió la película fue especialmente apreciada la secuencia en que el gitano pide amparo a su madre, Imperio Argentina, que le rechaza para no comprometer a los suyos, obligándole a seguir huyendo.

No sólo sorprendió por su originalidad en la danza, sino por su sensibilidad como actor
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No fue extraño, pues, que Mario Camus volviera a ofrecerle otro personaje, esta vez en Los días del pasado (1977), una de las mejores películas del director, en la que Gades dio vida al maquis de quien estaba enamorada una espléndida Marisol, maestra de escuela. Ni sorprendió tampoco que Rovira-Beleta volviera a contratarle para su versión de El amor brujo (1967), con guión de Caballero Bonald.

Antonio Gades fue reclamado por el cine tanto por su talento como bailarín (En busca del amor, de Jean Negulesco, 1964; Carmen, de Francesco Rosi, 1984), como por sus cualidades dramáticas (Último encuentro, de Antxón Eceiza, 1966), o por ambos a la vez. Fue, sin embargo, en colaboración con Carlos Saura cuando Gades expresó en el cine toda su capacidad creativa. Lorca, Gades, Saura, en Bodas de sangre, de Federico García Lorca (1981), fue el título oficial de la primera audaz película que hicieron juntos, nacida de una coreografía teatral con la que Gades había recorrido previamente el mundo. El éxito internacional de tal empeño animó a la pareja y al productor Emiliano Piedra a realizar a continuación una versión musical de Carmen (1983), con la que de nuevo conquistaron a todos; más tarde, una versión de El amor brujo (1985) cerró tan fértil colaboración, así como la filmografía del actor y bailarín, cuya sensibilidad quedó plasmada en el cine con el mismo vigor y méritos que en el teatro. Lo que no es usual.

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