_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Miguel Iborra

José Luis Ferris

Hace poco más de un año, al final de un concierto del cantaor Manuel Gerena en el que se homenajeaba a Miguel Hernández, pude oír una de las versiones más hermosas, más hondas, más arraigadas al corazón y a la vida del poema El niño yuntero. Lo sorprendente del hecho no era que el personaje que subió al escenario y tomó el micrófono resultase un simple aficionado a la poesía, ni tampoco que aquello fuera una actuación improvisada. Lo que llamó la atención de ese público heterogéneo y entregado fue que el hombre que salió a recitar era el alcalde de todos los presentes. Yo sabía, sin embargo, que Miguel Iborra era capaz de eso y de cualquier asunto que tuviera su deuda con la sensibilidad. Y no me equivoqué ni antes, ni entonces, ni en los meses que hemos compartido al amor de un gintonic, en la barra de un bar o recorriendo luego las calles infinitas como príncipes de incógnito.

No sé si usted lo sabe, pero el sábado pasado, a eso de las cinco, Miguel Iborra, alcalde de Aspe y filántropo, humanista y poeta, político y maestro, se nos fue de este mundo con toda la juventud que exhalaban sus huesos. Había cumplido 47 años y unos cuantos sueños de los que dejan huella en la gente bien nacida: un pueblo urbanizado con entera sensatez, lleno de zonas deportivas, culturales y sociales que han servido para integrar barrios, familias y colectivos tradicionalmente marginados. Porque Miguel era eso, un socialista de a pie, de los que oyen el silbido de ese viento del pueblo que estremece la sangre, que penetra en los poros y no se atiene a disciplinas de partido o a descabelladas consignas. Para que luego digan. Para que hablen de él los que nada entienden de versos o de aprovechamientos pluviales, de polígonos industriales o de flamenco, de depuradoras o de esos niños yunteros que ahora lloran su ausencia.

No sé si usted lo sabe, pero Miguel Iborra era la coherencia política, la integridad hecha hombre y la sensibilidad intelectual. Dígalo por ahí. Cuénteselo a quien le parezca bien y propague estas palabras como si fueran suyas. Puede que cunda el ejemplo y proliferen algún día gobernantes con su perfil luminoso, con su alta verdad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_