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Tribuna:DEBATE | Turquía y la Unión Europea
Tribuna
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El año de la decisión

Mientras la democratiza-ción en Irak apenas avanza y en Irán ha sufrido un grave revés, parece que en Turquía, la única república democrática de todo el Oriente Medio y Próximo, está resultando bien el experimento de la democratización pacífica impulsada desde fuera por la Unión Europea. Si no es aquí, ¿dónde será? Y si puede ser aquí, ¿por qué no en otros países de la región? Cierto es que el país del Bósforo presenta condiciones especialmente favorables: desde la década de 1920, la adopción de los modelos europeos y una estrecha relación político-cultural con Europa han sido el objetivo proclamado de la república turca. Pero nunca dejó de mantener rasgos de una dictadura desarrollista autoritaria bajo control militar, represora de las minorías étnicas y controladora del islamismo popular. Por temor a que la joven república se hundiera en la herencia multicultural del Imperio Otomano, surgió un Estado controlador omnipresente que aún hoy sigue observando una actitud de profunda desconfianza ante la sociedad civil, la economía de mercado y la competencia entre los partidos políticos. Todos los asuntos de política exterior, entre ellos la cuestión de Chipre y el problema kurdo, aún sin resolver, siguen estando bajo control del Consejo de Seguridad Nacional, que en estos temas puede hacer embarrancar y fracasar al Gobierno de Erdogan.

Se ha democratizado y liberalizado porque quiere pertenecer a Europa
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Definir las fronteras

Los europeos críticos del ingreso también siguen desconfiando de que sea precisamente un Gobierno dirigido por islamistas moderados el que pretende guiar a Turquía hacia la UE. Y eso que veces a lo largo de la historia la democracia ha echado raíces en el deseo de libertad religiosa y de autonomía cultural, y el mayor defecto de la democracia turca no es en absoluto la reislamización moderada, que no está afectando el muro de separación entre religión y política, sino, por el contrario, la tradición autoritaria del "Estado profundo", un complejo inextricable de burocracia, servicios secretos y aparato militar que surgió del severo orden de Kemal Ataturk hasta convertirse en una idea obsesiva que, aún hoy, sigue permitiéndose excesos contra toda oposición política.

Pero mientras algunos siguen dándole vueltas a las raíces cristianas de Europa, lo que está en juego ahora es la Turquía democrática, y podría establecerse una relación entre ambas cosas. Los críticos del ingreso que se empeñan en la identidad cristiana de Europa y sostienen la incompatibilidad entre islam y democracia secular, están dando apoyo, aunque no lo pretendan, a los militares de Ankara. El error es que para la evaluación de la madurez europea de Turquía no se tomen en consideración criterios concretos de modernización democrática, y se insista en destacar profundas diferencias culturales entre una Turquía islámica y una Europa cristiano-occidental. Turquía se ha democratizado y liberalizado porque quiere pertenecer a Europa, y daría marcha atrás si Europa la rechazara.

Por supuesto que no hay ningún mecanismo automático que conduzca más temprano o más tarde a Turquía a la UE; el resultado de este proceso está realmente abierto. Pero hay reglas en las relaciones internacionales cuyo incumplimiento producirá entre los turcos una indignación justificada y unas consecuencias muy graves. Una democratización condicionada como la que está imponiendo la UE desde hace varios años no es una vía de sentido único, o dicho de otra manera: no se puede, después de un procedimiento que ha durado décadas, echar mano de argumentos y principios sumamente nebulosos y justificar el incumplimiento de las condiciones de acceso con el argumento de que ahora, evidentemente, Turquía no pertenece a Europa.

Aunque la simpatía por el ingreso de Turquía ha aumentado entre los europeos y en concreto el Gobierno alemán en las últimas ocasiones habidas en Berlín y en Ankara ha adoptado una posición de mucho compromiso, Turquía no debe hacerse demasiadas ilusiones sobre las negociaciones de ingreso a finales de este año. Los objetores críticos de todos los países han lanzado la consigna de que hay que profundizar antes que ampliar, y el hastío generalizado en relación con la UE también afectará al país en el que el entusiasmo europeo alcanza cotas máximas actualmente: la propia Turquía. Los conservadores recalentarán el tema en las próximas campañas electorales, y los resentimientos relacionados con los turcos de la "diáspora" y el "peligro del islamismo" proyectarán sus sombras sobre la cuestión del ingreso. La decisión ha de tomarse en 2004.

La Comisión de la UE y los Gobiernos nacionales dan la impresión de no tener un plan B para el caso del rechazo de la petición de ingreso, o sea, tener previsto establecer una relación sustancial de Turquía con Europa por debajo del nivel de miembro de pleno derecho, pero de más nivel que la Unión Aduanera establecida en 1996. Recientemente, el primer ministro turco visitó EE UU para reparar las deterioradas relaciones turco-americanas y también para lograr la mediación de Naciones Unidas en el asunto de Chipre. Washington intentó imponer lo que Bruselas no había sido capaz de proporcionar: un acuerdo sobre Chipre que precediera al ingreso del Estado insular antes de mayo de 2004, y ahí estaba precisamente la diferencia entre una potencia imperial militar y un imperio democrático que no quiere serlo.

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