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Crítica:LOS LIBROS DE LA FERIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

De vida o muerte

Cada vez son más nutridos y elaborados los estudios que se ocupan de establecer el campo de la denominada "bioética", término que no tiene nada que ver con una "ética de la vida" (menudo pleonasmo; ¿qué otra cosa son las cuestiones éticas, en definitiva, sino modos de atención reflexiva aplicada a una existencia responsable?). Por bioética entendemos la parte de la ética filosófica que investiga la dimensión moral de ciertas prácticas, en especial, las de las ciencias y las técnicas de la vida (o de la muerte). En cierto modo, este espacio para la reflexión ha estado siempre planteado en gran medida en torno a la deontología de la medicina, pero en las últimas décadas la eclosión de la genética y la biología molecular, que abre inmensos territorios a la investigación sobre la vida, junto con la consolidación de la sociedad individualista posmoderna y la ideología técnica dominante, han hecho de la llamada "bioética" un contorno de perfiles cada vez más definidos que, consecuentemente, aspira a ser admitido como disciplina por derecho. En este sentido, a la bioética le sucede lo mismo que a la estética de finales del siglo XVIII: que busca (o cree que necesita) un Kant capaz de fundar -o de dar razón de- su autonomía teórica como disciplina filosófica.

Éste sería, en principio, el marco más amplio en que habría que inscribir los dos libros que comentamos aquí y uno de los asuntos a los que Sádaba y Gracia dedican considerable esfuerzo de análisis y espacio en sus respectivos abordajes. Para ambos autores es preciso resolver -como sea y cuanto antes- la cuestión de la delimitación disciplinar de la bioética y sus problemas, que por una parte tienen considerable calado moral en un terreno que es "de vida o muerte" y que, hasta ahora, sólo ha sido abordado con la ayuda de reglas de prudencia técnica y mucho sentido común aderezado con meras racionalizaciones de la experiencia y de las necesidades colectivas, pese a que el asunto tiene, por otra parte, enormes implicaciones religiosas, sociales y culturales, incluso ambientales.

¿Por qué es tan imperioso de-

finir qué es la bioética? Según Diego Gracia y Javier Sádaba -cada uno a su manera- porque en materia de administrar éticamente la vida o la muerte el pensamiento racional se enfrenta con su formidable e inveterado adversario: la religión. Tanto la Iglesia católica como las distintas corrientes de la teología protestante se han reservado la autoridad en esta materia, de modo tal que las determinaciones en relación con la eutanasia, la clonación, la fertilización in vitro, la pauta de lo normal y lo patológico, la experimentación con animales o la intervención en los procesos naturales, parecen quedar circunscritas en una esfera de la decisión moral cuyos fundamentos, para el cristianismo, son trascendentes al juicio de un individuo.

En su libro, propuesto como una iniciación a la problemática, Sádaba choca abiertamente contra la pretensión religiosa y cifra en la laicización de las cuestiones bioéticas la promesa de una resolución para cada conflicto. No me ha parecido que proponga, en esta obra y por él mismo, soluciones a cada uno de los dilemas bioéticos que enfrentamos y en cambio sí me ha parecido que restituye a la ciencia, si acaso con la asistencia del pensamiento racional, la última palabra. No cabe recriminarle que haya incurrido en un deslizamiento de responsabilidades puesto que su libro se propone tan sólo como una introducción, pero sí advertirle que es precisamente la ciencia y su racionalidad característica la que suscita el problema bioético, de donde la bioética, más que una disciplina filosófica, es en alguna medida el síntoma de la crisis de la racionalidad científica en nuestra época. Si la solución de los dilemas bioéticos es -o debe ser- exclusivamente científica, entonces nos encontraríamos con que se puede hacer realidad la proeza del barón de Münchausen.

El libro de Diego Gracia es una compilación de trabajos editados con esmero por José Lázaro, en tres grandes áreas: medicina, teoría de la bioética y deontología sanitaria, acompañada de otras dos donde se estudian problemas de la disciplina en determinados contextos: la sexualidad, las drogas, los trasplantes, la clonación, etcétera. Gracia hace gala de un riquísimo caudal de referencias y de una curiosidad intelectual admirable. Especialmente interesante es la sección dedicada a comentar y debatir las tesis de la tradición teológica, católica y protestante. Aquí, el espacio de la ciencia y su axiología bioética específica queda asignado -prudentemente y de acuerdo con la enseñanza de su maestro Zubiri- a un terreno que aparece demarcado, en su partida y en su desembocadura, por el "hecho religioso". La bioética sería así un acontecimiento, la ocasión para una suerte de "brecha moral" (así la llama, citando a R. M. Hare) entre estos dos hitos religiosos, y en ella -piensa- la razón debe imponer su autonomía irrenunciable. Su propuesta es, pues, un tanto ecléctica, por contraste con la cerrada intransigencia de Sádaba hacia la religión.

Encuentro de gran provecho la lectura de ambos libros, pero mentiría si dijera que suscribo el enfoque que, de algún modo, comparten: la reducción de la bioética a una dilucidación axiológica, sea racional o cuasirreligiosa. Alguna vez escuché (o leí) que si se le propone a un grupo de individuos la alternativa de morir a los 80 años o de llegar a los 120 con la ayuda de un corazón de cerdo trasplantado, la mayoría se inclinará sin duda por la segunda opción. Es esta pulsión incontenible, liberada y autorrenovada por la autonomía dominante en nuestras sociedades tardomodernas, la que mueve a la ciencia, desacredita a la religión y desdibuja las racionalizaciones filosóficas, mientras se va imponiendo como la única regla que reconocen nuestros cuerpos emancipados, empeñados en ser inmortales a toda costa. Y las pulsiones, como sabemos, no conocen -ni quieren saber- nada de valores.

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