El 'decretazo' del señor Madrazo

Normalmente, las promesas electorales se quedan en una mera declaración de intenciones, en un quiero y no puedo o simple y llanamente en rentabilidad política traducida en votos. Hay ciertas promesas que antes de hacerlas habría que analizarlas minuciosamente, ya que si levantan grandes expectativas que luego no se cumplen, las personas implicadas pueden verse seriamente afectadas. Me refiero al famoso decreto del señor Madrazo sobre las compensaciones a quienes sufrieron privación de libertad durante la Guerra Civil.

Cuando se anunció a bombo y platillo el famoso decreto, mi madre viuda pensó que, después de tantos años en el olvido, mi padre y muchos otros iban a tener por fin un reconocimiento institucional y una compensación, aunque fuese económica, por el sufrimiento producido por una guerra absurda e injusta, pero ¡nuestro gozo en un pozo! Resulta que se presentan muchas solicitudes para el presupuesto previsto y hay que empezar a restringir.

Es decir, después de las vueltas, teléfono, cartas, etcétera para poder conseguir la documentación acreditativa, de las diez mil solicitudes presentadas se aprueban sólo unas dos mil.

Desde estas líneas se ha hablado mucho de la chapuza en que ha quedado convertido el citado decreto. Usted señor Madrazo, ha dicho que ningún partido político, en todo lo que llevamos de democracia, ha presentado una alternativa como la suya, demostrando con ello una nula sensibilidad hacia los represaliados.

Estoy totalmente de acuerdo con esta afirmación; por eso, todavía nos duele más que se hayan hecho tan mal las cosas en un tema en el que había que haber puesto un cuidado exquisito y una manga muy ancha para poder reparar de alguna manera, si es que se puede, las miles de sensibilidades heridas.

Como he dicho al principio, si fue más un querer sin saber si se iba a poder, hubiese sido mucho mejor no ofrecer nada, ya que la única rentabilidad política que ha conseguido, señor Madrazo, es la de reabrir en unas personas, como por ejemplo mi madre, que ni olvida ni perdona, unas cicatrices que nunca se cerraron.