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63ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID

Luciano G. Egido recopila 40 años de escritura

Novelista tardío y engañoso (escribe como un chaval y tiene muchos fans), Luciano González Egido (Salamanca, 1928) lleva casi toda la vida dándole a la tecla. Para los que no se lo creen, ahora aparecen reunidas las muescas de su escritura desde 1963: artículos, críticas de cine, ensayos, fragmentos de sus novelas, reflexiones, cuentos, críticas (buenas) de otros a sus novelas...

Su peculiar universo periodístico y literario, ese mundo disperso por los secarrales del tiempo y con querencia a los arrabales de la frontera con Portugal que Egido ha construido durante 40 años, se reencuentra ahora en un volumen tan difícil de encontrar como fascinante de leer: se titula Un escritor plural (Antología, 1963-2003) y lo ha editado el Instituto de la Lengua Castellano y Leonés dentro de su colección Beltenebros.

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La antología sigue al Premio de la Crítica Castilla y León 2003 a su novela La piel del tiempo, y es un resumen posible de la mirada de Egido, marcada por unos años primeros de columnismo libre y acerado, una ironía perpetua y una perplejidad (sólo intermitente) que el autor utilizó para mudarse a la literatura, ya sesentón, en dos caminos contrarios: hurgar en las heridas de la vida y compadecer su fragilidad.

El libro arranca con una selección de los artículos que Egido firmó como Copérnico en el diario Pueblo entre 1963 y 1984; sigue con otros publicados en Informaciones y El Independiente; viaja a sus orígenes como crítico de cine en Cinema universitario e Ínsula; recoge un par de ejemplos recientes de sus reseñas en La Clave; y aterriza después en sus ensayos, con Unamuno como casi único eje, y la biografía Agonizar en Salamanca (1986) como espléndido centro.

Hacia la mitad del volumen, llegamos a los noventa y las novelas: fragmentos de El cuarzo rojo de Salamanca (1993), con la deslumbrada crítica de Fernando Lázaro Carreter; El corazón inmóvil (1995); La fatiga del sol (1996); El amor, la inocencia y otros excesos (1999), y la citada La piel del tiempo (2002), para terminar con una visión de sus siempre inquietantes relatos, viejos o nuevos como los de Cuentos del lejano Oeste (2003), alguno tan breve como Amor nocturno: "Colgada del techo había una escueta bombilla encendida al fondo del pasillo, lo que me permitió atravesarlo sin hacer ruido, directamente al cuarto de mi joven cuñada. Después caí en la cuenta de que en el pueblo no había luz eléctrica. Que mi cuñada se hubiera muerto hacía muchos años, era ya lo de menos".

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