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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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'Business' Bush

Joaquín Estefanía

UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS estructurales de los neocons que pueblan la Casa Blanca es la laxitud en separar los asuntos de Estado y los negocios privados. En la diferenciación de grupos que sobre los ultraconservadores norteamericanos hace el analista William Polk, uno de ellos es "el núcleo del Partido Republicano que se identifica con la política que beneficia a las grandes empresas, que dirige el vicepresidente Dick Cheney". Pero Cheney no es una excepción.

En un análisis sobre la trastienda de hombre de negocios que tiene el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, el periodista francés Chistophe Grauvin escribe en Le Nouvel Observateur que desde la limpieza del traje de militares hasta la formación de policías iraquíes, pasando por la alimentación de soldados o la recogida de informaciones, pocas son las funciones militares, con excepción de la guerra propiamente dicha, que no hayan sido delegadas en empresas privadas subcontratadas. Y ahora ya sabemos también que algunas de las funciones guerreras también se han puesto en manos de mercenarios. Pocas son también las empresas subcontratadas que no cuentan en su consejo de administración con algunas eminentes figuras neocons.

En la Casa Blanca hay expertos en lo que se denomina 'revolving doors': puertas giratorias que permiten realizar fructíferas idas y venidas entre lo privado y lo público. Entre el partido de las ideas y el de los negocios

Grauvin cita un caso: el Pentágono ha llegado incluso a subcontratar a una compañía privada -Caci International- los interrogatorios de los detenidos de la cárcel de Abu Ghraib; uno de los administradores de Caci es el general Larry Welch, ex jefe de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos. En 2003, Welch fue designado para evaluar un proyecto de armamento, por valor de 15.000 millones de dólares, del que en la actualidad Caci es uno de los principales beneficiarios. "Al parecer", comenta el periodista, "el hecho de que el general Welch, auditor independiente de un programa gubernamental, sea también el administrador de una empresa que se beneficia de este programa no ha chocado a Rumsfeld".

El pasado viernes, el vicepresidente, Cheney, despedía emocionado el cadáver de Ronald Reagan. En septiembre pasado había declarado en televisión: "Como vicepresidente no tengo en absoluto ninguna influencia, o participación, o conocimiento de nada que tenga que ver con contratos liderados por el cuerpo de ingenieros o cualquier otra persona del Gobierno Federal". Pero, hace escasas semanas, una investigación independiente reveló que la oficina de la vicepresidencia de Estados Unidos había coordinado un megacontrato para la explotación de petróleo en Irak, concedido a dedo dos semanas antes de que empezara la guerra, al grupo Halliburton, del que Cheney había sido consejero delegado (CEO) antes de volver a la política. El contrato tenía un valor máximo de 7.000 millones de dólares. Cheney sigue cobrando de Halliburton y posee 423.000 opciones sobre acciones de la compañía.

Halliburton es una empresa inmersa en escándalo tras escándalo (es también la concesionaria de las instalaciones de Guantánamo donde se hacinan centenares de prisioneros talibanes sin derecho a un juicio justo). En estos momentos está siendo investigada por el Pentágono por excesos en la facturación de la gasolina al ejército de ocupación en Irak, y por irregularidades en los servicios de alimentación y logística de las tropas. Hace dos semanas, Halliburton celebraba su junta de accionistas: el valor de la acción ha caído en los últimos años un 45% como resultado de estos escándalos.

Rumsfeld es otro buen ejemplo de político al que no se le han olvidado los negocios. Por ejemplo, en 1969, Richard Nixon le puso al frente de una oficina de oportunidades económicas; sus dos adjuntos se llamaban Dick Cheney y Frank Carlucci, director hoy del grupo Carlyle, uno de los principales beneficiarios del aumento actual de los créditos militares.

Los neocons se han revelado como expertos en lo que se denomina revolving doors, esas puertas giratorias que permiten realizar fructíferas idas y venidas entre lo privado y lo público. Entre el partido de las ideas y el de los negocios. Al parecer, ello es parte central de la filosofía de nuestra época.

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