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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Irak del cambio

Si Bush acude, como se especula, a Bagdad la semana próxima para solemnizar la transferencia de poderes a los iraquíes, el espectáculo no tendrá nada que ver con el avizorado por la Casa Blanca en tiempos de esplendor. A medida que se acerca el 30 de junio, el país árabe se convierte en una monstruosa carnicería -más de 100 muertos el jueves-, cuyas víctimas principales son los propios iraquíes. Las promesas del primer ministro entrante, Iyad Alaui, de aniquilar a los dinamiteros son más la expresión de un deseo que el anuncio de una acción de gobierno por quien carece de instrumentos para llevarla a cabo.

La rama local de Al Qaeda ha reivindicado el último y coordinado baño de sangre, aunque en la realidad iraquí actual, donde apenas hay puentes entre ocupantes y ocupados y se ha hecho inviable el ejercicio del periodismo más allá de la transcripción de los partes bélicos, es prácticamente imposible saber quién hace qué. Los hechos demuestran que Irak ha perdido hace tiempo la dignidad que suele acompañar la lucha de un pueblo contra sus invasores para trastrocarse en experimento de terror con causas, agentes y finalidades diversas.

La insoportable sangría en curso podrá o no descarrilar la agenda establecida, pero certifica el fracaso de la aventura que Bush y sus consejeros áulicos iniciaron sin entender en absoluto a dónde dirigían sus cañones. Si la ocupación estadounidense de Irak que acaba formalmente este mes pretendía transformar el país en una democracia estable, la realidad no puede ser más abrumadora. Vista desde la perspectiva de un iraquí corriente, que esperase librarse del yugo de Sadam Husein, ha venido a cristalizar en frustración y resentimiento.

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El futuro de Irak es hoy tan incierto como cuando los tanques estadounidenses se adueñaron de Bagdad. No sólo no han mejorado las condiciones materiales de la gente, sino que su vida ha pasado a ser un sobresalto sangriento sobre el que carecen por completo de control. Ni hay ejército iraquí digno de tal nombre ni fuerzas de seguridad capaces de afrontar el reto de un país lanzado al vértigo de la violencia y el terror.

EE UU, arrastrado al fango de las torturas, no ha cumplido sus objetivos proclamados. Washington ha echado por tierra los planes de permanecer al timón hasta que los iraquíes votasen una Constitución y celebrasen elecciones democráticas. En su lugar, Bremer cede los trastos a unas instituciones provisionales prendidas con alfileres. El Gobierno que toma las riendas teóricas es tan poco representativo como los anteriores. Y el ejército garante se va confinando en fortalezas inexpugnables a la vez que desarrolla operaciones espectaculares, que se asemejan cada vez más a una guerra reabierta. Una visita de Bush a este escenario no le ayudará mucho en su campaña electoral.

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