La anormalidad democrática
Un chaval explicaba del siguiente modo el principio de Arquímedes: "Estaba Arquímedes bañándose en una bañera y de pronto experimentó un empuje vertical hacia arriba. Se levantó, miró y vio que era un principio". Pues bien, el lehendakari Ibarretxe, que también está hecho un chaval, experimentó el otro día un empuje, se levantó, miró y vio que se trataba de una anormalidad democrática. En realidad, lo que vio fue a Batasuna, pero ese grupo tiene la virtud de distorsionarle tanto la mirada que sólo le permite ver anormalidades democráticas en el comportamiento del Estado con Batasuna, aunque se llame HZ. Como el lehendakari no es Arquímedes tiene dificultades con los principios. Con los principios democráticos, quiero decir (con los fisico-químicos no se sabe, lo único que se puede asegurar es que domina los atinentes al manejo de la bicicleta). En efecto, como al lehendakari y los suyos no les gusta la Ley de Partidos creen que no debería cumplirse, aunque esté vigente, de ahí que apoyen a quienes no la cumplen y lo hacen, digo lo de apoyar a los infractores, bien sea cuando la ley les impide a éstos elaborar listas para las elecciones europeas o bien cuando la ley les intima a disolverse como grupo en el Parlamento vasco.
Claro que el lehendakari no ve en eso ninguna anormalidad democrática y cuando digo en eso me refiero al hecho de que preferirían no cumplir las leyes, al menos determinadas leyes: aquellas que -¡será casualidad!- entran en colusión con su manera de entender el mundo. Y, así, algunas no las acatan y otras las sueñan. Entre las que no acatan o no quisieran acatar están, además de la Ley de Partidos, las leyes que regulan el Cupo y que no contemplan que una de las partes pueda meter la mano en la caja para cobrarse lo que a su juicio, es decir, lo que en su rechazo de la ley, entienden que se les está quitando, de ahí que hoy mismo la vice Idoia Zenarruzabeitia esté rompiendo la hucha para cogerse los 32,2 millones que el Gobierno les robó. Pero también hay otras leyes que los nacionalistas se saltan a la torera, con perdón, alegremente. Por ejemplo, las que regulan el trabajo. Con absoluta satisfacción el consejero Azkarraga inauguraba el otro día la segunda oficina de lo que se ha dado en llamar el Inem vasco, pese a no disponer de competencias al respecto. El Gobierno vasco también ha firmado un acuerdo pesquero con Chile, pero como no es para pescar, sino para dar consejos, no creen que les pase lo que les pasó con el de Mauritania: que se lo tuvieron que comer con patatas como si de un marmitako se tratara.
Aceptarán conmigo que tiene su miga que vaya vendiendo consejos quien tan pocos tiene para sí. Y máxime en campos como éste de la pesca que no lo regula el Estado español, sino la UE. Y ahí hay que reconocerle a nuestro lehendakari su qué, porque puestos a quebrantar leyes lo mismo le da quebrantar las españolas, las de Lima o las de Boyle-Mariotte. ¿Acaso su sentido de la normalidad democrática no se lo autoriza? He apuntado más arriba que además de no acatar las leyes que les disgustan sueñan nuestros nacionalistas con las que les concederían patente de corso total. Pienso en el plan Ibarretxe, que además de no tener encaje en la Constitución del país donde se quiere implantar tampoco lo tiene en la que prepara la UE, ni en la normativa europea vigente. Es adonde se llega cuando se plantea el mundo como voluntad: la realidad es lo que yo quiero que sea sin que nadie pueda imponerme límites. Esta actitud constituye una patología psíquica cuando la padece el individuo, pero cuando implica a un colectivo que se denomina -desde la propia y única voluntad- pueblo, la patología es de las que acaban por destruirlo todo (basta con remitirse a cierto ente llamado Alemania y remontarse un poco en el tiempo). Lo dicho, estaba un día la anormalidad democrática pegándose un baño y al experimentar un abrazo vertical hacia arriba se levantó, miró y vio que era Arquímedes, digo, Ibarretxe.
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