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Reportaje:Elecciones Europeas

A la espera de la otra Degolla

Los actos del Corpus y las playas fueron las opciones preferidas por los ciudadanos durante la jornada electoral

Miquel Alberola

Mientras en las urnas se intensificaba el ayuno electoral y el aburrimiento, la calle dels Cabillers de Valencia ya estaba atestada y cruzada en zigzag por un cordel de rafia con cubos colgando. Eran las inequívocas señales de que la gente le concernía más el Corpus que las elecciones. En cuanto a puesta en escena, por lo menos, no había color. Los coros de la catedral armonizaban voces y varias piezas del generalato y el almirantazgo se allegaban para la misa pontifical con sus relucientes pecheras de hojalata. En la atmósfera flotaba vapor de crema solar, pero no había indicio electoral alguno.

La plaza de la Virgen olía a geriátrico y a catering social. Incluso a Varón Dandy y a Acqua Velva. Los jóvenes dormirían la mona con sus alucinaciones sintéticas de gragea comprimida, acaso ambicionando la noche groenlandesa de seis meses. O estarían tumbados panza arriba en las playas. Pero en la plaza de la Virgen, más de cinco mil años de edad contemplaban las Rocas y algunos además atendían las recalentadas apreciaciones de algún intelectual de carromato. Como un cebo digital para japoneses allí estaban la Cuca Fera, la Tarasca, el Drac de Sant Jordi y otras alimañas producidas por iniciativas menestrales no menos alucinógenas. De algún modo, la esencia y las directrices falleras ya estaban en esa imaginería varios siglos antes de instaurarse el acontecimiento josefino. Estar allí era una manera de constatarlo como otra cualquiera, y algunos lo hacían chupando un helado. Más allá de las comuniones con tarta al whisky, incluso de las playas con paella mixta, la capacidad anticipatoria de este barroco preindustrial y mulato, comparado con el vacío erasmista del vientre de la urna, resultaba la mejor opción para el entretenimiento dominical.

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Al mediodía las campanas del Micalet perdieron el juicio. Y enseguida empezaron las infalibles dulzainas y los atabales. La procesión de La Degolla partía de la plaza de Manises, junto al Palau de la Generalitat, como si se tratase una alegoría de la revelación hecha el jueves pasado por Alejandro Font de Mora durante la sobremesa en un reservado del restaurante Nou Manolín de Alicante. Allí, este ángel de la anunciación barbudo, tras la liturgia de las leches fritas y las libaciones de ron, y con los pinchazos oportunos, había preconizado otra Degolla para el 14-J, o inmediatamente después, si el PP se imponía en las urnas en la Comunidad Valenciana: Canal 9, consejeros, directores generales... "Cuestión de horas", había advertido, causando no pocos crujidos orgánicos. A su lado, Herodes era casi un voluntario de la Cruz Roja.

Cuando todo el concejalato estuvo apostado en el balcón principal de la Casa Vestidor, empezó este desfile que simplifica la historia de la humanidad en unas composiciones de danza. Tras un preludio de heraldos con barba de estopa llegaron los cabezudos con sus escafandras multirraciales y sus animaciones ortopédicas, como si pretendieran establecer un correlato con la realidad interna del PP y un subrepticio llamamiento a la unidad de coreografía desde la diversidad. Pasó el clérigo a horcajadas de una jaca para bendecirlo, dibujando un jeroglífico inexpugnable en las comisuras de los labios al estilo de Juan Cotino. Y enseguida apareció la Moma con su burka blanco y su mirada azul, escondiendo a un hombre que representa la pulcritud y la pureza. Y los momos, bailándole el agua. Sin duda, una metáfora plástica y arraigada del presidente de la Generalitat. Luego hubo bailes de cintas, trancazos y bastonazos para darle un envoltorio de solemnidad, pasaron los peregrinos y Dios padre con el triángulo equilátero por peineta, pero también la Muerte con su guadaña y la inscripción "Lo temps breu", en una clara alusión a la legislatura medio transcurrida.

El séquito se dirigía hacia la calle dels Cabillers lanzando caramelos y poemas de presbítero. Pasaron la Virgen, el Niño, la burra y San José, y luego, la legión romana protegiendo a Herodes, máximo inspirador de la Degolla de inocentes. Inmediatamente detrás llegaba la avalancha de esbirros ejecutores, vestidos con andrajos de yute, con una diadema vegetal de plástico en la cocorota y empuñando bastos. Su alboroto, precedido de los primeros compases del himno regional y una bandera morada con una faz espantosa, levantó una ráfaga de palomas. El Micalet volteó todas las campanas como si estuviera esperando esta señal y estos matones se situaron en formación para entrar en la estrecha calle dels Cabillers. Entonces, se pusieron a gritar ¡agua!, ¡agua!, como si fueran Francisco Camps y Ramón Luis Valcárcel en estado puro, y desde los balcones y ventanas empezó a caer a cántaros, cubos y barreños. El trasvase entero. Mientras tanto, en los colegios electorales los presidentes de mesa y los interventores ya se habían contado todos los chistes y no sabían de qué hablar. Y todavía quedaba la tarde y parte de la noche.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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