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El desorden universitario

Se han publicado los datos de la preinscripción universitaria en Cataluña, una información que por sí sola explica hasta qué punto es absurdo un sistema de admisión en las titulaciones universitarias que se basa en el nivel de las notas de acceso. Hace tiempo que los universitarios sensatos denuncian el sistema porque el nivel de calificación no se exige según las reales necesidades de los diferentes currículos, sino como una limitación arbitraria para adecuarse a la capacidad de recepción de los centros docentes. Si este año la exigencia de máxima nota es para Comunicación Audiovisual en la UPF, no es que para estos estudios haya que estar más preparado o haya que ser más inteligente que para cursar Medicina, Derecho o Matemáticas, sino porque así se limita el número de peticiones a las posibilidades organizativas de la UPF. Es decir, en el sistema no intervienen ni las dificultades específicas de cada carrera ni siquiera una lógica previsión de las necesidades sociales que justifican cada titulación profesional.

La arbitrariedad administrativa queda evidente cuando se comprueba que una misma titulación requiere notas distintas en cada universidad. Por ejemplo, es bastante ridículo -y muy opuesto a lo que podríamos llamar espíritu universitario- que para estudiar Administración y Dirección de Empresas en la UPF se requiera una nota de 7,30, y que para la misma titulación en la URV de Reus sean suficientes 5 puntos. Suponemos que las atribuciones profesionales serán las mismas y que la solvencia docente será igualmente exigible. La diferencia de nota responde simplemente al desequilibrio entre las posibles inscripciones y el número de sillas disponibles en las aulas o a los propósitos de expansión de cada universidad. No hay duda de que la capacidad y las posibilidades de cada centro son un tema importante que considerar, pero la solución no está en recurrir a las calificaciones académicas, sino a la coherencia de unos programas acordes con las reales necesidades sociales.

Este desfase lo denunció en cierta manera el propio consejero de Universidades, Carles Solà, cuando explicó que en 51 de las 123 ofertas de las ocho universidades se han inscrito menos de un centenar de estudiantes y que, para colmo, muchas de ellas se imparten en tres o cuatro universidades distintas y, por lo tanto, las cifras son imperceptibles. Se trata de un grave error de planificación. Un error al que se añade otro quizá más profundo: la incorporación como materias universitarias de algunos estudios que normalmente tendrían que figurar exclusivamente en la línea de la Formación Profesional y que suelen ser simples convenios -más administrativos que docentes- con entidades privadas que siguen manteniendo su elitismo pedagógico y económico. Las 123 ofertas se multiplican con las variantes de cada una de las siete universidades públicas -Barcelona, Autónoma, Politécnica, Pompeu Fabra, Lleida, Girona y Rovira i Virgili- y la de Vic, hasta alcanzar en conjunto más de 400 posibilidades. ¿No estamos entrando en una exageración de contenidos, una inflación que parece consecuencia de los atribulados esfuerzos de los centros universitarios para lograr alumnos que justifiquen sus aparatos y escondan sus reales insuficiencias pedagógicas?

Hay que comentar también el papel de las universidades privadas o semiprivadas -Oberta, Ramon Llull, Internacional y Abat Oliva-, que no entran en el sistema de preinscripción y actúan como instrumentos de desequilibrio anulando cualquier aproximación a la equidad. Los estudiantes que por su calificación -es decir, por exceso de preinscripciones- no tienen plaza en una universidad pública, tienen el recurso de inscribirse en cualquiera de las privadas, que estos días ya se anuncian ofreciendo plazas para "un aprendizaje personalizado" que "te permite desarrollar tus competencias y pone a tu disposición los mejores medios técnicos". Y, naturalmente, sin limitaciones de plazas ni de títulos. La única limitación son las matrículas y las mensualidades millonarias.

Finalmente, sorprende la lista de los estudios más solicitados. Que Ciencias Empresariales sea el que acumula más peticiones y que Comunicación Audiovisual sea el que exige mejor nota es, por lo menos, alarmante desde el punto de vista de los viejos valores de la Universidad, cuyas perspectivas docentes y de investigación tenían otro nivel. Quizá hay que abandonar aquellos ideales o defenderlos en otras instancias formativas y aceptar que la Universidad, con tantos estudiantes pragmáticos y tantos profesores funcionarios, ha de cumplir una misión más modesta: la que antes habíamos asignado a la Formación Profesional, a las escuelas universitarias, a los centros de Artes y Oficios y quizá a los bachilleratos especializados. Y lo que quede de Universidad se irá disfrazando en los posgrados y demás coqueteos de elitismo no controlado. Es decir, potenciando sin garantías docentes una vergonzosa privatización sectorial de las universidades públicas.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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