A la caza de los seguidores de Bin Laden
Pakistán intenta convencer a Estados Unidos de que prosigue la lucha contra los miembros de Al Qaeda que se refugian en su territorio
Barbas, turbantes, camisas hasta la rodilla, Kaláshnikov... Estos hombres son el estereotipo de los talibanes que los occidentales tienen aún fresco en la memoria. Y, sin embargo, se trata de 1.400 voluntarios reclutados entre las tribus de Waziristán para poner fin a la presencia de miembros de Al Qaeda en esa inaccesible región paquistaní fronteriza con Afganistán. Fuentes oficiales hablan de 600 militantes integristas; responsables locales multiplican por cinco esa cifra. Es el último esfuerzo del Gobierno del general Pervez Musharraf por convencer a Estados Unidos del compromiso paquistaní en la lucha contra el terrorismo. De momento, algo más que las tradiciones tribales está impidiendo obtener resultados tangibles.
El pasado 18 de marzo, Musharraf daba a entender que la operación militar emprendida dos días antes en Waziristán del Sur, una de las siete zonas tribales del país, estaba sobre la pista de Ayman al Zahawiri, el número dos de Osama Bin Laden. Diez días más tarde, la campaña se cerraba sin noticias del médico egipcio considerado como el ideólogo de Al Qaeda. El Ejército, que es la primera vez que ha entrado en una zona tribal desde la fundación del país, dijo haber matado a 63 activistas y capturado a 166, entre ellos 73 extranjeros, con un coste de 43 bajas propias. En la calle, el sentimiento es de frustración. Para unos, no se ha logrado nada; para otros, varios civiles muertos, un centenar de casas destruidas y 100.000 desplazados de una comunidad de 160.000 es un precio alto por complacer a EE UU.
Tal temieron los altos mandos militares, que entonces dieron un giro y entraron en conversaciones con los cinco jefes tribales de la zona. El acuerdo del pasado 24 de abril puso fin a las acciones militares a cambio de que las tribus organizaran una fuerza de voluntarios armados (lashkar) y se comprometieran a "expulsar de su territorio a todos los extranjeros" (eufemismo para los presuntos miembros de Al Qaeda) o, al menos, a elaborar un registro con los que viven entre ellos. Un mes después, el fracaso de estas patrullas locales es un golpe para las autoridades.
"La presencia de Al Qaeda en mi región es un hecho desde mediados de los noventa", admite un miembro de la tribu waziri que prefiere mantener el anonimato. Sin embargo, hasta la reciente intervención en la zona, todos los portavoces oficiales paquistaníes lo negaban y acusaban a la prensa de extender falsos rumores. "Estamos un 500% seguros de que hay activistas de Al Qaeda en Pakistán y 1.000% seguros de que son terroristas", ha declarado ahora Musharraf. El general-presidente insiste en que la operación va a continuar, rechaza las acusaciones de estar trabajando por cuenta de EE UU y defiende que actúa en interés de su país.
"Se trata de un ejercicio de relaciones públicas para consolidarse en el poder", desestima Raza Rabbani, senador por Karachi del Partido del Pueblo de Pakistán (PPP, la formación política de Benazir Bhutto). Rabbani pone de relieve la contradicción entre esa batalla y la alianza de Musharraf con los partidos religiosos que están vinculados a la yihad (guerra santa) tanto en Afganistán como en Cachemira. "Es una forma de decirle a Occidente: 'Si no me apoyas, ésta es la otra cara de Pakistán", concluye.
Más allá del partidismo (el PPP está en la oposición y su líder, en el exilio), muchos observadores comparten esa desconfianza. "Musharraf hace un doble juego", asegura un diplomático árabe, "no parece serio que antes de cada operación, los detalles aparezcan en la prensa". "En las tres que han llevado a cabo desde octubre pasado, no ha capturado a un solo pez gordo", añade el interlocutor.
"Cuando anunció que estaban tras los pasos de Al Zawahiri, fuentes tribales nos dijeron que ya se había ido", ratifica un agente de un servicio de espionaje extranjero. "Tenemos constancia de que en muchas ocasiones les avisan antes de iniciar las operaciones", confía. "Además", asegura, "ni Bin Laden ni Al Zawahiri están en las regiones tribales, y ellos lo saben".
Owais Tohid, un periodista local que siguió la operación de marzo (los extranjeros tienen vedado el acceso a las regiones tribales), no cree que fuera una farsa. "Estuve allí y vi las bajas de ambos lados", manifiesta, "lo que sucede es que los medios de comunicación dieron mucho bombo a la existencia de un pez gordo y, cuando no se materializó, cundió la frustración". En su opinión, lo que hubo fue un fallo de información. "Creían que había 20 o 30 militantes y eran al menos un centenar; los soldados no estaban preparados y para cuando recibieron refuerzos, la mayoría habían logrado escapar".
"¿Esperaban que íbamos a bombardear a nuestra propia gente en las zonas tribales? Eso no va a ocurrir", defiende, convencida, Shirin Mazari, directora del Instituto de Estudios Estratégicos de Pakistán. "Tenemos que ser muy cuidadosos con esas regiones porque tienen costumbres muy específicas", señala. "Va a llevar tiempo".
El interlocutor waziri considera que eso son pretextos. "Durante la guerra fría, el Estado y la coalición internacional contra la Unión Soviética utilizaron a algunos elementos de las tribus para luchar contra el comunismo en Afganistán. Luego no ha habido un debate público sobre el giro dado por nuestro país. Además, algunos miembros del poder han seguido animándoles a proteger a los extranjeros", denuncia. Sin negar la legendaria hospitalidad pastún, recuerda que su gente nunca ha dado cobijo a ejércitos en retirada. "Waziristán es un síntoma, pero la infección está en Islamabad", resume gráficamente esta fuente.
Tohid desconfía, no obstante, del proceso político. "Se trata de neutralizar a los clérigos, las tribus y a los paquistaníes en general, para luego decirles: 'Hemos agotado las vías pacíficas y no queda más remedio que recurrir a la fuerza militar", apunta.
Aun si la presión del Ejército logra convencer a las tribus para que entreguen a los miembros de Al Qaeda, no está claro que sea fácil. "Esa gente no tiene adónde ir; están luchando por su vida porque, a diferencia de los árabes que tras el bombardeo de Afganistán se desperdigaron por los países del Golfo o de Oriente Próximo, no tienen ni sus recursos económicos ni la posibilidad de pasar inadvertidos en un país árabe", explica Tohid. Les han dicho a los habitantes locales que, antes de caer en manos de los americanos, se hacen saltar por los aires. "Queremos ir al paraíso, no a Guantánamo", les comentan.
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