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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Maragalladas

A Pasqual Maragall le gusta ir por libre. Quizás es su principal atractivo. Y también el factor de mayor preocupación para sus socios y amigos. Sus dos últimas actuaciones polémicas han sido el elogio del plan Ibarretxe en su visita al lehendakari y la reclamación de un grupo parlamentario propio para los socialistas catalanes. Ambas han caído como un jarro de agua fría en el PSOE. Las relaciones entre Madrid y Vitoria están en una fase de deshielo y sería lamentable que Maragall se metiera por medio. La reclamación de grupo parlamentario propio, aunque antigua en el PSC, es vista como una deslealtad desde el PSOE, sobre todo a la luz de los costes políticos que asumió Zapatero para preservar el tripartido catalán. La derecha considera, por su parte, que el Gobierno es rehén de Maragall, y a través de él, de los nacionalismos.

Estas dos últimas maragalladas hay que situarlas en el proceso congresual del PSC. El mensaje a los suyos podría sintetizarse así: "Somos el primer partido de Cataluña, pero no somos todavía el partido de la mayoría". De modo que cabe leer sus recados en la perspectiva de un PSC que quiere ocupar el papel hegemónico que durante 23 años tuvo CiU. También cabe recordar que el PSC, excepto en las autonómicas, ha sido siempre el partido más votado en Cataluña. A Maragall le ha correspondido tratar de conseguir la cuadratura del círculo: conservar el voto socialista y al tiempo ser el eje del catalanismo. Y siempre ha pensado que su empeño debería estar en lo segundo, porque lo primero se da por supuesto.

Pero de Maragall se esperaba otra cosa: que liderara la modernización que CiU dejó pendiente. De ahí viene, en buena parte, el desconcierto. En vez de hacer con Cataluña lo que hizo con Barcelona -dotarla de ambición y situarla como una identidad eficiente-, prolonga y mimetiza el discurso pujolista. Si Cataluña quiere tener un lugar propio debe mejorar sus infraestructuras, apostar por la educación y la investigación, mimar los sectores con reconocimiento internacional y asegurar la cohesión social. Para ello, sin duda, tiene que pelear para una mejor financiación. Pero también movilizar a la sociedad en torno a un proyecto con objetivos claros.

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Y aquí es donde no logra acertar Maragall. Tiene, en Madrid, al primer presidente que abre la vía de las reformas estatutarias y constitucionales. Cuenta con una oportunidad irrepetible de trabajar. ¿Qué es más rentable, aprovechar los espacios que se abren o presionar con unos objetivos que provocarán frustración si después no se cumplen en su totalidad? Sin duda, es más cómodo gobernar Cataluña desde la queja y la insatisfacción. CiU lo hizo y le dio para 23 años. Pero Maragall llegó cuando este juego ya era estéril. Por eso desconcierta su empeño en hacer pujolismo a golpe de maragalladas.

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