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Columna
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El derribo

Miquel Alberola

El lamento desahuciado de James Lovelock, el prestigioso pope de Gaia, casi implorando a sus feligreses que se persuadan de que la energía nuclear es la única solución ecológica para salvar el planeta, es otra columna que se acaba de derrumbar en el sacudido imaginario de la izquierda. Después de tantos días llevando la pegatina contra las nucleares y de tantas noches reafirmando la vigencia de ese contradiscurso con los efectos de Chernóbil y un chupito de hierbas de Ibiza, ahora el máximo pontífice de la ecología acaba de revelar que el problema es, en realidad, la solución. También los efusivos alegatos contra Benidorm, que fue tomado por la izquierda y el ecologismo como el paradigma de la barbarie, se desplomaron cuando el sociólogo marxista Henri Lefebvre la definió como la ciudad más habitable construida después de la Segunda Guerra Mundial. O cuando uno de sus discípulos, José Miguel Iribas, mostró su modelo turístico como el que menos territorio consumía y, cotejado con el resto, el más respetuoso con el medio. O cuando Joan Fuster, con su elocuente silencio terminal, certificó que su sugestivo postulado pancatalán no sólo era una travesura intelectual surgida bajo la indulgente sonrisa de la dictadura sino que, además, causaba efectos contraproducentes irreversibles. En muchos aspectos el progresismo ha estado incubando huevos hueros en su trayecto desde lo imposible a la utopía, y ahora acumula las consiguientes decepciones. Muchas de sus convicciones, prejuicios y preceptos se han ido desmoronando hasta colmar su universo referencial de escombros, polvaredas y bajas. Buena parte de la arquitectura de este imaginario tenía su sustento, lo mismo que la religión, en una gran dosis de idealismo y dogma, lo que ha permitido desarrollar una serie de bucles irreductibles muy eficaces para las confirmaciones personales, pero desvinculados de la realidad y electoralmente estériles. Por contra, la derecha ha abandonado su caverna en muchos aspectos, y, aunque tire al monte, porque es su centro de gravedad, ha ventilado su discurso y sus posiciones, y le ha robado la cartera, algunas banderas y muchos votos a la izquierda. Se equivocó poco, pero apenas cuestionó nada. Algo es algo.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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