Ser madres
En un momento de esta Casa de muñecas, tal vez el más emotivo de esta nueva incursión del siempre interesante John Sayles en el mundo mexicano, una camarera de hotel le cuenta a una irlandesa que está allí esperando poder adoptar un niño, que ella misma tuvo que ceder en adopción a su hija, habida en un momento en el que no podía criarla. La irlandesa (Lynch) la escucha con toda atención -ella misma ha hecho a la chica el objeto de sus confidencias, sólo un instante antes-, pero... no la entiende: ni ella habla español, ni la camarera inglés.
Este diálogo respetuoso, pero incomprensible, es la perfecta metáfora que explicita el mundo de sentimientos que mueve una película como La casa de los babys: centrada en seis mujeres americanas que esperan, según las leyes mexicanas, a que se les autorice a recoger un niño en adopción, la película ahonda en las contradicciones de todos los agentes que se mueven alrededor de tan emocionalmente fuerte universo. Unos frente a otros, quien da a adoptar y quien adopta, sus realidades están marcadas por prioridades del todo desiguales. Y aunque cumplan con los requisitos de la ley, nadie podrá jamás garantizar que la persona idónea es la que recibe.
LA CASA DE LOS BABYS
Dirección: John Sayles. Intérpretes: Maggie Gyllenhaal, Daryl Hannah, Marcia Gay Harden, Susan Lynch, Mary Steenburger, Lili Taylor, Rita Moreno, Bruno Bichir. Género: drama, EE UU, 2003. Duración: 95 minutos.
Con una mirada tan libre como suele ser la suya (por no recordar más que dos peripecias anteriores ambientalmente cercanas, recuérdese las espléndidas Lone Star o Hombres armados), Sayles hurga en los pliegues de esta cruda vivencia, sin olvidar ninguna de las contradicciones que se mueven alrededor de la adopción. Por ejemplo, que en el paradisíaco marco de Acapulco también hay barrios miserables en los que viven los mismos que sirven, en el hotel de los babys, a las pudientes americanas que vienen a adoptar. Por ejemplo, que esa misma miseria es la que impide que muchas madres biológicas puedan ver crecer a sus hijos como cualquier madre del primer mundo, o que empuja a los pequeños a vivir en la calle. Por ejemplo, en fin, que los que más despotrican contra el estado de cosas (el hijo de la dueña del hotel), por mucha razón que tengan, no hacen nada por ponerle remedio.
Así, el filme va apuntando, como sin querer pero con callada, soberana eficacia en varias direcciones. No se propone como una mirada definitiva sobre el tema -no podría serlo, por más que se lo propusiera-, pero sí como una instancia de discusión, de confrontación: no es menos punzante cuando describe a las potenciales madres. Es un filme necesario sobre un tema candente y sobre el cual el cine tan poco se ha pronunciado hasta ahora. Y deja muchas preguntas en el aire: la más incisiva, si no será que hay madres adoptivas que no se merecen a los hijos que la miseria deja en sus manos.
Babelia
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