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El exhibicionismo de Janis Lennon y John Joplin

Diego A. Manrique

Por lo que cuentan los libros, Janis Joplin y John Lennon nunca se encontraron: la cantante tenía su base en San Francisco y, durante sus años de fama, Lennon no viajó a California ni tampoco hizo demasiada vida social (al igual que Janis, estaba experimentando con la heroína). Murieron con 10 años de diferencia y de formas antinaturales: ella, por una sobredosis de droga excesivamente pura; él, asesinado por un descerebrado.

Sin embargo, no cuesta mucho imaginar que alguien se haya quedado colgado simultáneamente de personajes tan emblemáticos de la revolución cultural de los sesenta. Joplin y Lennon se demostraron maestros de la expresión visceral. Janis era una hiperdramatizadora de las alturas y (sobre todo) las profundidades de la experiencia amorosa. En discos y en directos, Janis encarnaba a la Gran Sufridora pero su público ya sabía lo suficiente de su legendaria vida -promiscuidad, bisexualidad- para relativizar ese Teatro de la Angustia. Además, ella invocaba constantemente el carpe diem.

En Lennon también había exhibicionismo. En el seno de los Beatles, era el descarado, el sarcástico, el bocazas ("somos más populares que Jesucristo"). Pero fue con la llegada de Yoko Ono cuando Lennon eliminó pudores para fundir su vida y su arte; convertía en canción los detalles de su segunda boda (The ballad of John and Yoko) o su cura de desintoxicación (Cold turkey), aparte de enriquecer el repertorio de agitación y propaganda (Give peace a chance, Happy Xmas, war is over, el disco Sometime in New York City).

Con John Lennon and the Plastic Ono Band inauguró la línea confesional, potenciada por la terapia del primal scream del Dr. Janov. Antes de las simplezas de Imagine, John Lennon se convirtió en modelo generacional por su predisposición -incluso deleite- para desnudarse en público y compartir sus traumas, sus deficiencias emocionales, sus contradicciones y hasta -¡sacrilegio!- su desencanto con los Beatles.

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