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Reportaje:

El 'comandante 08' negocia una paz sin cárcel

Los paramilitares de Colombia se preparan para negociar con el Gobierno en la nueva 'zona de ubicación'

"Ésa es un área controlada; ¿informó de que va a ir?". Es lo primero que advierten en esta población del sur del departamento de Córdoba, en la región Caribe, cuando un forastero pregunta cómo llegar a Santa Fe de Ralito, epicentro de la zona de ubicación, donde el Gobierno colombiano y los paramilitares pronto se sentarán a negociar la paz. En los próximos días está previsto el inicio de las conversaciones. Ya han llegado 300 paramilitares encargados de la seguridad de los 10 comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). EL PAÍS visitó recientemente la zona de ubicación.

Ralito, como lo llaman en Colombia, no es más que una calle larga de casas de madera y techo de paja donde viven unas 300 personas. Lo primero que se ve al entrar es un aviso colgado de un árbol: "Prohibida la circulación de camiones en días de lluvia". Se trata de una de las muchas normas impuestas. El comandante 08 controla que se cumplan a rajatabla. Es un hombre de 51 años, pistola al cinto, que viene y va por su oficina -una de las últimas casas del pueblo- seguido siempre de sus guardaespaldas y su exótica mascota: Pecoso, un cachorro de leopardo de ocho meses. No se mueve ni una hoja sin que este hombre robusto y de andar nervioso lo sepa. "Llegue a Ralito y pregunte dónde estoy. No proceda hasta no hablar conmigo", advirtió a este periódico. Con este salvoconducto, vía telefónica, se pasa un retén a menos de 10 kilómetros de Tierralta, donde un hombre vestido de civil y ametralladora terciada marca el inicio de la zona liberada.

En 383 kilómetros cuadrados se citarán 10 jefes paramilitares y sus 400 guardaespaldas
"Si el abuelo es guerrillero y el papá también, ¿los hijos que pueden ser?: guerrilleros"
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Una radioteléfono, antena satélite y varios teléfonos forman el sistema de comunicaciones de 08. Dos secretarias, un chef camarero, dos termos de café están siempre disponibles. En una mesa, bajo el techo de paja que cobija también los encuentros de paras y Gobierno, este hombre de origen sirio-libanés atiende a la prensa. Es una de sus tareas. El teléfono interrumpe una y otra vez la charla. Él se levanta, se retira un poco y, entre cigarrillo y cigarrillo, da órdenes. "Éste es un para-Estado", dice inflado de orgullo. Está prohibido sacar los cerdos del patio fuera del horario permitido de cinco horas; no se aceptan las palizas de los hombres a sus mujeres ni la de los padres a hijos. El control sobre el transporte es total. No entra vehículo particular alguno, ni empresa que no sea autorizada. Los que incumplen pagan con días de trabajos forzados: arreglando carreteras, pintando escuelas...

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08 repite el discurso de su jefe, Mancuso, el nuevo comandante de las AUC desde mediados de marzo, cuando dejó el mando el hoy desaparecido Carlos Castaño. Un discurso salpicado de ataques contra el Estado; de frases donde aparecen como víctimas, no como victimarios. "¿Y a nosotros quién nos repara? Dejé mi trabajo; dejé de ver a mis hijos", responde 08 cuando se le pregunta cómo van a restaurar el daño, todo el dolor que sembraron con sus crímenes.

Es un discurso también lleno de justificaciones: "¿No teníamos derecho a defendernos?". Él fue uno de los primeros en entrar en la organización. Hoy, explica, es una especie de general. "No iba a dar más dinero a la guerrilla; no iba a seguir arrodillado". ¿Y las masacres de campesinos inocentes?, le pregunta este diario. 08 pasa la mano sobre uno de sus cachetes y responde: "Eso lo explicaremos después". Un nuevo instante de silencio y con su actitud retadora agrega: "Pero no en un tribunal de justicia, donde nos espera la cárcel y la muerte. Se trata de un claro rechazo al proyecto de ley, que se tramita en el Congreso, que trata de darle un marco jurídico a este proceso y propone un tribunal para la verdad, la justicia y la reparación y un mínimo de cinco años de cárcel. Los paras han dejado claro que no están dispuestos a pagar ni un día de prisión. Advirtieron también de que la negociación no será una mesa de sometimiento al Gobierno. Parecen dispuestos a cobrarle al Estado toda la culpa que le corresponde. "Les va a tocar ver qué hacer con el hijo de Herman Monster que crearon", dijo uno de los comandantes al diario El Tiempo.

Los 383 kilómetros cuadrados donde muy pronto se concentrarán 10 jefes paramilitares, con sus 400 guardaespaldas, es una tierra fértil, de fincas enormes y caseríos miserables a la vera de los caminos. Un duro contraste. Se dice que mucha de esa tierra es del mono Mancuso, como llaman familiarmente al jefe de las AUC.

Los campesinos sólo tienen un pequeño patio para sembrar. Y trabajan de jornaleros de seis de la mañana hasta el mediodía en las haciendas. Ganan 6.000 pesos -menos de dos euros-. "Eso está mal", dicen alzando los hombros en un gesto de resignación. Pero desechan la idea de acudir a 08 a reclamar. "Antes debemos agradecer que nos dan trabajo". Para 08 es lógica esta paga, equivalente a la mitad del mínimo legal. "¡Salen al mediodía!", justifica.

Los habitantes de la zona de ubicación hablan con tranquilidad; hasta dan su nombre al presentarse, algo extraño en este país lleno de miedos. Para ellos, la paz la da la presencia de los paras. Los aceptan sin cuestionamientos. "Es la ley que tenemos; ya nos acostumbramos a ellos", dice una mujer mayor. Las frases de halago se repiten: "Ellos nos salvaron la vida; no tenemos los tormentos de la época de la guerrilla". Y hacen la lista de las ayudas de los paramilitares: la carretera -antes tocaba entrar la carga en burro-, los lápices y cuadernos que reparten a los niños al comienzo del curso; la atención médica en el hospital público. "Si uno no tiene plata lo atienden por orden de ellos".

"¿Qué pasará cuando los comandantes se entreguen?", preguntan con miedo. Les espanta pensar que vuelva la guerrilla. "Si se van los paras, nos quedamos solos. Ojalá venga el Gobierno. Hace años no lo vemos por acá". Y tienen una larga lista de deudas que reclaman al Estado. La principal, el agua, que en verano escasea. Y en invierno es tan sucia que los males del estómago son colectivos.

En al menos dos de los caseríos de la zona de ubicación la mayoría de la gente es hoy gente nueva. Los nacidos allí huyeron cuando empezó la limpieza paramilitar.

La última casa de la calle larga que es Ralito es un hospital de campaña. Los paras heridos son los pacientes. Treinta había el día que estuvo este periódico. Al menor, de 21 años, la guerra lo dejó ciego. Se sienten salvadores y hablan con odio de la guerrilla. Un odio que los lleva a ver como normales las masacres de los campesinos. "Si el abuelo es guerrillero; el papá también, ¿los niños que pueden ser?: ¡guerrilleros!". Quedan mudos cuando esta lógica se aplica a la óptica guerrillera y las víctimas son hijos de paras. Parece que jamás se lo hubieran planteado.

Todos son de origen campesino, de pocos estudios, y hablan con admiración de las AUC, "la organización" que les permite retirarse y visitar a la familia cuando quieren. "El conflicto empezó por el Gobierno. Es el responsable directo. Con tanta pobreza, la guerrilla cogió fuerza", dice un hombre de mirada triste. Cuenta que se crió en un pueblo de guerrilla pero que nunca le gustó "el sistema de ellos". Se llevaron a su hermano de 13 años; se escapó y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) lo mataron por desertor. "Mi mamá no volvió a comer, se murió a los dos meses; entonces yo me volteé del todo".

El proceso de paz los tiene pensativos. "Si el Gobierno nos da lo que nos da la organización, está bien". No han dejado de recibir un sueldo de 400.000 pesos -un poco más de 100 euros-, superior al mínimo oficial de 350.000. "Si me dan menos, prefiero robar", dice uno. Reciclar basura, erradicar coca, dos opciones dadas por el Gobierno a los reinsertados de paras y guerrilla, les parece poca cosa.

Un grupo de paramilitares entrena en un paraje de las montañas de Antioquia.
Un grupo de paramilitares entrena en un paraje de las montañas de Antioquia.ASSOCIATED PRESS

15.000 hombres en armas

Más de 9.000 desplazados tiene Tierralta, municipio a 77 kilómetros de Montería, capital del departamento de Córdoba. Deambulan buscando ganarse unos centavos o a quien los escuche en esta pequeña población atiborrada de tiendas, escaparates y motocicletas. Son el testimonio vivo de lo que ha sido la guerra en el sur de Córdoba. A unos los desterró la guerrilla; a otros, los paramilitares; a otros, el fuego cruzado. "¿Por qué hay negociaciones con los que han hecho el daño y no hay arreglo para los que hemos sufrido con esta guerra?", se pregunta un desplazado. Piensan que, con tanta tierra como hay en Córdoba, podrían reubicarlos. Hay planes apoyados por los paras para realizar algunos retornos. Si no hay un proceso de paz con la guerrilla, ¿cómo podemos regresar?, se interrogan los desterrados.

En la plaza central, una valla recuerda al jesuita Sergio Restrepo. Hace 15 años fue tiroteado al lado de la iglesia. Muchas obras llevan su nombre. La mayoría de los líderes populares de la región fueron asesinados en esa época oscura que terminó con la pacificación, como llaman al asentamiento del poder paramilitar y el destierro de los guerrilleros.

Aunque nadie lo proclama, y el alcalde lo niegue, en Tierralta el control lo ejercen los paramilitares. Como en los demás municipios de Córdoba, departamento en que los ganaderos, golpeados duramente por el secuestro en época de la guerrilla, han defendido abiertamente el paramilitarismo.

Extraoficialmente se afirma que antes de finalizar junio comenzará la negociación. Pero el cese de hostilidades -exigencia del Gobierno- no se cumple. En Guajira, península desértica al norte del país, están desplazando y matando a los indígenas wayúu.

"Los paramilitares están en transición, y no en favor de la paz, sino de los narcotraficantes", dijo recientemente el embajador de EE UU. Hay preocupación también por el asesinato, hace unas semanas, del comandante doble cero, crítico con la presencia del narcotráfico en las Autodefensas, que tienen 15.000 hombres en armas.

Julio César Vidal, obispo de Montería, confirma que el proceso "es muy frágil". Para el prelado, la clave está en la participación internacional. "Ojalá estuviera la Unión Europea", dice. "Al Gobierno colombiano en solitario le queda cuesta arriba sacar adelante este proceso".

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