Macapagal repite
El Gobierno filipino tiene mucho que agradecer a la paciencia de sus conciudadanos, que han esperado casi mes y medio, con aislados disturbios menores, los resultados de la elección del 10 de mayo, ganada por la presidenta Gloria Macapagal Arroyo frente al popular actor Fernando Poe, que la acusa de fraude. Que en Filipinas sea moneda corriente eternizar el recuento de votos -India, con 675 millones de electores, lo acaba de hacer en pocos días con ayuda de las mismas máquinas que Manila tiene almacenadas- no rebaja un ápice la irresponsabilidad de los poderes del Estado en una práctica que amenaza la estabilidad política y socava la confianza internacional y de los inversores.
Macapagal, llegada accidentalmente a la jefatura del Estado en volandas del poder popular que descabalgó en 2001 al también actor Joseph Estrada, va a tener que emplearse a fondo durante los próximos seis años si quiere combatir la extendida corrupción y la inestabilidad política del archipiélago asiático. Lo exiguo de su victoria, menos de un millón de votos, la va a hacer especialmente vulnerable a desafíos políticos y legales. La oposición anuncia movilizaciones para impedir su proclamación, que quizá se produzca hoy mismo tras ser confirmada en una sesión conjunta de las cámaras legislativas, dominadas por sus aliados.
Filipinas es una de las democracias más débiles de Asia. Algunas de sus señas de identidad son el protagonismo de sus cambiantes militares -hace menos de un año fracasó una sublevación en Manila-, el dilatado azote terrorista del separatismo islamista en el sur del archipiélago y una insurgencia comunista que cumple 35 años y cuyo final se intenta negociar en Oslo.
Pero por encima de todo la presidenta se ha comprometido a hacer de la lucha contra la pobreza la espina dorsal de su nuevo mandato. Tendrá que empeñarse mucho más que los tres pasados años, en los que ha tenido poco éxito en ese terreno. Su aluvión de promesas impresiona poco al 40% de los filipinos solemnemente pobres. A combatir la miseria ayuda poco que la tercera parte de los ingresos del Estado tenga que dedicarse a pagar intereses de una gigantesca deuda, alrededor del 80% del PIB y autentico dogal de la economía.
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