Tribulaciones de una delegación madrileña
El viernes día 4 de junio, una delegación del Ayuntamiento de San Fernando de Henares, encabezada por su alcaldesa, Montserrat Muñoz de Diego, y compuesta, además, por dos concejales de su equipo de Gobierno y yo misma, comenzamos un viaje en el aeropuerto de Barajas que debía conducirnos a la ciudad palestina de Ramala para formalizar el hermanamiento aprobado en un pleno municipal el mes de abril de 2002, en plenos bombardeos del Ejército israelí que trajo consigo la destrucción de gran parte de la ciudad, incluida la sede de la Autoridad Nacional Palestina.
La visita a los proyectos de cooperación que el Ayuntamiento de San Fernando mantiene en los territorios palestinos, a través de varias ONG, era otro de los objetivos de este viaje que comenzó con mal pie.
La pérdida del vuelo inicialmente previsto con Iberia por dos de los integrantes de la delegación, por exigencias, hasta ese momento no manifestadas por el Gobierno israelí, sobre los pasaportes de estas dos personas, entre las que me cuento, nos deparó no sólo la pérdida del avión, sino lo que es más grave, la obligación de volar con las líneas aéreas israelíes que, a pesar de encontrarse en territorio español y, deduzco, bajo jurisdicción nacional, tienen, muestran y actúan como colonizadores de unos cuantos metros de Barajas y actúan con impunidad para registrar, molestar e interrogar a dos ciudadanas españolas desde el momento que fueron informados de que el objetivo de nuestro viaje era la visita a los territorios palestinos.
Interrogadas, con careos incluidos, por tres agentes de seguridad que en ningún momento se identificaron, preguntadas sistemáticamente sobre los diferentes sellos de nuestro pasaporte, sobre el porqué de nuestro hermanamiento con Ramala, sobre... lo divino y humano, repito todo esto en Barajas, territorio español, y a dos ciudadanas españolas.
La vuelta cuatro días más tarde desde Tel Aviv a Madrid supuso el ejercicio más sistemático de humillación y vejación que hemos sufrido nunca, por parte de jovenzuelos israelíes que no cejaron hasta que despanzurraron todo nuestro equipaje, sometieron a nuestras maletas y a nuestros cuerpos a un intenso sobeteo con desnudo parcial incluido. Cuatro horas, cuatro, en las que no se nos permitió nada más que intentar que no desaparecieran en ese maremágnum en que convirtieron maletas, bolsos de mano, objetos de regalo institucionales, desde el momento que supieron que éramos una delegación institucional que venía de Palestina.
Todo esto no es nada en absoluto con lo que está pasando en Palestina, un pueblo indefenso acosado por un ejército, esquilmado, robado y despojado de sus tierras, salpicadas éstas por centenares de asentamientos y, por tanto, despojados de su sustento diario; un pueblo al que humillan cada día, al que quieren expulsar de su tierra por el sueño imperialista de Israel. Vergüenza debe darles y vergüenza debe darnos a todos los demás si olvidamos nuestro deber de impedirlo.
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