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Reportaje:

'Guerra' en la fábrica

La dureza empleada por algunos piquetes de huelga provoca el debate de hasta dónde es lícito utilizar la presión sindical

Un día sí y otro también, durante semanas enteras, una trabajadora del hotel María Cristina de San Sebastián vivió un auténtico calvario. Cada mañana, al subirse al autobús en el barrio del Antiguo, un piquete de huelga formado por tres personas camufladas bajo caretas de carnaval la acompañaba durante todo el trayecto insultándola y mofándose de ella. Su delito: no secundar la huelga. Por aquel tiempo -verano y otoño de 2003-, otros trabajadores del hotel hubieron de soportar en sus propios domicilios auténticas serenatas donde sus nombres eran coreados junto a la palabra esquirol. Ahora, cuando el hotel ya funciona con normalidad, algunos trabajadores consultados coinciden en que aquella huelga tan larga los dejó marcados. "Aquello fue una especie de guerra civil", admite uno de los que sí apoyó la huelga, "y el ambiente entre los compañeros sigue enrarecido; creo que aún pasará mucho tiempo hasta que todo vuelva a ser como antes".

La pregunta es: ¿Hasta dónde puede llegar -y hasta dónde no- un piquete de huelga? La respuesta no es fácil, si bien hay una serie de hechos recientes que, puestos en fila, ofrecen una imagen de lo que está sucediendo en Euskadi. En el conflicto laboral de la multinacional alemana Ferd Ruggeberg, más conocida como Caballito, la disputa entre los trabajadores partidarios de la huelga y los que no, ya ha llegado a afectar a los más pequeños de las familias. Varios huelguistas se acercaron a los hijos de un trabajador -niños de entre cinco y siete años- y les dijeron que su padre era un esquirol. Seguramente, los chavales no entendieron el palabro -acuñado en Cataluña en el siglo XIX-, pero sí lo violento de la situación. Al tiempo, en los árboles de un centro educativo infantil de Vitoria aparecieron colgados carteles con el nombre de un trabajador al que también llamaban esquirol. Decenas de niños los vieron, entre ellos los hijos del aludido, y también sus amigos y los padres de sus amigos. En el buzón de otro trabajador, un desconocido escribió con pintura roja el nombre de su hija de tres años y, debajo, la misma palabra infamante.

Es lo normal que ninguno de los afectados directamente por este tipo de actos quiera hablar, significarse más de la cuenta, pero algunos trabajadores de Caballito han roto el silencio, indignados porque la presión alcanzara a sus hijos. La pasada semana, varios de ellos dijeron en público: "Tenemos miedo porque podemos perder nuestro trabajo, pero además tenemos miedo porque hay amenazas y ataques. Meter a nuestros hijos en la pelea sindical es lo más terrible que nos ha podido pasar".

Las huelgas del hotel María Cristina o Caballito no son los únicos casos. Durante la reciente huelga de la construcción de Guipúzcoa o en el conflicto que, precisamente estos días, mantienen los funcionarios de Bilbao, los sabotajes han sido más regla que excepción. ¿Cuál es la opinión de los interesados? Juan Antonio Korta Iturrioz, portavoz del sindicato ELA, se enfadó no más planteársele la cuestión. Dijo: "Ya os estáis inventando una historia y nosotros no vamos a entrar ahí. En Caballito hay gente que está en huelga y gente que no está. Claro que hay piquetes, ¿y qué? Los piquetes han estado allí, es lo lógico. Pero no ha habido ninguna denuncia y por tanto no tenemos por qué hablar de eso. Ya hablaremos cuando vosotros habléis de los chantajes de los empresarios. ¿A que no vais a decir que los empresarios han llamado uno a uno a todos los trabajadores para que vayan a trabajar? Cuando se hable del chantaje de los empresarios hablaremos...".

Conflictos espontáneos

Un portavoz de CC OO cree que ni la violencia ni las amenazas son justificables en la lucha sindical, aunque admite que se sigue utilizando en los piquetes. "Pero una cosa", añade, "son los conflictos espontáneos que pueden surgir fruto de la pasión del momento, y aquellos otros planificados con violencia o terror psicológico". Aunque ni UGT ni Confebask contestaron a la cuestión, sí lo hizo Juan Ramón Apezetxea, responsable de la patronal guipuzcoana Adegi: "Hay una cosa que me preocupa sobremanera, y es que en la sociedad se pueda llegar a instalar la idea de que bajo el paraguas de la huelga se puede hacer de todo, incluido incendiar y destruir bienes".

Un trabajador de Caballito ve manos extrañas detras de las presiones a los niños: "Creo que quienes han hecho esas cosas son gente que no trabaja en Caballito, son personas que vienen de otros lugares a ensuciar la huelga y dar imagen de dureza. No creo que sean mis compañeros, porque tarde o temprano vamos a volver a trabajar juntos, y la herida que se está abriendo será difícil de cerrar".

El límite de la huelga

El juzgado de lo Social número 3 de Vitoria se basó en jurisprudencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco para justificar el despido de un trabajador en huelga, por amenazas y coacciones al familiar de otro que no secundaba la huelga: "La participación en piquetes violentos o coactivos excede los límites del ejercicio del derecho de huelga porque este derecho no puede tutelar el de coacciones, amenazas, o el ejercicio de la violencia para alcanzar sus fines, como tampoco la limitación de la capacidad de decisión de otros mediante coacción psicológica o moral , ya que ello es contrario a bienes constitucionalmente protegidos como la dignidad de la persona y su derecho a la integridad moral, de donde resulta el obligado respeto a la libertad de los trabajadores que opten por no ejercitar el derecho de huelga".

El juez lo dijo en una sentencia de 15 de abril pasado en la que ratifica como despido procedente el de un trabajador en huelga de la empresa Caballito. El trabajador, afiliado a ELA, según cita la sentencia, ha recurrido el fallo en súplica ante la sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia vasco.

Según dijeron los empleados de la multinacional alemana la pasada semana, hay otras denuncias judiciales en curso.

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